La ciudad y los perros: una exhibición en Matanzas, Cuba, agosto de 1988

Fotografía: Alastair Carmichael

Gracias a Carmichael Alonso Libros, una librería de Cantabria especializada en libros antiguos, raros y descatalogados, he tenido conocimiento de un rarísimo objeto relacionado con las lecturas e interpretaciones que a lo largo de los años y en distintos contextos se han hecho de la novela de Vargas Llosa. Se trata del catálogo de presentación de la exhibición que el entonces joven artista cubano Enelio Suárez organizó, en agosto de 1988, bajo el título “La ciudad y los perros”. La exhibición tuvo lugar en la ciudad de Matanzas, Cuba, donde Suárez había nacido en 1966.

Los lectores conocen bastante bien la historia de los encuentros y desencuentros entre Vargas Llosa y la Revolución cubana. Hacia 1988, los libros de Vargas Llosa no circulaban abiertamente en la isla, aunque, como he señalado en otros escritos, Vargas Llosa era leído en ejemplares que circulaban de mano en mano. La exhibición de Enelio Suárez, que como veremos tenía claras referencias a la novela de Vargas Llosa, muestra, si bien de manera indirecta y limitada, la posibilidad de que los ecos de La ciudad y los perros llegasen a un público más amplio en Cuba.

El catálogo de la exhibición fue producido por Ediciones Vigía, un proyecto artístico y editorial que se inició a mediados de la década de 1980 y que se ha convertido en un referente de primera línea en la producción de libros artísticos en Cuba. En sus comienzos elaboraba plaquettes, invitaciones y catálogos relacionados con actividades culturales en Matanzas, pero luego incursionaría en la producción de libros bajo la dirección del artista gráfico Rolando Estévez. Se trata de libros producidos enteramente a mano y con materiales reciclados. Algunos críticos han establecido conexiones entre Vigía y el llamado Arte Povera, caracterizado, entre otras cosas, por el uso de materiales reciclados y no convencionales. Se puede considerar a Ediciones Vigía también como un antecedente del movimiento de editoriales “cartoneras” que se expandió por América Latina a partir de comienzos del siglo XXI (Eloísa cartonera en Buenos Aires, Sarita cartonera en Lima, Atarraya cartonera en San Juan, Animita cartonera en Santiago de Chile y otras), pero los diferencia la aspiración a producir libros artísticos que Ediciones Vigía se impuso desde el comienzo.

Sus libros, generalmente breves -unas cuantas docenas de páginas-, se producen en tirajes de 200 ejemplares. Aparte de cartón y papel, utilizan otros materiales (arena, tela, velcro, flores secas, conchas marinas) y objetos (cuerdas, candelabros, maletas). Algunos son ejemplares únicos, como este de la poeta cubana Nancy Morejón. De hecho,  muchos de los libros de Vigía son en realidad artefactos para apreciar y coleccionar más que para leer. Los autores publicados incluyen poetas y narradores cubanos, tanto consagrados como noveles, al lado de autores canónicos mundiales. Entre los autores que Ediciones Vigía ha publicado están escritores cubanos como José Martí, Nancy Morejón, Alejo Carpentier, Silvio Rodríguez, Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet y Senel Paz, y entre los extranjeros Miguel Hernández, Federico García Lorca, Boris Pasternak, Gabriel García Márquez, César Vallejo, Octavio Paz y Jorge Luis Borges, estos tres últimos en una antología de poesía latinoamericana titulada Partir hacia tierras nuevas. Varias universidades norteamericanas (Princeton, Michigan, Vanderbilt, Missouri y otras) han organizado coloquios, exhibiciones y colecciones en torno a Ediciones Vigía, y recientemente la editorial de la Universidad de Florida le ha dedicado un volumen de ensayos.

El folleto de la exhibición “La ciudad y los perros” consiste de una larga pieza de cartón dividida por cuatro dobleces y sobre la cual se han pegado, en ambos lados, hojas de papel impresas. La parte exterior contiene la portada, cuya imagen está reproducida al comienzo de esta nota, y en la que se puede ver el título de la muestra así como el dibujo de un perro con el rostro reconocible de Vargas Llosa. Otras dos hojas contienen el CV de Suárez y la “Relación de obras” de la exhibición. La parte interna, cuya imagen se puede ver abajo, contiene un solo pliego de papel pegado a todo lo largo del cartón y sobre el cual se ha impreso el texto de presentación a cargo de la filóloga y poeta Bertha Caluff Pagés, que reproduzco al final de esta nota. Bordeando el texto aparece el cuerpo de un larguísimo perro salchicha en color rosado que atraviesa un espacio urbano (se alcanza a leer la palabra “pueblo” a la “entrada”) y es captado en el acto de miccionar, como se ve en el ángulo inferior derecho.

Fotografía: Alastair Carmichael

Las obras incluidas en la muestra fueron producidas con la técnica de “grafiti sobre cartulina”, tal como se menciona en el folleto, y entre sus títulos he logrado descifrar “Punto de partida”, “Alma que se va”, “Pastor de hombres”, “Dirigente por la mañana”, “Así son las relaciones humanas”, “Dos generaciones distintas”, “Después de la jornada laboral”, “¿Censura o autocensura?” y “La ida y la vuelta”.

El artista colocó en su muro de Facebook, el año pasado, un grupo de dibujos de perros realizados en la década de 1980 e identificados con estos títulos: “Mundo por delante”, “Gitana tropical”, “Camino”, “Pastor de hombres” y “Dos generaciones distintas”. Al menos dos de ellos aparecen también en el catálogo de la muestra. Estos dibujos, y la referencia que hace Caluff Pagés al “período de los perros” por el que atravesaba la obra del joven artista hacia 1988, parecerían confirmar que, en efecto, se trató de una exhibición compuesta enteramente de dibujos de perros. De los que he podido ver y que integraron la exhibición, “Pastor de hombres” parece ser una alegoría crítica de la forma cómo se ejercita el poder en las sociedades humanas: un perro vestido como pastor conduce una manada de hombres representados como cuadrúpedos: se “animaliza” a los hombres y se “humaniza” al animal, un recurso con obvias resonancias con la novela de Vargas Llosa:

La inclusión en la exhibición de un dibujo titulado “¿Censura o autocensura?”, del que no tengo registro gráfico, permite especular con algún tipo de crítica más directa al régimen político en Cuba. Otro, titulado “Camino”, de la misma época pero no incluido en la exhibición, muestra a un perro en posición algo desconcertada y, delante de él, un largo y solitario camino con un sol asomando al final. El dibujo es descrito así por Suárez: “¿Qué plástico cubano no ha hecho lo suyo con el tema del exilio?”.

Por tanto, y con posibles excepciones, puedo deducir que Suárez utilizaba dibujos de perros para representar o aludir a situaciones sociales e incluso políticas, tal como lo hizo Vargas Llosa en su novela no solo con los perros sino también con otros animales o con seres humanos animalizados (la Malpapeada, las gallinas, el Boa, el Jaguar, la Rata).

El título de la exhibición, el uso del rostro del novelista en la portada del catálogo y el texto de Caluff Pagés dejan en claro que la novela de Vargas Llosa fue un referente importante en la concepción de la muestra. Según Caluff Pagés, “el pintor es en ocasiones descarnado, crítico ante su público, actitud que también asumió el citado escritor”, cual parece sugerir na afinidad entre el artista y el joven Vargas Llosa en sus posturas críticas frente a las sociedades que retrataban en sus respectivas creaciones, aunque aclara que no se trata de “extrapolar al nuestro el contexto peruano que detalla Vargas Llosa”. La inclusión de la imagen de un perro con el rostro de Vargas Llosa resulta algo más difícil de descifrar. Una posibilidad es que se trata de una recusación del viraje ideológico de Vargas Llosa y su apartamiento de la Revolución cubana. Otra es que el artista quiso representar al joven Vargas Llosa como un “perro” en el sentido que tenía la palabra en la novela (un cadete recién ingresado al colegio militar) y, por lo tanto, sometido a la violencia de un sistema que lo animaliza pero también dispuesto a resistir o, como dice Caluff Pagés, alguien que “está en guardia sólo ante las fieras”.

Los interesados pueden acceder aquí a la página del catálogo de Carmichael Alonso Libros donde podrán encontrar fotografías e información adicional sobre el folleto.

Transcribo a continuación el texto de presentación de la muestra.

La ciudad y los perros

La ciudad no es el simple lugar donde habita el hombre “civilizado”. Para muchos ese espacio cobra un sentido epistemológico. Allí indagan y descubren los orígenes de las intríngulis que plantea la propia vivencia cotidiana. Pero no todos sienten con la misma intensidad el impacto vivencial.

La cuna del pintor que hoy nos ofrece la muestra expositiva, ha sido esta ciudad de Matanzas. En la capital de Cuba recién ha finalizado el tercer año de su carrera artística, en el Instituto Superior de Arte. Los veintidós años de edad de Enelio Suárez (Matanzas, 1966) han transcurrido en una ciudad, y en ella él ha desplegado su potencial vital.

Después de su primer período abstracto, Enelio ha dejado los óleos para emplear el grafiti, escogiendo la figuración como modo expresivo. Premiado en el I Salón de Artes Plásticas, en este año ha logrado gran realismo anatómico en sus últimos dibujos. El propio perro es el elemento asociativo con la urbe, aunque no debemos temerle al título de esta su primera exposición personal originalmente tomado de la novela homónima de Mario Vargas Llosa: La ciudad y los perros.

No esperemos que todas las asociaciones tengan que establecer vínculo estricto entre sus componentes. El pintor es en ocasiones descarnado, crítico ante su público, actitud que también asumió el citado escritor. Tampoco ha sido el objetivo del joven extrapolar al nuestro el contexto peruano que detalla Vargas Llosa.

La muestra que se expone, es resultado de un período de búsqueda. Aún así, el pintor ha logrado hallazgos formales y conceptuales dignos de admiración.

Aunque puede pecar de desbalances, su indagación es justa y se efectúa al mismo tiempo en que esto ocurre entre sus con-generacionales.

El “período de los perros” por el que atraviesa la obra de Enelio, posee todos (o casi todos) los matices del noble animal: es sincera, leal, agresiva, justa, alegra, triste, expresiva. El animal está en guardia sólo ante las fieras. A los de blando corazón, él le lame agradecido.

Bertha Caluff Pagés

Postdata.- Algunas semanas después de escrita y publicada esta nota, y gracias a la intermediación de Augusto Wong Campos, conseguí finalmente contactarme con Enelio Suárez, quien ofreció un breve y muy valioso testimonio sobre su exposición de 1988. Agradezco al artista cubano su disposición para compartir con nosotros sus recuerdos, que transcribo a continuación.

La muestra se tituló así porque los personajes eran perros que pretendían ser humanos. Tenía una gran carga de crítica social y en eso guardaba relación con la obra de Mario. No estaba exactamente inspirada en la novela; pudo haber tenido otro título, pero el de la novela le quedaba perfecto.
Lo que quiero decir con que la obra mía no salió de la de Mario, es por la razón de que en Cuba estuvo o está prohibido su trabajo. Cuando llegó a mis manos la novela, de manera clandestina, yo tenía ejecutado casi todo el proyecto de mis perros. Me quedé perplejo con la similitud y puntos de contacto que teníamos ambos. Me tomé la licencia inmediata de poner el título, que le quedaría mejor que cualquier otro, y porque además el usar un texto prohibido le daba a mi expo un nuevo e interesante contenido. Muchos expectadores se tragaron la píldora de que mi obra venía de Vargas Llosa y a mí no me molestó. Además, qué puedo pedir, yo solo era un desconocido muchacho y Vargas Llosa era el maestro. Le dió a la exhibición un vuelco inesperado, con un toque más intelectual y de elevado vuelo.

 

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