Los lectores y los críticos de La ciudad y los perros se han preguntado durante décadas si la muerte del cadete Ricardo Arana, el Esclavo, uno de los episodios centrales de la novela, fue un accidente o un asesinato perpetrado por el Jaguar para vengar a Cava, cuya expulsión por el robo del examen fue resultado de la delación de Arana. La pregunta, y la falta de respuesta, han llegado incluso -si se me permite la expresión- a la ficción. El cuento “Emuntorios” del escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón, incluido en el volumen Latinoamérica criminal (2014), empieza así: “Esta historia sucedió en julio de 2012. Tenía diez años sin ir a Venezuela y era el cincuenta aniversario de la primera edición de La ciudad y los perros“. Gilberto, el protagonista -un escritor que vive en el extranjero- relata su breve regreso a Venezuela y su programado reencuentro con su amigo Julián, que estaba preso. Antes de visitarlo pasa por una librería y compra un ejemplar de la edición conmemorativa de la novela de Vargas Llosa que Julián le había pedido. Por razones que no hace falta detallar, también a él lo detienen por 24 horas y le requisan el ejemplar de la novela. El guardia que la retiene, Pulido, se pasa la noche leyéndola. Al amanecer Gilberto descubre que Pulido ha asesinado a una prostituta que había ingresado al penal. Cuando Gilberto es liberado poco después, la advertencia es muy clara: “si abres la boca te mato”. Estas son las líneas finales del cuento:
De pronto sentí que me agarraban por el hombro. Ya había bajado casi toda la pendiente. Me quedé paralizado por varios segundos.
El holandés, pensé.
Era Pulido. Había venido corriendo detrás de mí.
–¿Fue el Jaguar, verdad? -me preguntó aún jadeando por el esfuerzo-. ¿Fue él quien mató al Esclavo?
Le dije lo mismo que le dije a Sofía.
-No lo sé.
Tampoco lo sabía el poeta mexicano José Emilio Pacheco, para quien, sin embargo, resolver el enigma no era lo más importante: “Cada quien puede encontrar datos para el final que le parezca adecuado: crimen, accidente, suicidio. Porque no se trata de una novela policial -género por definición unívoco- sino de una novela trágica. No de saber quién es culpable sino por qué no somos inocentes, por qué actuamos cuando actuamos, por qué -como dice el epígrafe del libro- somos mentirosos de nacimiento”. En cambio el crítico Luis Harss (Los nuestros, 1966) creía estar seguro de que “el Jaguar, el espíritu maligno que encabeza el Círculo, se venga de él [Arana] durante unas maniobras, despachándolo de un tiro en la cabeza”.
¿Sabía Vargas Llosa quién mató al Esclavo? Uno de los primeros en hacerle directamente la pregunta fue el crítico y traductor alemán Wolfgang Luchting, de quien me he ocupado en otro post. En una de las numerosas cartas que le dirigió con preguntas y consultas sobre la novela que traducía Luchting le planteó el dilema:
He leído el libro por lo menos seis veces hasta ahora. Cada vez concluyo diferentemente. ¿Jaguar lo mató al Esclavo de verdad? ¿o solo lo dice para, otra vez, vengarse de la sección? (Carta de Luchting a Vargas Llosa, 26 de febrero de 1965).
La respuesta de Vargas Llosa es una de las más tempranas y elaboradas explicaciones que ha dado sobre este asunto. Vale la pena reproducirla in extenso:
Me confieso incapaz de decidir si se trata de un crimen o de un accidente. En los comentarios que han aparecido, en los debates que hubo en San Marcos y ahora hace poco en Cuba, sobre la novela, he visto expuestas las dos versiones, y los argumentos de ambas me parecen válidos.
1) Primera versión: el Jaguar mató al Esclavo. Es evidente que era capaz de hacerlo, y podía por el lugar que ocupaba en las maniobras, y además hay su auto-confesión a Gamboa. Pero, al final de la novela, aparece que el Jaguar no sabía que el Esclavo había denunciado a Cava; su reacción cuando Alberto se lo revela parece sincera. Y si no sabía, no tenía ningún motivo para matarlo.
2) Segunda versión: la muerte del Esclavo fue un accidente, y el Jaguar se la atribuye a sí mismo, a posteriori, por dos razones: por despecho (la sección lo trata como a un soplón y lo desprecia) y para recuperar el prestigio “maldito” que tenía, su ascendiente sobre sus compañeros. O, para aparecer como el vengador de Cava. En este caso, el Jaguar sería un consumado actor, y habría simulado sorpresa cuando Alberto le dice que el Esclavo denunció a Cava.
3) Tercera versión. En un artículo que acabo de recibir, Luis Agüero (de Cuba) sostiene que el asesino del Esclavo es Alberto, en un momento de celos, por Teresa. A ello se debería su crisis, y la fantasía que cuenta a Gamboa no tendría otro objeto que apartar las sospechas de él, y librarse de un complejo de culpa (*).
Esta última versión me parece la más floja, e incluso desatinada. Pero las primeras son igualmente válidas. Tal vez, la ambigüedad que trata de mostrar todo el libro como característica primordial de todos los actos humanos, se halle en cierta forma “simbolizada” en este episodio anfibológico. Pero ya no quiero meterme a interpretar, viejo, yo no puedo saber ya más que cualquier lector. (Carta de Vargas Llosa a Luchting, 2 de marzo de 1965).
Un año antes, aproximadamente, Vargas Llosa había tenido una conversación con el escritor, crítico, traductor y editor francés Roger Caillois, quien había escrito uno de los comentarios para la contraportada de la edición de Seix Barral y luego incorporó la traducción francesa de la novela a la colección La Croix du Sud que él dirigía en la editorial Gallimard. En esa conversación Caillois habría ofrecido su interpretación sobre la muerte del Esclavo. Hasta donde conozco, la primera vez que Vargas Llosa relató esa conversación con Caillois fue en junio de 1964, en una entrevista con Mario Benedetti. Refiriéndose a la muerte del Esclavo, Vargas Llosa dijo escuetamente lo siguiente:
Quise que ese episodio fuera deliberadamente ambiguo. Sin embargo, un crítico francés, Roger Caillois, ha formulado una interpretación muy coherente, según la cual el Jaguar no habría matado al Esclavo (La Mañana, Montevideo, 10 de julio de 1964).
Quizás dijo algo más pero Benedetti no lo incluyó en la versión impresa de la entrevista. Años después, en una entrevista para la revista colombiana Cromos (1981) ofreció más detalles del diálogo con Caillois:
-En La ciudad y los perros, ¿el Jaguar mató al Esclavo?
-No lo supe jamás. Yo quise dejar esa incertidumbre, en primer término porque no pude dilucidar si el personaje llegaría a ese extremo.
-Bueno, el Jaguar había sido ladrón, había disparado, había recibido tiros, había saltado vallas…
-Pero todo eso es muy diferente a matar a un compañero en frío, tan sólo por ejecutar una consigna.
-Supongamos que usted es un simple lector de su libro. En su opinión, ¿lo mató o no lo mató?
-Lo mató. Por supuesto: lo mató. Pero su pregunta me recuerda a Roger Caillois, un crítico francés que leyó la novela en manuscrito, cuando era jurado del Seix Barral (**). Él me preguntó lo mismo y yo le respondí en idéntica forma. Y, sin embargo, me dio una interpretación que me pareció fascinante. Me dijo: “yo creo que no lo mató, que hay evidencia interna para probar que no lo mató. La novela se completa mucho mejor, la personalidad del Jaguar queda mejor definida y es más seductora si él se atribuye esa muerte como un recurso terrible para recuperar una jerarquía, una autoridad, un liderazgo que ha perdido”. Como es obvio, me parece una interpretación convincente.
En 2012, durante la presentación de la edición conmemorativa de La ciudad y los perros, contaría la misma historia de una manera algo diferente:
Cuando el libro se publicó y, ante mi pasmo, empezó a traducirse a otras lenguas, a mí me produjo una gran ilusión que se tradujera al francés, en una colección que dirigía Roger Caillois, un crítico y escritor francés muy importante. Y fui a agradecerle el que hubiera decidido publicar en su colección mi novela. Fui a la oficina de la UNESCO donde él trabajaba. Me recibió y estuvo muy amable y me hizo algunos comentarios sobre la novela … “Una cosa que me ha interesado mucho, que me parece una de las cosas más originales de esta novela, es que el personaje del Jaguar se atribuya un crimen que no ha cometido, simplemente para recuperar el liderazgo que tenía antes ante sus compañeros y que había perdido”. Y yo le digo, “pero, no se atribuye el crimen, lo comete. Él mata al Esclavo”. Entonces su reacción me dejó estupefacto. Me dijo: “no, no, no, usted no ha entendido la novela que ha escrito. Él se atribuye ese crimen y eso es lo que le da una grandeza trágica al personaje. Pero vamos, es evidente, es clarísimo. ¡Reflexione!”. Bueno, fue tan persuasivo que a partir de entonces yo digo, “no, no, él se atribuye un crimen que no cometió”.
El relato de esta anécdota, como queda claro, se fue enriqueciendo y modificando a lo largo de los años. Al principio Vargas Llosa confirma que la ambigüedad fue deliberada y que no podía decidir cómo murió el Esclavo, pero en la versión más reciente él toma partido y considera al Jaguar culpable; del mismo modo, inicialmente Vargas Llosa presentaba la interpretación de Caillois como “coherente”, más adelante como “convincente” para, finalmente, decir que el crítico francés fue “tan persuasivo” que él terminó aceptando su versión: el Jaguar se atribuyó un asesinato que no había cometido.
Pero Vargas Llosa no solo ha enriquecido la historia sino que en ocasiones la ha contado exactamente a la inversa. En el discurso que dio con ocasión del otorgamiento del Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Salamanca, el 6 de julio de 2015, ofreció el siguiente relato:
Yo había tenido muchas dudas mientras escribía la novela, sobre si este joven [el Esclavo] había sido asesinado por un compañero o su muerte debía ser casual. Pero no conseguía tener una idea clara. Así que dejé esa historia en la ambigüedad. Pero conversando con un crítico, Roger Caillois, un magnífico crítico, dicho sea de paso, uno de los primeros europeos en hablar de la poesía y la novela del boom latinoamericano, él me habló de La ciudad y los perros de una manera que me sorprendió totalmente. Me dijo: “El asesinato de ese muchacho que lleva a cabo el Jaguar es para mí una de las cosas más interesantes de su libro”. “Pero si el Jaguar no asesina al cadete”, le respondí. [Caillois replicó:] “Claro que es el asesino, no hay ninguna duda. Usted no se ha dado cuenta, pero es clarísimo. El Jaguar es una persona que necesita recobrar un liderazgo perdido sobre sus compañeros. Él es el caudillo, el matón. De alguna manera se realiza con esa jerarquía. Entonces, ¿cómo recuperar el liderazgo? Con un hecho de sangre. Sólo él pudo haber sido el asesino”. Fue tan persuasivo que me lo creí. Ahora yo sostengo que el Jaguar es el asesino del esclavo.
Los papeles se habían invertido: Vargas Llosa ahora decía haber creído que el Jaguar se atribuyó el asesinato pero que Caillois lo convenció de que en realidad él fue el asesino.
Las múltiples versiones de Vargas Llosa sobre su conversación con Caillois revelan no solo su cambiante memoria sobre ciertos episodios de su vida sino, sobre todo, el hecho de que no hay manera de dilucidar, de manera definitiva, la verdad sobre la muerte del Esclavo. En todo caso, para ilustrar la idea de que el autor de una novela no tiene control alguno sobre los personajes y sus acciones, y mucho menos sobre las interpretaciones de los lectores, cualquiera de las varias versiones de la anécdota le sirve a Vargas Llosa: lo relevante no es lo que él o Caillois pensaban sino el hecho (supuesto) de que el crítico literario ofreció una interpretación más persuasiva que la del propio autor.
Al final, poco importa lo que Vargas Llosa creía (o creía que creía): lo único cierto es que el Esclavo murió. Aunque, pensándolo bien, ni siquiera eso es cierto, por más que la Real Academia de la Lengua nos quiera convencer de ello en el colofón a la edición conmemorativa de La ciudad y los perros:
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(*) La versión de Agüero fue enunciada en la mesa redonda que tuvo lugar en Casa de las Américas en enero de 1965.
(**) Se trata de un error: Caillois no fue jurado del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.