La edición crítica de La ciudad y los perros (Cátedra, 2020): una oportunidad perdida

 

Acaba de aparecer, en la colección Letras Hispánicas de la editorial madrileña Cátedra, la primera edición crítica en español de La ciudad y los perros. En una nota anterior di cuenta de un proyecto similar impulsado por Francisco Rico en la década de 1970 que finalmente no se concretó. La nueva edición ha estado a cargo de Dunia Gras, profesora en la Universidad de Barcelona, con una extensa trayectoria en el estudio de la literatura latinoamericana y, en particular, de autores peruanos como Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Manuel Scorza. Se trata de un trabajo ambicioso que le ha tomado casi dos décadas completar. La complejidad de la tarea realizada por la profesora Gras queda reflejada en su extensa introducción (casi 200 páginas de texto más una bibliografía de 27 páginas) y en las 736 notas a pie de página que aclaran expresiones, lugares, personajes o variantes en el texto de la novela. Para llevar a cabo este trabajo, Dunia Gras ha hecho uso de materiales preservados en el archivo de Vargas Llosa en Princeton (correspondencia, manuscritos y mecanuscritos), así como fuentes hemerográficas y bibliográficas.

Aunque he titulado esta nota “La edición crítica de La ciudad y los perros”, conviene preguntarse si en efecto lo es. Estoy convencido de que la respuesta es afirmativa, pero la propia Dunia Gras parece ponerlo en duda: al final de su ensayo introductorio afirma que “[n]o se trata, en absoluto, de una edición definitiva, sino tentativa, a la espera de una posible edición crítica, genética, que pueda dar razón, a cabalidad, de los cambios y del proceso de escritura de sus páginas” (p. 206, énfasis mío). La profesora Gras parece sugerir que una edición crítica debería ser, también, una edición “genética”, que dé cuenta detallada de los cambios en el contenido de la novela a lo largo de los varios borradores que han sobrevivido. Sin duda tal proyecto sería bienvenido, pero soy de la opinión de que no hace falta hacer una reconstrucción genética del texto para ofrecer una edición crítica, cuyos elementos básicos serían la fijación del texto en cuestión, un glosario o colección de notas para aclarar términos, lugares, personajes o episodios poco conocidos, y una introducción que ayude a contextualizar la novela en términos literarios, históricos y biográficos, acompañada de una bibliografía lo más completa posible. Todos estos elementos están contenidos en esta edición de Cátedra.

Como hice con otras ediciones recientes de La ciudad y los perros (la edición de Alfaguara publicada en 2016 por los 80 años de Vargas Llosa, y la versión francesa incluida en el tomo I de las obras de Vargas Llosa publicadas en la colección La Pléiade el mismo año), ofrezco a continuación comentarios, apuntes y valoraciones sobre la edición de Cátedra. Me motiva la ilusión de ver publicada una edición lo más pulcra posible de la novela, una aspiración que se ha mostrado elusiva hasta ahora y que, me apena decirlo, no ha sido satisfecha con esta nueva edición.

La introducción

La extensa introducción de Dunia Gras está dividida en tres partes. La primera (“Los inicios en el periodismo”) reconstruye las experiencias juveniles de Vargas Llosa como redactor de La Crónica de Lima y La Industria de Piura, así como sus colaboraciones en revistas y diarios como Turismo, Cultura Peruana, El Comercio, Democracia, Extra y Literatura. Dunia Gras rescata textos poco conocidos, sus primeros cuentos publicados y su tesis de bachillerato sobre Rubén Darío, materiales que ayudan a entender sus tempranas inclinaciones literarias y permiten anticipar al futuro autor de La ciudad y los perros. Al mismo tiempo, va puntuando las experiencias vitales de Vargas Llosa, incluyendo su paso por el Colegio Militar Leoncio Prado, su regreso a Piura para culminar los estudios secundarios, la vida universitaria, sus lecturas juveniles y sus experiencias políticas durante el ochenio de Odría.

La segunda parte (“La ciudad y los perros, una obra en marcha”) está dedicada al proceso de redacción, publicación y recepción de la novela. En términos cronológicos, cubre fundamentalmente el período que va desde el viaje de Vargas Llosa a Madrid, en 1958, hasta la publicación de La ciudad y los perros en 1963, incluyendo por supuesto los años cruciales en París a partir de agosto de 1959. El arco cronológico se extiende un poco más para incorporar las primeras reseñas y comentarios, tanto en España como en el Perú y otros países, así como las primeras traducciones de la novela. La valiosa correspondencia de Vargas Llosa con Abelardo Oquendo es la fuente principal de que se vale Dunia Gras para reconstruir los años de trabajo en la redacción de la novela y el proceso que condujo a la obtención del Premio Biblioteca Breve y su publicación por Seix Barral.

Esta sección incluye el espinoso tema de la censura y las negociaciones que facilitaron la publicación de La ciudad y los perros. Afirma Dunia Gras que “la no obtención del premio [Formentor] devolvía a Barral y a Vargas Llosa al campo literario nacional peninsular, con sus reglas de juego ya conocidas, y que pasaban por la inevitable negociación con las instancias censoras” (p. 78). Es probable que, como creía Barral, el Formentor hubiera facilitado la aprobación de la novela por la censura, pero lo que no es tan cierto es que la negociación con los censores fuera “inevitable”. Una vez que la censura rechazó la novela (una decisión nada sorprendente, por supuesto), ni Barral ni Vargas Llosa estaban obligados a negociar con Carlos Robles Piquer, el director de la oficina de censura. Hubo casos de escritores que se negaron rotundamente a ello, aunque también es cierto que la mayoría aceptó participar en el toma y daca con dicha oficina, un arte que Barral llegó a dominar con maestría. Presentar la negociación como inevitable arroja, desde el comienzo, una luz favorable a los esfuerzos de Barral y Vargas Llosa. Luego de varias comunicaciones y un encuentro personal con Robles Piquer, Vargas Llosa dirigió a este último una carta en la que, además de expresar su rechazo a la censura, le comunicaba que había aceptado realizar unos pocos cambios en el texto de la novela. Esa carta es presentada por Dunia Gras como “una obra de arte de la ironía” que, además, demostraba “valentía y honestidad ante una actividad como la censora” (pp. 83-84). Lo que demuestra en realidad, creo, es una gran dosis de pragmatismo: si no realizaba esos cambios, la novela no se publicaba. Hubo que ceder ante el censor, si bien, como es conocido, las concesiones fueron pocas y no afectaban aspectos centrales de la novela. Extrañamente, Dunia Gras cierra este episodio con un comentario más bien tangencial: “Más allá de los tejemanejes censores, y del dilema moral que pudiera debatirse en su interior, durante aquellas semanas de julio, Vargas Llosa disfrutará de unas auténticas vacaciones, haciendo lo que más deseaba: leer y escribir” (p. 85). La mención a las vacaciones parece tener la intención de restarle importancia a esos “tejemanejes” y, sobre todo, a ese “dilema moral”, elementos que a mi juicio pudieron haber recibido mayor atención.

Las maniobras de Barral son también presentadas en un tono harto elogioso: el editor catalán “jugó con las propias cartas de Robles Piquer” y “sabiamente” utilizó el pretendido liberalismo del jefe de la censura para vencer “la intransigencia inicial del joven Vargas Llosa” (p. 89). Es cierto que Vargas Llosa se negó a ceder en todos los casos en que los censores exigían mutilaciones o cambios, pero no creo que se pueda considerar su posición como “intransigente”: después de todo, siguiendo el consejo de Barral, aceptó negociar con la censura y, llegado el momento, también por recomendación del editor, no protestó por la prohibición del texto de Julio Cortázar que debió incluirse en la contraportada del libro.

La impresión de que Dunia Gras adopta una postura algo complaciente con la actitud de Vargas Llosa y Barral en relación con la censura queda reforzada por la manera en que trata las otras exigencias de Robles Piquer: la inclusión de comentarios de especialistas (blurbs) en la contraportada y la publicación de un prólogo a cargo de José María Valverde, jurado del Premio Biblioteca Breve y amigo personal de Robles Piquer. El objetivo, en ambos casos, era anticiparse a (y neutralizar) las posibles reacciones negativas hacia la novela por parte de sectores recalcitrantes del régimen e incluso de algunos lectores. Sobre los blurbs que irían en la contraportada Dunia Gras dice que los “había solicitado Robles Piquer para apoyar la edición de la obra” (p. 90). El tono es bastante moderado, por decir lo menos: Robles Piquer no “solicitó” sino que exigió esos blurbs, y no lo hizo para “apoyar” la edición sino para autorizarla. (De hecho, en la carta de Vargas Llosa a Oquendo del 27 de julio de 1963, que Dunia Gras cita en la p. 85, aquel dice claramente que Robles Piquer “puso como condición” la inclusión de esos blurbs). Tampoco menciona Dunia Gras en esta sección que el prólogo de Valverde incorporado al cuadernillo amarillo que adornó la primera edición de La ciudad y los perros fue impuesto por Robles Piquer: para Dunia Gras fue “sugerido” por él (p. 87). Más adelante, en la sección de la introducción dedicada a los paratextos, Dunia Gras describe el cuadernillo y su contenido afirmando que “[e]n él se reúnen elementos informativos que sirven para orientar al lector respecto al libro que tiene entre manos” (p. 131) pero, nuevamente, olvida aclarar que el prólogo de Valverde fue impuesto por el censor. Y en esta misma sección escribe que los blurbs de la contraportada tuvieron “la función de acompañar y apoyar la novela” (p. 135), una manera de referirse a ellos que opaca el hecho de que su función principal fue, realmente, asegurar la aprobación de la novela por parte de la oficina de censura.

El otro asunto que, a mi juicio, no ha sido tratado con la debida atención es la publicación de la edición de Populibros Peruanos, a cargo del editor y poeta Manuel Scorza, que luego daría lugar a la leyenda de la supuesta quema de ejemplares de La ciudad y los perros en el patio del Colegio Militar Leoncio Prado. Por supuesto, no estoy sugiriendo que se debería haber dedicado mucho espacio a este asunto, pero sorprende constatar que se resalta más la edición de Los jefes en esa misma colección que la de La ciudad y los perros que, por obvias razones, resulta más importante para los fines de esta edición crítica. (Sobre Los jefes ver p. 94 y, también, los dos recortes periodísticos en las pp. 736-737). Apenas se menciona que en el verano de 1964 Vargas Llosa trabajaba en su segunda novela “a la espera de que La ciudad y los perros apareciera en Populibros Peruanos sin más percances” (p. 101). Lo cierto es que sí hubo percances, pero no son mencionados (y tampoco hay recortes periodísticos sobre ellos en el Apéndice). Sorprende igualmente que Dunia Gras no aborde el caso de la supuesta quema de ejemplares de la novela en el patio del Leoncio Prado, pues se trató de un episodio que influyó decisivamente sobre su recepción en el Perú y otros países. Solamente menciona, de pasada, “los rumores de la quema de ejemplares de la que el autor se hizo eco” (p. 129). La sorpresa es aún mayor, puesto que Dunia Gras es autora de importantes estudios sobre Manuel Scorza, el poeta, novelista y editor peruano que jugó un papel decisivo en esos episodios.

La tercera parte de la introducción (“Una aproximación a la lectura de La ciudad y los perros”) empieza situando la novela al interior de un “triple contexto literario”: la llamada “generación del 50” en el Perú y el giro urbano que sus narradores adoptaron; el “realismo crítico” que impregnaba la narrativa española de esos años (García Hortelano, Martín-Santos, los hermanos Goytisolo y otros); y el surgimiento del boom. Luego vienen varias páginas de análisis literario y una sección sobre los “paratextos” de la primera edición: la portada, el cuadernillo amarillo, el prólogo de J. M. Valverde, los blurbs, los epígrafes y el mapa de Lima. A continuación se ofrece un detallado estudio de la estructura de la novela (la división en capítulos, la subdivisión en secuencias, la distribución de las voces narrativas), las construcciones del tiempo y el espacio, semblanzas de los principales personajes y las técnicas narrativas empleadas (el dato escondido, las cajas chinas, los vasos comunicantes y otras). Quisiera destacar las páginas dedicadas al análisis de las manifestaciones de masculinidad, animalización y racismo que atraviesan la novela de comienzo a fin. Finalmente, Dunia Gras pasa revista a los parentescos entre La ciudad y los perros y otras novelas de iniciación, la influencia que ha tenido sobre otros escritores y las adaptaciones al cine que se han hecho de ella.

El texto de la novela

Una nota sobre “Esta edición” explica los criterios utilizados para fijar el texto de la novela. Para ello, Dunia Gras ha revisado la primera y segunda ediciones de Seix Barral, la edición “definitiva” de 1997 publicada por Alfaguara (a partir de ahora, Alfaguara 1997), y la edición conmemorativa del cincuentenario publicada por la RAE (a partir de ahora, RAE 2012). Hubiera sido importante cotejar al menos dos ediciones más: la segunda edición “definitiva”, publicada por Alfaguara en 1999, en la que se hicieron cambios y correcciones a la de 1997, y la que aparece en el tomo I de las Obras completas de Vargas Llosa publicado por Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores en 2004 (a partir de ahora, Galaxia 2004), que sirvió de base para las revisiones que se hicieron a la traducción francesa publicada en La Pléiade.

Al momento de fijar el texto de la novela, y dadas las diferencias entre las varias ediciones, Dunia Gras ha debido tomar decisiones respecto a los cambios introducidos en ellas, aceptándolos o rechazándolos. Vale la pena recordar, a propósito de esto, que el propio Vargas Llosa realizó o aprobó los cambios operados en la edición “definitiva” de 1997, en la de Galaxia 2004 (que lleva en la portada el rótulo “Edición del autor”) y en la de la RAE de 2012, cuyo texto, se dice en la presentación del libro, “ha sido revisado completamente por el autor, que ha considerado las nuevas normas dictadas por la Real Academia Española y la Asociación de Academias, además de eliminar las erratas perpetuadas en otras ediciones” (p. xi). Como encargada de esta nueva edición, Dunia Gras se ha sentido en libertad para corregir algunos de los cambios introducidos en esas ediciones, aun si eso significaba contradecir la opinión o el deseo del propio autor, una postura que me parece saludable.

Una primera decisión adoptada por Dunia Gras (según ella, “la más difícil”) ha sido restituir la forma original en que Vargas Llosa redactó algunos diálogos y que había sido modificada desde la edición de Alfaguara de 1997. Para evitar explicaciones engorrosas, copio las imágenes de los ejemplos que ofrece Dunia Gras para ilustrar esos cambios.

En este primer ejemplo se aprecia un cambio de minúsculas por mayúsculas después de los dos puntos:

En el segundo ejemplo se aumentaron aperturas y cierres de comillas:

La restitución de la forma original utilizada por Vargas Llosa en 1963 me parece una decisión acertada.

Dunia Gras ha debido, en numerosas ocasiones, aceptar o rechazar los cambios efectuados en ediciones anteriores. Ella dejó constancia de esas decisiones en notas a pie de página que he reunido en un cuadro acompañadas de algunos comentarios míos. Como se puede ver en él, la mayoría de ellas me parecen adecuadas, pero hay algunas que ameritan ser revisadas. Por ejemplo, desde Galaxia 2004 y la edición de la Biblioteca Mario Vargas Llosa de Alfaguara publicada el mismo año, se eliminó la primera frase del epígrafe de Paul Nizan que abre la segunda parte de la novela: “J’avis vingt ans” (“Tenía veinte años”). Esa mutilación se mantuvo en RAE 2012 y ha sido también aceptada por Dunia Gras, quien la justifica diciendo que “los cadetes no alcanzan esa edad”. Me parece que los epígrafes no tienen por qué reflejar con exactitud cronológica o geográfica el texto al que sirven de introito. Una lectura demasiado literal del epígrafe ha derivado en este recorte, que resulta, en virtud de lo dicho, totalmente injustificado.

Ofrezco otro ejemplo. En la p. 301 se narra la pelea entre el Jaguar y Gambarina. Se produce este diálogo a varias voces:

—¿Y por qué le dices Jaguar? —preguntó Arróspide.
—Yo no —dijo Cava—. Él mismo. Lo tenían rodeado y se habían olvidado de mí. Lo amenazaban con sus correas y él comenzó a insultarlos, a ellos, a sus madres, a todo el mundo. Y entonces uno dijo: «a esta bestia hay que traerle a Gambarina». Y llamaron a un cadete grandazo, con cara de bruto, y dijeron que levantaba pesas.
—¿Para qué lo trajeron? —preguntó Alberto.
—¿Pero por qué le dicen el Jaguar? —insistió Arróspide.
—Para que pelearan —dijo Cava—. Le dijeron: «oiga, perro, usted que es tan valiente, aquí tiene uno de su peso». Y él les contestó: «me llamo Jaguar. Cuidado con decirme perro».
—¿Se rieron? —preguntó alguien.
—No —dijo Cava—. Les abrieron cancha. Y él siempre se reía. Aun cuando estaba peleando, fíjense bien.
—¿Y? —dijo Arróspide.
—No pelearon mucho rato —dijo Cava—. Y me di cuenta por qué le dicen Jaguar.

Marqué en negrita “Les abrieron cancha” porque, según Dunia Gras, Cava “se refiere solo al Jaguar” y, por tanto, ha optado por modificar el texto y poner “Le abrieron cancha”. En realidad, la lectura del diálogo deja en claro que Cava se refiere a Gambarina y al Jaguar: a ambos “les abrieron cancha” para pelear, no solo al Jaguar.

Hay otros cambios en el texto, introducidos en ediciones anteriores, que Dunia Gras adopta sin explicación, quizás por considerarlos obviamente acertados. Algunos, sin embargo, resultan cuestionables. Veamos un ejemplo. En la 1ª edición, Vargas Llosa utiliza tanto “cigarros” como “cigarrillos” para referirse al mismo producto, reflejando un uso extendido en el Perú que no distingue entre los dos nombres. En la p. 101, por ejemplo, escribió: “siempre me invitaba un café con leche o un corto y cigarros”. En la edición de Alfaguara 1997, p. 133, se cambió a “un corto y cigarrillos”, presumiblemente para uniformizar el nombre del producto. Ese cambio se mantuvo en Alfaguara 1999, p. 140; RAE 2012, p. 131; y ahora en Cátedra, p. 370. Hay dos problemas con esta decisión. Primero, no parece haber necesidad del cambio, pues no se trata de un error: ambos términos se usan en el habla coloquial peruana y con seguridad Vargas Llosa era consciente de ello. Segundo, el cambio no ha sido aplicado consistentemente: en la p. 380 de Cátedra, por ejemplo, se mantiene la expresión “una cajetilla de cigarros”.

Mucho más numerosos pero menos perceptibles a primera vista son los agregados de comas, supuestamente para facilitar la lectura, la mayoría de los cuales fueron hechos por Alex Zisman en la edición “definitiva” de Alfaguara de 1997. Sin embargo, esos agregados no siempre parecen haber sido necesarios o pertinentes. Pongo un ejemplo:

Eran más grandes que los chicos del barrio y a veces los provocaban (…) Sara, la prima de Pluto, había aceptado a un muchacho de San Isidro, que a veces venía acompañado de uno o dos amigos y Ana y Laura iban a conversar con ellos. Los intrusos aparecían sobre todo los días de fiesta. (1ª edición, p. 144)

Este es el texto corregido en Alfaguara 1997, p. 190, y reproducido en Cátedra 2020, p. 427:

Eran más grandes que los chicos del barrio y, a veces, los provocaban (…) Sara, la prima de Pluto, había aceptado a un muchacho de San Isidro, que, a veces, venía acompañado de uno o dos amigos, y Ana y Laura iban a conversar con ellos. Los intrusos aparecían, sobre todo, los días de fiesta.

En unas pocas líneas se agregaron siete comas. Es posible que una o dos se justifiquen, pero no todas. Algunas, de hecho, interrumpen la fluidez de la narración. Hay numerosos ejemplos como este a lo largo de la novela.

Otra decisión de Dunia Gras tiene que ver con un detalle tipográfico bastante peculiar de las ediciones de La ciudad y los perros en Seix Barral: las primeras palabras de cada secuencia o episodio de la novela se ponían en mayúsculas: “HA OLVIDADO la casa de la avenida Salaverry”, por ejemplo (1ª edición, p. 15). Para la edición definitiva de 1997 Alfaguara optó por usar minúsculas, y esta edición de Cátedra ha mantenido el mismo criterio. Sin embargo, esta manera de resaltar el comienzo de un nuevo episodio poniendo las primeras palabras en mayúsculas (Dunia Gras las llama, equivocadamente, versalitas) no fue un capricho de los tipógrafos de Seix Barral: aparece en varias versiones mecanografiadas de la novela. En otras palabras, fue el propio Vargas Llosa quien dejó claramente establecida su preferencia por esa forma tipográfica. (Se puede ver un par de páginas aquí y aquí). De hecho, la propia Dunia Gras sugiere que la adopción de ese estilo tuvo que ver con la admiración de Vargas Llosa por Faulkner, en cuyas novelas, nos dice, se usaba ese estilo al comienzo de cada capítulo. Por tanto, hubiera sido justo y razonable que en esta edición crítica se restituyeran las mayúsculas, como se hizo en Galaxia 2004. (Otras ediciones, como las publicadas por Alfaguara en 2004 y 2020, usaron versalitas).

Se han corregido también algunas de las erratas introducidas en Alfaguara 1997 y que se repetían en ediciones posteriores:

p. 439: “a lo lejos, tras el resplandor amarillento de los faroles” (Desde Alfaguara 1997, p. 203, decía “a los lejos”).

p. 597: “yo no le tengo miedo” (Desde Alfaguara 1997, p. 367, decía “yo no lo tengo miedo”).

p. 609: “dobló la carta en cuatro” (Desde Alfaguara 1997, p. 380, decía “dobló la carta en cuarto”).

Lamentablemente, muchas más (una veintena, aproximadamente), son las erratas que han sobrevivido de ediciones anteriores, incluyendo algunas que fueron corregidas en una o más de las ediciones que Dunia Gras consultó y que, por tanto, pudieron haber sido identificadas y eliminadas. La lista completa se puede consultar aquí. Menciono apenas unos ejemplos:

p. 441: “es un energúmeno…” Debe ser: “es una energúmena”. Esta errata aparece desde la 1ª edición, p. 155, y ha sido mantenida en todas las ediciones sucesivas (por ejemplo, RAE 2012, p. 205).

p. 442: “…pero esta vez no vino al letargo”. Debe ser: “el letargo”. Esta errata estaba en la 1ª edición, p. 155, pero fue corregida en Alfaguara 1997, p. 206; Alfaguara 1999, p. 216; y RAE 2012, p. 206.

p. 627: “Vamos a ver si eres hombre”. En la 1ª edición, p. 293, dice: “Vamos a ver si eres tan hombre”. En Alfaguara 1997, p. 399 desapareció “tan” y se mantuvo así en Alfaguara 1999, p. 411 y RAE 2012, p. 399.

p. 652: “Al regresar de Chorrillos…” Debe ser: “Al egresar de Chorrillos…” Esta errata aparece desde la 1ª edición, p. 313; ver también RAE 2012, p. 428. Sin embargo, fue corregida en Galaxia 2004, p. 472.

Y aunque no es una errata propiamente dicha, sobrevive en esta edición un error fáctico del propio Vargas Llosa y que, advertido por Wolfgang Luchting en 1964 o 1965, y reconocido por el autor, nunca se ha corregido en las ediciones en español, aunque sí en las traducciones alemana y francesa, como informé en una nota anterior. En las páginas 470-472 de esta edición crítica se menciona Dos de Mayo como nombre del colegio donde estudiaba el Jaguar. En realidad, era el Sáenz Peña.

Erratas nuevas

En la edición de Cátedra que comentamos no solo se ha desperdiciado la oportunidad de eliminar erratas que se filtraron en ediciones anteriores, sino que se han introducido numerosas erratas nuevas. He contabilizado cuarenta y una, lo que desmerece considerablemente esta edición crítica en comparación con otras ediciones disponibles.

Para no abusar de la paciencia de los lectores, voy a mencionar apenas unas cuantas. Los interesados podrán consultar la lista completa aquí.

p. 284: «mono, tú estás consignado un mes… (Mono)

p. 296: Después de ordenaron (le ordenaron)

p. 318: la pelota salvaba uno de los muros de las casa (casas)

p. 384:
—Quién lo hubiera dicho —dijo el Boa—. Tiene una pinga de hombre.
—Y tú una de burra —dijo Alberto—. Ciérrate el pantalón, fenómeno.
Debe ser: “Y tú una de burro”. “Pinga” es sinónimo de pene.

p. 448: —Es el objetivo. Pezoa, adelántese con media docena de cadetes. Recórtalo por todos lados… (Debe ser: Recórralo).

p. 519: —Son muy jóvenes, mi coronel —dijo Garrido—. (Debe ser: Gamboa).

p. 582: … recorrió la pista de desfile de grandes trancos. (Debe ser: a grandes trancos).

p. 616: Altura era un personaje silencioso. (Debe ser: Altuna).

p. 677: Era una cosa de colegiales. (Debe ser: de colegio).

La cantidad de erratas que contiene esta edición de Cátedra -muchas de ellas, insisto, inexistentes en ediciones anteriores- obliga a preguntarnos qué versión, en papel o digital, fue utilizada como base y cuál fue el procedimiento mecánico para producir el texto de la novela. ¿Se digitó el texto completo y sobre él se hicieron cambios y correcciones? Si fue así, ¿qué edición se usó como base para copiar el texto? ¿O, por el contrario, se usó un archivo digital preexistente sobre el cual se insertaron correcciones y cambios? En estos tiempos en que se ha generalizado el uso de textos en formato digital, tiene sentido que se haya optado por lo segundo. Si fue así, ¿qué archivo digital se usó? En principio, parecería imposible para alguien ajeno a la producción del libro dilucidar esa pregunta, pero una rápida comparación de varias versiones digitales de La ciudad y los perros que circulan, incluyendo algunas en formato freeware, arrojó un resultado sorprendente: un buen número de las erratas “nuevas” aparecen en una de esas versiones freeware: he identificado dieciséis en total, las que aparecen en las páginas 370, 384, 395, 403, 404, 436, 446, 452, 519, 579, 582, 616 (2 veces), 677, 690 y 693. Y de las erratas “sobrevivientes” que fueron corregidas en algún momento pero que están en el freeware hay cuatro: 413, 442, 532, 652. En total, veinte: son demasiadas como para pensar que es una coincidencia (y algunas son tan peculiares que no pueden sino tener el mismo origen, como la de poner “burra” en lugar de “burro” en la p. 384 o “colegiales” en lugar de “colegio”, en la p. 677). Se entiende, ciertamente, que se haya querido usar una versión digital como punto de partida para la preparación del texto, pero debió hacerse con una versión legítima con menos erratas que la otra y, además, tendría que haberse sometido a una revisión más cuidadosa y esmerada.

Las taras de la censura

Como se ha dicho en numerosas ocasiones, luego de varias comunicaciones con Robles Piquer, el director de la oficina de censura, Vargas Llosa introdujo ocho cambios en el texto de la novela. ¿Cuáles fueron esos cambios? ¿Qué palabras o frases se eliminaron, modificaron o “suavizaron”? Hubiera sido importante recuperar el texto no censurado de la novela, es decir, limpiarlo de eso que Fernando Larraz llamó “taras” y devolver a los lectores los “textos expurgados” por los autores acatando las objeciones de los censores. Siguiendo a Larraz, hacerlo representaría no solamente un acto de reparación filológica, sino también política y cultural (ver Fernando Larraz, Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo, Gijón, 2014). Para ello, había que cotejar el texto publicado de la novela con el manuscrito enviado a la oficina de censura y que se encuentra en el Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares. Dicho manuscrito contiene las numerosas tachaduras que marcaban las partes de la novela que los censores no aprobaban y exigían eliminar o cambiar.

Esta restitución sería importante, además, porque tanto Barral como Vargas Llosa repitieron en numerosas ocasiones que esos cambios fueron revertidos a partir de la segunda edición. Por tanto, hay una versión “oficial” sobre el texto definitivo de la novela que debió haberse sopesado en esta edición crítica. En una nota a pie de página (p. 68), Dunia Gras explica que la comparación entre las dos primeras ediciones “no revela ningún cambio relevante, solo una corrección necesaria, por el error de repetición de una frase, y la supresión de una fotografía, como se referirá posteriormente” (se trata de la fotografía de la estatua de Leoncio Prado, que fue prohibida por la oficina de censura). Sorprende la vaguedad de la nota: no se especifica cuáles podrían haber sido los “cambios relevantes” que Dunia Gras esperaba encontrar. Más adelante, al explicar los criterios de esta edición, Dunia Gras vuelve a referirse a esos cambios de una manera más bien oblicua: “se ha ratificado que no hubo otros cambios significativos en relación a las negociaciones con la censura, como algún comentario del editor había podido sugerir en algún momento” (p. 199). Primero, no aclara que esos “cambios significativos en relación a las negociaciones con la censura”, de haberse producido, hubieran implicado la restitución de los textos eliminados o modificados por Vargas Llosa por exigencia del censor. Segundo, no especifica qué opinión es la que “se ha ratificado”. Y tercero, cuando Dunia Gras escribe que “algún comentario del editor había podido sugerir en algún momento” que se habían efectuado esos cambios, minimiza la importancia de esa leyenda (la supuesta restitución, en la segunda edición, de las versiones originales) que fue construida y difundida para relativizar la negociación con la censura. Repetida innumerables veces a lo largo de los años, esa leyenda se convirtió en un componente central de la historia oficial de la novela: si, como se afirmaba, se había logrado devolver el texto a su versión original, la censura había sido derrotada. El problema, sin embargo, es que se trató de un invento: el texto original no fue recuperado en la segunda edición. Su restauración en esta edición crítica hubiera significado desmontar esa leyenda y, al mismo tiempo, hubiera permitido ofrecer a los lectores, por fin, el texto de La ciudad y los perros libre de la acción de los censores.

Las notas de la editora

Como mencioné más arriba, Dunia Gras ha insertado más de 700 notas a pie de página, que cumplen con aclarar expresiones, identificar personajes y lugares y, en general, facilitar la lectura a quienes no están familiarizados con el habla, la geografía y la historia de Lima y el Perú. El trabajo es exhaustivo y por lo general competente (aunque no deja de haber algunas notas que juzgo innecesarias como, por ejemplo, “Tarzán” o “bolero”). Términos como “timbear”, “morisqueta” o “cachaco”, personajes como santa Rosa de Lima, locales públicos como el Bar Zela o el Club Regatas, o lugares como San Isidro o Puno son explicados para quienes no están familiarizados con ellos. En un porcentaje reducido de casos, sin embargo, la explicación resulta inadecuada, cuando no totalmente incorrecta. Para no recargar demasiado estos apuntes, ofrezco aquí solo algunos ejemplos (los interesados pueden consultar la lista completa aquí):

Nota 73, p. 262: “Pendejo. (Am.) Tonto”. Esto es válido en México y otros países, pero en el Perú “pendejo” es lo contrario: alguien astuto y aprovechado.

Nota 151, p. 284: “Mono. (Per.) De origen ecuatoriano”. Aunque es cierto que a los ecuatorianos se les llama, despectivamente, “monos”, en este caso se usa “mono” como sobrenombre de uno de los cadetes, presumiblemente afroperuano. Es uno más de los sobrenombres animalescos que usa Vargas Llosa, como Boa, Jaguar o Rata.

Nota 272, p. 330: El texto de la novela dice: “y también se sacaron las correas y hay que tener una concha formidable, sin ser siquiera del colegio…”. En la nota aclaratoria se lee: “Concha. (Per.) Suerte”. En realidad, el uso de la palabra “concha” en el Perú es otro: significa frescura o desvergüenza, en ningún caso suerte.

Nota 360, p. 392:  Se dice que el Salesiano es una escuela privada que debe su nombre a su fundador, Jean-Baptiste de La Salle. Aquí se confunde el Salesiano con el Colegio La Salle.

Nota 652, p. 591: El texto de la novela dice: “La Rata, tan sobón, nos apuraba”. La nota ofrece esta explicación: “Sobón. Aquí, pesado”. En el Perú, sobón es adulón.

Nota 700, p. 637: “Amarillo. (Am.) Posiblemente calco del inglés, yellow. Cobarde”. En el Perú, se usa (o usaba) “amarillo” para descalificar a alguien considerado traidor o desleal, como sería el caso de un obrero sindicalista que no acata una huelga. No se usa como sinónimo de cobarde.

Los apéndices

La edición contiene, también, dos apéndices. El primero, “Versiones: de los manuscritos a los mecanoscritos y la edición final”, ofrece una comparación parcial de las cinco versiones preliminares (no todas completas) de la novela archivadas en la biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton. Aunque lo presentado aquí es solo “una pequeña muestra” (p. 200), basta para darse cuenta que este trabajo comparativo entre las diferentes versiones resulta fundamental para reconstruir el proceso de redacción y los cambios, algunos bastante significativos, que el autor fue introduciendo a lo largo de casi cuatro años de trabajo. Los lectores encontrarán aquí algunos datos virtualmente desconocidos como, por ejemplo, el hecho de que inicialmente Vargas Llosa iba a utilizar el nombre de un héroe ficticio, “Remigio Fonseca”, para el Colegio Militar, o que en algún momento pensó titular la novela “Los cachorros del héroe”. Hay también anotaciones de Vargas Llosa que dan cuenta del laborioso y a ratos frustrante trabajo de revisión del manuscrito: “Otro plano, otra técnica. El tránsito debe ser insensible”; “Nada de reflexión, acción”; o un revelador “mierda” (p. 713).

El segundo apéndice, “Manuscritos, mecanoscritos y noticias en prensa en torno a La ciudad y los perros”, es un conjunto de reproducciones fotográficas de páginas de borradores y recortes periodísticos.

Una oportunidad perdida

Quisiera terminar resumiendo mi valoración de esta edición crítica de La ciudad y los perros. Aunque no queda duda de que el trabajo ha sido arduo y complicado, el producto final, en su conjunto, resulta decepcionante. La introducción cumple con solvencia su función, sin llegar a ser todo lo rigurosa que se hubiera esperado. Las notas a pie de página que acompañan el texto, en su mayoría, orientan al lector poco informado, ofreciendo las coordenadas históricas, geográficas y lingüísticas de la Lima de esos años, aunque hay que lamentar que en ocasiones no se haya tenido el debido cuidado en las definiciones. (No quiero dejar de mencionar que se filtraron numerosas erratas en la introducción, la bibliografía y las notas a pie de página. Puede consultarse la lista aquí). Y en cuanto al texto de la novela, que en última instancia constituye el elemento más importante del volumen, esta edición nos entrega una versión plagada de erratas, tanto propias como heredadas. Comparativamente, esta edición es deficiente respecto a, por ejemplo, la de Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores de 2004, e incluso a la de la RAE de 2012. Tratándose de una edición crítica, estas imperfecciones resultan tanto más perturbadoras.

Confío que Cátedra y Dunia Gras nos entreguen, en el futuro cercano, una nueva edición revisada de este clásico de la literatura hispanoamericana.

 

Agradecimientos: Javier Munguía y Augusto Wong Campos leyeron una versión preliminar de esta nota y ofrecieron valiosas sugerencias y agudos comentarios. A ellos, mi reiterado agradecimiento.

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