Dionisio García: De “niño de la guerra” a traductor de La ciudad y los perros al ruso

La intrahistoria de las traducciones literarias -el método de trabajo del traductor, la relación de este con el autor, los criterios utilizados para resolver dudas, ambigüedades o palabras o frases “intraducibles”, la recepción crítica de las obras traducidas, los cambios que se insertan en sucesivas ediciones, etc.- constituye uno de los aspectos más fascinantes de la historia de la literatura. En el caso de los autores del boom nombres como los de Gregory Rabassa o Edith Grossman forman parte, también, de la historia transnacional de ese fenómeno literario. Ambos han ofrecido su testimonio sobre el arte de traducir: Rabassa publicó en 2005 If This Be Treason: Translation and Its Dyscontents. A Memoir (New Directions) y Edith Grossman, más recientemente, Why Translation Matters (Yale University Press, 2011). En el caso de Rabassa, su trabajo como traductor surgió casi por azar. Como profesor de literatura latinoamericana había traducido textos breves para una revista hasta que le encargaron su primera traducción profesional, Rayuela de Julio Cortázar, que lo hizo merecedor al “National Award” a la mejor traducción en Estados Unidos y dio origen a una fecunda carrera como traductor. En opinión de Deborah Cohn, Rabassa y sus traducciones marcaron un cambio fundamental en la recepción de la literatura latinoamericana en ese país. (No sé si habrá casos similares en otros idiomas, pero el de Rabassa es sin duda excepcional: entre las docenas de libros que tradujo están Rayuela, Conversación en La Catedral y Cien años de soledad, tres de las novelas más importantes del siglo veinte. Esa verdadera hazaña lo convierte en una especie de miembro honorario del boom).

La ciudad y los perros fue traducida al inglés por Lysander Kemp, quien también tradujo libros de Carlos Fuentes, Octavio Paz y otros autores latinoamericanos. La traducción de Kemp no resultó, al parecer, enteramente satisfactoria para Vargas Llosa (Rabassa, If This Be Treason, p. 75). De hecho, incluía algunos errores garrafales. Por citar un ejemplo, este pasaje, “‘La Salle’, aunque es un colegio para niños decentes, está en el corazón de Breña, donde pululan los zambos y los obreros” (La ciudad y los perros, 1a edición, Seix Barral, 1963, p. 29), apareció en inglés así: “La Salle, although it was a very respectable school, was located in the heart of the Breña district, with its zombos -half-Indian, half-Chinese- and its swarm of workers” (The Time of the Hero, Grove Press, 1966, p. 30). Aparte del error de escribir “zombos” por “zambos” (quizás un despiste del tipógrafo, no del traductor), definir “zambo” como mitad indio y mitad chino revela, por decir lo menos, un gran desconocimiento de la terminología racial latinoamericana.

Cuando empezó a considerarse la traducción de la siguiente novela de Vargas Llosa, La Casa Verde, Cass Canfield Jr, editor de Harper, le pidió a Rabassa encargarse de ello, muy probablemente a solicitud de Vargas Llosa y por recomendación de Cortázar, que había quedado muy satisfecho con la traducción de Rayuela. En una carta a Vargas Llosa del 1 de Diciembre de 1966 Cortázar le dice: “La gran noticia es lo de Rabassa. Formidable, Mario, ese muchacho es un gran cronopio y te va a traducir muy bien (…) Estoy muy feliz con esta noticia”. Y en carta a Rabassa del 15 de Agosto de 1967 Cortázar escribe: “Me alegro de que sigas adelante con La Casa Verde (después de la blanca, y la rosada… ¡qué diferencia!). Vi a Mario hace dos meses en París, y estaba muy contento de que fueras el traductor de su libro; en cuanto a mí, ya te imaginas”.

Luego de La casa verde Rabassa tradujo Conversación en La Catedral pero, en razón de su recargado trabajo, no pudo encargarse de ninguna de las siguientes novelas de Vargas Llosa. En sus memorias Rabassa asegura no lamentar esa circunstancia, pues había tenido la satisfacción de traducir las que él considera las mejores novelas del autor peruano. Varios traductores se encargaron de vertir al inglés las siguientes novelas de Vargas Llosa, pero ha sido Edith Grossman la más solicitada: ella tradujo Lituma en los Andes, Los cuadernos de don Rigoberto, La Fiesta del Chivo, Travesuras de la niña mala, El sueño del celta y El héroe discreto.

¿Cuántos y cuáles de los otros traductores de Vargas Llosa o de los demás escritores del boom han merecido la atención de los estudiosos o han sido destacados personajes del mundo literario internacional, como lo son Rabassa y Grossman? No muchos, sospecho, y algunos de ellos han quedado virtualmente en el anonimato, como el caso que a continuación voy a presentar.

Entre las numerosas traducciones de La ciudad y los perros, una de las más tempranas (se publicó en 1965) y ciertamente la de mayor tiraje (115,000 ejemplares) fue la traducción al ruso. En mi libro (p. 248) menciono algunas de las peripecias de esa edición, incluyendo la mutilación de varias páginas por contener materiales considerados “escabrosos”. La traducción estuvo a cargo de Natalya Leonidovna Trauberg, filóloga rusa, y Dionisio García, un asturiano nacido en 1929 que llegó a la Unión Soviética como parte del grupo conocido como “Los niños de la guerra” o “Los niños de Rusia”. Unos tres mil niños y niñas de familias republicanas fueron enviados por sus padres a la URSS entre 1937 y 1939 para protegerlos de las atrocidades de la guerra civil española. Muchos de ellos nunca volvieron a España o lo hicieron solo después de la muerte de Franco. (Ricard Vinyes, Montse Armengou y Ricard Belis, Los niños perdidos del franquismo, Plaza & Janés, 2002).

Ficha bibliotecológica de la edición rusa de La ciudad y los perros.
(Agradezco a Kristina Buynova por compartir conmigo este documento)

El escritor catalán Juan Goytisolo conoció a Dionisio García en Moscú durante su visita a la URSS en julio de 1965. Cito in extenso el recuerdo que de él nos dejó Goytisolo:

En el intervalo de mi llegada y la fecha de vuelo de Monique, frecuenté igualmente a los amigos de Agustín Manso y al núcleo de españoles cuyas señas me había procurado Claudín. Algunos eran miembros del Partido y se hallaban más o menos integrados en los rígidos, compartimentados estratos de la jerarquía soviética; otros, como el director teatral Ángel Gutiérrez, tropezaban con serios obstáculos profesionales o vivían enteramente fuera de aquélla, como Dionisio García. Este último, recién divorciado entonces de una gitana, había convivido largo tiempo con los monjes de Zagorsk, se ocupaba de la restauración de iconos y profesaba una viva afición a la literatura y la filosofía, aunque sus conocimientos de ésta fueran reducidísimos: su ignorancia de otras lenguas, con excepción del castellano y ruso, y la dificultad para proveerse de libros sobre el tema en ambos idiomas, circunscribía el ámbito de sus lecturas a una lista de autores breve y heteróclita. Recuerdo su curiosidad e interés por la obra de Kierkegaard, Bergson y Berdáiev, cuyas doctrinas conocía sólo de oídas, y su desconfianza y desdén radicales en lo referente a la política. Gracias a él, pude entrever algunos aspectos de la realidad soviética distintos y aún contrapuestos a los exhibidos en circuitos oficiales: el piso que compartía con varias familias o vecinos y del que solamente ocupaba una modesta habitación llena de libros; la existencia de grupos antisemitas, en los que, por su condición de español -del país de la Santa Inquisición y de los Reyes Católicos-, fue recibido un día en medio de parabienes y halagos. (En los reinos de Taifa, Obras Completas V, Galaxia Gutenberg, 2007, pp. 512-513).

Dionisio se hizo amigo de un grupo de artistas entre los que estaban el ya mencionado Ángel Gutiérrez y el renombrado cineasta ruso Andréi Tarkovski y que se reunían en el restaurante Ararat de Moscú. Dionisio y Gutiérrez, ambos asturianos, se habían conocido, según relata Carlos Muguiro en “Andréi Tarkovski y ‘Los españoles'” (Cuadernos Hispanoamericanos, No. 777, 2015), “en el internado en España mientras esperaban la evacuación en 1937. Dionisio aportaría al grupo del Ararat su fino oído musical y una gracia innata para tocar la mandolina, la guitarra y el clarinete. Recordaba canciones lejanas que sonaban en la II República, sonidos gitanos y coplas que cantaba a dos voces con Ángel” (p. 28). Hacia comienzos de la década de 1970 Gutiérrez, con apoyo de Tarkovski, intentó hacer una película sobre los desterrados españoles, “A la mar fui por naranjas”, título de una canción tradicional asturiana. En 1973, cuando el periodista José-Miguel Ullán visitó Moscú para escribir una serie de reportajes para la revista Destino, conoció a Gutiérrez y éste le habló de su proyecto: “Mi deseo es rodar una película sobre los españoles en la Unión Soviética. Tengo escrito el guion desde hace tiempo (…) La idea me vino cuando asistí a la despedida de los primeros españoles que regresaban a España. Pensé que ese adiós en el puerto de Leningrado podía ser el final de mi película. El protagonista se despide de esto como si se despidiera de la vida. Para nosotros, España ha sido siempre el paraíso del que un día fuimos expulsados” (“Espirales de Moscú”, Destino, No. 1849, 10 de Marzo de 1973, pp. 22-23).

El proyecto de Gutiérrez se frustró, según su propia afirmación, por órdenes de Dolores Ibarruri, “La Pasionaria” (El Mundo, 3 de Abril de 2014), pero el espíritu de ese proyecto se reencarnaría en una secuencia del film “El espejo”, de Tarkovski (1975): “Aquella operación era, realmente, la incubación de una película en otra, la miniaturización de un paisaje español en el interior de la catedral de Tarkovski” (Muguiro, p. 36). Dionisio García fue uno de los “actores” españoles que participaron en la filmación de ese episodio, en el que además se pueden ver escenas desgarradoras de los bombardeos de la guerra civil española y del embarque de los niños hacia Rusia y otros destinos. (La película completa está disponible aquí; las escenas de la guerra, con la canción “Navegando me perdí” de fondo, se pueden ver aquí).

Ullán conoció a Dionisio García durante su visita de 1973 (“el personaje más entrañable que he conocido en Moscú”). Aparte de su trabajo como traductor de La ciudad y los perros y de obras de Carlos Fuentes, Juan Goytisolo y otros, Ullán lo presentó como alguien muy aficionado a la pintura y la música y que conocía muy de cerca la cultura y geografía rusas. “Nadie mejor que él conoce mil lugares perdidos de este país”, escribió Ullán. De hecho, Dionisio García había llegado a identificarse mucho con su patria adoptiva, y así lo registró en varios momentos. Ullán escribió que “bajo su pinta de marginal velazqueño late un alma ya rusa”. En una entrevista de 2012 con “Sputnik News” Dionisio recordó las razones por las que decidió quedarse a vivir allí, a diferencia de muchos “niños de la guerra” que volvieron a España luego de la muerte de Franco:

Hubo tiempo que no nos dejaban ir, porque Francisco Franco y los comunistas eran enemigos mortales. Pero después de la muerte del generalísimo un nuevo gobierno español invitó a volver a los chicos, y entonces se fueron casi todos. En Rusia han quedado aproximadamente unos trescientos de nosotros. Gran parte de esos trescientos también fueron a España, pero por diferentes razones no les gustó la vida de allí y volvieron. Unos estaban casados con una mujer rusa y tenían ya hijos, otros estaban muy acostumbrados a la vida en Rusia. Yo fui uno de los que regresaron aquí porque estoy muy arraigado en Rusia. Los rusos tienen muchas cosas buenas, por ejemplo, una hermandad especial, todos son amigos.

Según Ullán, cuando Dionisio conoció “Occidente” a comienzos de la década de 1970 “regresó asqueado del egoísmo, de la fiebre por ascender, de la envidia, de las preocupaciones monetarias, de la falsedad”. Para Dionisio, la Unión Soviética representaba los valores de solidaridad y humanismo que él había aprendido a defender desde su juventud.

En 2012 publicó un libro de memorias en ruso titulado Recuerdos. La vida de un español en Rusia. Aquí está la portada:

Recuerdos_Dionisio García

En él, Dionisio no menciona su trabajo como traductor, pero sería equivocado deducir que para él no tuvo importancia. En otra entrevista insistió que sólo en Rusia pudo haberse desarrollado como artista, traductor y filósofo. “Rusia no se compara con nada”, remató.

Dionisio García vivió en carne propia algunos de los episodios más dramáticos del siglo veinte: la guerra civil española, el destierro, el régimen soviético y su posterior colapso. Desde su exilio en Moscú coprodujo una de las versiones de La ciudad y los perros que sin duda más lectores ha tenido. Su nombre no figura en las historias del boom ni en las biografías del Premio Nobel peruano. Por eso he querido recordarlo con esta semblanza biográfica.

Dejo aquí una fotografía de Dionisio en su taller, rodeado de pinturas y libros, y la portada de la primera edición rusa de La ciudad y los perros:

Dionisio García

 

 

3 responses

  1. Muchas gracias por contar esta historia olvidada por muchos en la ex URSS. La traducción rusa es en realidad una co-traducción con la famosa traductora Natalia Trauberg, quien también tradujo a otros escritores latinoamericanos como Ciro Alegría, Asturias y Cortázar.

  2. Os agradezco el post, no conocía el libro, pero me lo compraré porque, además de ser histórica, relata unos acontecimientos vividos en una época muy compleja de la antigua URSS desde el punto de vista de un niño que sufre y padece el horror de la guerra. Gracias por compartir tan buena literatura. saludos de nuria de cositas chulas

  3. Excelente artículo! La verdad es que la traducción literaria es la razón que empuja a muchos amantes de la literatura a estudiar traducción, pero luego la realidad acaba llevado a la mayoría por otros caminos… Traducir literatura es extremadamente difícil, muy exigente, y no está a la altura de cualquiera. Los buenos traductores literarios se cuentan con los dedos de una mano! La mayoría de traductores (yo mismo lo soy) nos acabamos dedicando a temas mas prosaicos, como la traducción técnica, jurídica o científica. Por cierto, buscamos traductor nativo para realizar traducciones de Español a Ruso, pero no literarias… sino jurídicas!

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