¿Dónde está la revolución en América Latina? Debate en París (octubre de 1964)

El 20 de octubre de 1964, en París, el Centro de Estudios Socialistas organizó una mesa redonda bajo el título “Oú va l’Amerique latine?”, para discutir la situación política de la región. Participaron el periodista y ensayista francés Claude Julien (que luego sería director de Le Monde); Mario Vargas Llosa; Juan Arcocha, escritor y periodista cubano, autor de la novela Los muertos andan solos (1962) y, en ese momento, agregado de prensa de la embajada de su país en París (*); y Josué de Castro, prominente geógrafo y estudioso de los problemas del hambre en el mundo (**).

La transcripción de las cuatro intervenciones y la breve discusión que les siguió fue publicada en el número doble 64-65 de Les cahiers du Centre d’Etudes Socialistes, correspondiente a junio de 1965, bajo el título de “Ou en est la révolution en Amérique latine?” (“¿Dónde está la revolución en América Latina?”).

Quiero resaltar dos aspectos de la intervención de Vargas Llosa. En 1964, como es sabido, Vargas Llosa era todavía un defensor de la Revolución cubana y de los movimientos revolucionarios en el Perú y otros países de la región. En su intervención en este debate expresó su convicción de que en aquellos países gobernados por dictaduras (Paraguay, por ejemplo) o cuyas burguesías eran muy “cerradas” (Perú), el camino violento parecía ser el más viable. Por otro lado, una revolución “por la vía pacífica” resultaba plausible en aquellos países que tenían una firme tradición democrática y una burguesía más “abierta”, como Uruguay y Chile. Esta visión, de hecho, era congruente con la propuesta original del Che Guevara, para quien la revolución violenta era el camino correcto allí donde existían regímenes dictatoriales, pero era “imposible” en los países con gobiernos democráticamente electos. Así lo expresó en La guerra de guerrillas (1961):

Donde un gobierno ha subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y mantiene al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica.

El historiador Matt Childs llamó a esto el “corolario democrático” del pensamiento guevarista. Más adelante, en 1963, el Che radicalizó su posición y promovió la violencia revolucionaria aún en países donde existían gobiernos nacidos de elecciones (ver “Guerra de guerrillas: un método”, Cuba socialista, septiembre de 1963).

El segundo asunto a subrayar en la presentación de Vargas Llosa es el hecho de que el gobierno de Estados Unidos y sus políticas intervencionistas en la región no son mencionados. En el caso de “la experiencia guatemalteca”, su fracaso se debió, dice, a una intervención “extranjera”, sin especificar cuál ni enfatizar el papel crucial que jugaron el gobierno de Estados Unidos y la CIA en el derrocamiento de Árbenz; al referirse a la “trinidad” opresora de los pueblos latinoamericanos, Vargas Llosa mencionó genéricamente a “empresas extranjeras”; Cuba, precisó, no se dejó intimidar por “fuerzas mercenarias”, pero no hizo mención del papel de Estados Unidos en la invasión en Playa Girón y otras acciones hostiles; y cuando habló del golpe de estado de 1964 en Brasil, tampoco aludió al apoyo que los militares de ese país recibieron del gobierno estadounidense. La ausencia de referencias directas a Estados Unidos en las presentaciones de Vargas Llosa resulta aún más llamativa cuando se constata que los otros tres participantes sí hicieron mención explícita de Estados Unidos y sus políticas en la región. Arcocha, por ejemplo, denunció claramente la “hostilidad” y la “agresión abierta” del país del norte hacia Cuba.

He traducido el texto completo de las intervenciones de Vargas Llosa en esa mesa redonda. Para agilizar un poco la lectura he introducido divisiones en los largos párrafos que componían el texto, y he colocado algunas notas explicativas (excepto la número 2, que es del propio Vargas Llosa). Los interesados en leer la versión completa y en francés del debate podrán acceder al documento aquí.

 

¿Dónde está la revolución en América Latina?
Mario Vargas Llosa

20 de octubre de 1964

Después del panorama tan sombrío pero justo que Claude Julien ha presentado sobre la realidad económica de América Latina, me gustaría hablarles brevemente sobre la situación política del nuevo mundo después de la Revolución cubana. Digo “después de la Revolución cubana” porque creo que esta revolución fue un acontecimiento capital, que modificó la realidad política, social e incluso económica de América Latina. Por lo tanto, debemos tener en cuenta la Revolución cubana para analizar cualquier problema político de nuestro continente. Primero, hay que decir que la Revolución cubana tuvo un extraordinario efecto psicológico, desde el punto de vista político, sobre las masas latinoamericanas. En efecto, la Revolución se produjo en un momento en que reinaba un cierto pesimismo, un desánimo político en todo el continente. Era un pesimismo bastante justificado. De hecho, hubo antes un fracaso y un semi fracaso revolucionarios en América Latina, que nos causaron una gran impresión a todos. Primero, el “caso de Guatemala”. Probablemente todos recuerden el régimen progresista del coronel Jacobo Árbenz, quien intentó sacar a su país de la estructura agraria feudal y que había intentado ciertas reformas liberales. ¿Cuál fue el resultado? Una intervención extranjera: la experiencia guatemalteca terminó en un baño de sangre. Vino después el “caso de Bolivia”, es decir el triunfo del MNR[1]. Recuerdo, pues acababa de ingresar a la Universidad cuando los mineros bolivianos bajaron a La Paz y tomaron los cuarteles, la emoción y el entusiasmo que este evento despertó en nosotros, en el Perú. Los universitarios salimos a las calles para celebrar la Revolución boliviana como si fuera nuestra revolución. Poco después, sin embargo, los estudiantes peruanos que habían salido a las calles para celebrar la Revolución boliviana fueron encarcelados por nuestro dictador Odría y deportados a Bolivia, donde fueron enviados a prisión por el régimen revolucionario. El presidente Paz Estensoro de Bolivia vendría algún tiempo después a visitar al dictador Odría. ¿Qué había pasado? La Revolución boliviana no había sido aplastada por la violencia como la Revolución guatemalteca, sino que, por medio de la presión, se había vaciado de su energía, desviada de sus objetivos y disminuida en su ímpetu.

De modo que había razones poderosas para ser pesimistas sobre la posibilidad de romper el impasse latinoamericano. Se pensaba que esa trinidad, esa triple alianza que impide el desarrollo latinoamericano -formada por las empresas extranjeras, las oligarquías nacionales y el ejército- era todopoderosa. Y fue en ese momento que tuvo lugar la Revolución cubana y el pesimismo se convirtió en optimismo. De hecho, Cuba nos mostró que era posible romper esa trinidad, que no era invencible. Pero, además, y esta es la segunda conclusión que se puede derivar de esa experiencia, la Revolución cubana fue mucho más lejos que las otras. Por lo tanto, no solo nos mostró que era posible romper esa alianza, sino que podíamos ir mucho más lejos que las reformas que se intentaron hacer en Guatemala y Bolivia. Descubrimos que, quizás, la debilidad de esas dos revoluciones aplastadas o traicionadas había sido su prudencia, su timidez en [la aplicación de] las reformas. Cuba nos mostró que teníamos que ir hasta el final. Existe en español un proverbio que dice, “a grandes males, grandes remedios”. Esto es lo que nos ha demostrado la Revolución cubana. Los líderes cubanos no retrocedieron ante las amenazas ni se dejaron intimidar por las fuerzas mercenarias. Respondieron con medidas más progresistas y la Revolución cubana resistió[2].

De hecho, el fracaso del reformismo en América Latina se confirmó después de la Revolución cubana en varios países. Ya hemos citado el caso de Brasil, donde había un régimen liberal que quería hacer reformas graduales para evitar la violencia y todos ustedes saben cómo terminó. Se produjo el golpe militar, gracias al cual tenemos con nosotros esta tarde al Sr. Josué de Castro, pero es lo único que podemos agradecer al putsch. Sabemos cuáles serán las consecuencias para Brasil de este golpe de estado. De hecho, los regímenes reformistas liberales en América Latina, tan pronto como están en el poder, deben ceder en sus posiciones si no quieren ser derrocados. Podría citar el caso de mi país, Perú, donde en las últimas elecciones un equipo de hombres bastante jóvenes y honestos tomó el poder[3]. Ellos querían hacer reformas liberales y habían prometido resolver el problema del petróleo[4]. Es, desde el punto de vista formal, un régimen democrático, ya que ha respetado la libertad de prensa y la libertad de los partidos políticos. Sin embargo, después de dos años de gobierno, la reforma agraria, que fue aprobada por el Congreso, fue considerada por el propio vicepresidente del Perú como una estafa, y ya nadie habla del problema del petróleo. Sucede que la “trinidad” logró hacer retroceder y ceder en sus posiciones a esos hombres bien intencionados. Las buenas intenciones en América Latina no son suficientes. Incluso podríamos aplicar a estos gobiernos de buenas intenciones la frase de Gide sobre la literatura: “con buenas intenciones hacemos mala literatura”. Podríamos decir, entre nosotros, que con buenas intenciones hacemos mala política.

Por lo tanto, creo que la influencia de la Revolución cubana se ha vuelto también, a veces, muy peligrosa, porque en varios países se pensó que podría reproducirse de manera idéntica. Ha habido varios intentos en América Central y del Sur de repetir el proceso cubano y no han tenido éxito. En el Perú, por ejemplo, podría citar varios casos; en el más reciente murió un joven poeta peruano de 21 años, Javier Heraud. Fue una tragedia[5]. El grupo de jóvenes fueron perseguidos con disparos no solo por la policía, sino también por los propios campesinos, a quienes les habían dicho que [los guerrilleros] les iban a robar sus tierras. La Revolución cubana a veces ha abierto los ojos no solo a los líderes revolucionarios y a los intelectuales, sino también a las fuerzas reaccionarias de cada país.

Es por eso que esta revolución latinoamericana no será idéntica a la que ocurrió en Cuba. En nuestros países, por ejemplo, no podremos beneficiarnos en la lucha revolucionaria, como sucedió en Cuba, del apoyo de ciertos elementos de la burguesía que creían que el movimiento fidelista estaba marchando en una dirección liberal. Ahora lo saben y la campaña contra la Revolución cubana es muy fuerte. Además, en cada país latinoamericano las condiciones económicas, sociales y políticas son diferentes, como dijo Claude Julien. Por lo tanto, los líderes revolucionarios deben tener en cuenta todos estos elementos. La revolución en algunos países puede tomar una forma violenta porque es la única posible; es casi inconcebible que un régimen dictatorial como el de Stroessner, en Paraguay, permita una evolución gradual. Por el contrario, es muy improbable que en un país como Uruguay, donde funcionan las instituciones democráticas, donde hay hábitos democráticos bastante sólidos, sea posible una revolución armada. Creo que, a la pregunta planteada en este debate, ¿hacia dónde van los países de América Latina?, se podría responder que van hacia el socialismo, pero no a la misma velocidad o siguiendo el mismo modelo.

DISCUSIÓN

Me han hecho dos preguntas que, creo, están estrechamente relacionadas. ¿Cuál es la posición de los grupos revolucionarios latinoamericanos frente al conflicto sino-soviético? ¿Cuál es la posición de las organizaciones revolucionarias frente a la revolución por la vía pacífica?

La respuesta será muy breve. Creo que en América Latina, como en todas partes, el conflicto sino-soviético tuvo repercusiones muy importantes para los partidos comunistas. Ha habido discusiones y también divisiones. Este es el caso, por ejemplo, de Brasil, donde ahora hay dos partidos comunistas; también el del Perú, donde hay un partido comunista pro soviético y otro pro chino. Creo que en ciertos países donde no ha habido división, se ha producido la formación de organizaciones pro chinas, como es el caso de Chile, pero precisamente en Chile, a pesar de la existencia de dos organizaciones comunistas separadas debido a ese conflicto, su posición no es tan irreductible porque las organizaciones pro chinas apoyaron la candidatura de Salvador Allende en las últimas elecciones. Esto muestra bastante bien cómo las organizaciones revolucionarias latinoamericanas, al aprender de los muchos errores cometidos en el pasado, entendieron que los problemas fundamentales que tienen que enfrentar ahora son aquellos planteados por sus propias realidades. En el pasado, los partidos comunistas, en la mayoría de los países latinoamericanos, han sido muy limitados, no se han desarrollado mucho debido a los errores cometidos, incluyendo un cierto mimetismo respecto a la URSS. Esto los llevó a adoptar una conducta que no estaba definida por el país en el que actuaban. Creo que esto está comenzando a cambiar, y es por eso que el conflicto ideológico sino-soviético no se convertirá en un problema importante para los partidos comunistas, que tienen un problema fundamental que resolver y que es el de la revolución latinoamericana.

Y aquí viene la otra pregunta: ¿Cuál es la posición de las organizaciones revolucionarias frente a la revolución por la vía pacífica? Creo que no podemos dar una respuesta única, válida para todos los países latinoamericanos porque, como dije antes, las condiciones históricas, económicas, sociales y políticas no son las mismas en todas partes. De hecho, son muy diferentes. Además, así como es muy difícil concebir una revolución pacífica, gradual y a través de elecciones en países donde hay dictaduras, como es el caso de Paraguay y Haití, y donde inevitablemente la revolución tendrá una forma violenta, es también muy difícil concebir, en países democráticos como Uruguay o Chile, al menos en el futuro inmediato, una lucha insurreccional. También existe, creo, el problema geográfico. Un político uruguayo dijo aquí hace unos días: “La Sierra Maestra de Uruguay es la única colina del país, que tiene 200 metros de altura”. Por lo tanto, [la revolución] se desarrollará en cada país de una manera diferente. Creo que también debemos tener en cuenta el grado de madurez política de la burguesía, que no es el mismo en cada país. Hay burguesías latinoamericanas que son más inteligentes que otras, que se dan cuenta de que su egoísmo y su resistencia a los cambios precipitarán su ruina más rápidamente; y hay burguesías como la chilena, por ejemplo, que es mucho más abierta que la peruana, que es quizás la más egoísta y la más estúpida de América Latina. Podría darles como ejemplo lo que sucedió hace unos años cuando el director del Instituto Economía y Humanismo de Francia, el padre dominico Lebret, fue al Perú y después de haber viajado por el país y dado sus impresiones a los periodistas, fue inmediatamente expulsado del país y acusado de comunismo y de agitador por todos los periódicos. ¡Un padre dominico![6] Obviamente, ante una oligarquía tan cerrada, tan hostil a cualquier concesión o reforma, es muy difícil concebir una revolución pacífica. Pero, por otro lado, la cuestión se plantearía de manera diferente en otros países más desarrollados y con clases dominantes más abiertas.

Notas

[1] Movimiento Nacionalista Revolucionario [CA].

[2] Creo que la conclusión que se puede extraer es la siguiente: la situación económica y social de América Latina es tal que las soluciones reformistas son prácticamente inconcebibles. La única forma en que América Latina puede salir de la extrema pobreza y la injusticia social es la solución cubana, es el socialismo [MVLL].

[3] Se refiere al gobierno presidido por Fernando Belaunde Terry (1963-1968) [CA].

[4] “El problema del petróleo”, es decir, el debate en torno a la propiedad de los yacimientos petroleros controlados por empresas norteamericanas, no pudo ser resuelto por el gobierno de Belaunde Terry y fue una de las causas esgrimidas por los militares nacionalistas que lo derrocaron el 3 de octubre de 1968 [CA].

[5] Heraud murió acribillado por la policía el 15 de mayo de 1963 en Puerto Maldonado. En 1961, Heraud había pasado algunas semanas en casa de Vargas Llosa en París. Vargas Llosa escribió su “Homenaje a Javier Heraud” apenas se enteró de la noticia (ver Marcha, Montevideo, 7 de junio de 1963). En carta a Abelardo Oquendo del 20 de mayo, escribió: “He escrito ese homenaje con los ojos llenos de lágrimas, no puedo creer que esos malditos perros lo hayan matado. Pobre Javier, aquí hablamos horas y horas de la revolución y de las guerrillas y él bromeaba y decía, ‘no debe ser tan fácil eso de hacerse guerrillero’ … Por más que hago esfuerzos no me lo imagino muerto y enterrado como un perro, no me lo imagino entrando a escondidas al Perú por las selvas para hacerse guerrillero. Es hermoso, es grande, es heroico” [CA].

[6] En 1958 el Senado peruano contrató a Louis-Joseph Lebret para hacer un estudio de los sectores marginales del país. Según el historiador Jorge Basadre, fue acusado por los sectores derechistas de “filo comunista”. Lebret ejerció una gran influencia sobre los sectores progresistas de la iglesia católica, incluyendo aquellos identificados con la Teología de la Liberación [CA].

 

______

(*) Juan Arcocha, como Vargas Llosa, se apartó gradualmente de la Revolución cubana y rompió con ella luego del caso Padilla.

(**) Josué de Castro se desempeñaba como embajador en Ginebra al momento del golpe militar ocurrido en su país el 31 de marzo de 1964, a raíz del cual fue destituido de su cargo. El 9 de noviembre de 1964, el editor peruano Francisco Moncloa le escribió a Vargas Llosa para contarle que uno de sus proyectos era publicar un libro de Carlos Malpica sobre el hambre en el Perú. Y agregó: “Creo que tendría verdadera trascendencia, tanto para Malpica, para mí como para el público, obtener que el mismísimo Josué de Castro prologara la obra. Y como ha caído en mis manos un volante que indica que has participado hace poco en una mesa redonda con él, te rogaría que tomases contacto con él para poderle escribir oficialmente y solicitarle el prólogo, previo envío, por supuesto, de los originales y previo acuerdo también sobre la remuneración correspondiente”. El libro apareció en 1966 con el título Crónica del hambre en el Perú. Según Ronald Crist, quien escribió una reseña del libro, De Castro había aceptado escribir el prólogo pero luego, por razones de salud, no pudo cumplir con el encargo.

 

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