Ribeyro, Vargas Llosa y La ciudad y los perros


Julio Ramón Ribeyro

Los epistolarios de escritores suelen ser una fuente privilegiada para los estudiosos de la literatura y la historia intelectual. En esas cartas se puede encontrar información valiosa, y con frecuencia única, sobre la vida privada de los autores pero también, y de manera más importante, sobre los procesos de creación y difusión de sus obras y sobre las redes intelectuales y de amistad de las que formaron parte. En el ámbito latinoamericano, por ejemplo, la extraordinaria colección de cartas de Julio Cortázar editada en cinco volúmenes por Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga es un caso ejemplar por la cantidad de epístolas, el periodo que abarcan (casi medio siglo) y la gran variedad de temas que cubren (personales, políticos, editoriales, amistosos, y otros). En el caso de los escritores mexicanos Octavio Paz y Carlos Fuentes se han publicado compilaciones de sus respectivos intercambios con el editor Arnaldo Orfila, en tanto Guillermo Sheridan ha publicado en Letras libres algunas notas basadas en la correspondencia entre Paz y Fuentes cuya edición completa promete ser un acontecimiento literario de primera magnitud. Otros autores cuya correspondencia ha sido publicada al menos parcialmente son José Lezama Lima, José María Arguedas (varios volúmenes de cartas a distintos corresponsales como John Murra, Pedro Lastra y otros), Alejo Carpentier (cartas a su madre), Jorge Luis Borges (correspondencia con Macedonio Fernández, Alfonso Reyes, y otros) y entre los críticos, destaca la reciente publicación de la correspondencia entre Ángel Rama y Antonio Candido.

El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, autor de varias colecciones de cuentos reunidas en La palabra del mudo, algunas novelas, un celebrado diario (La tentación del fracaso) y textos breves (Prosas apátridas, Dichos de Luder) mantuvo una abundante correspondencia con editores y escritores durante el largo periodo que vivió en París. En una entrevista con Jorge Coaguila reveló que en su vida había tenido “magníficos” corresponsales y que las cartas las tenía “bien guardadas” (Ribeyro. La palabra inmortal, Jaime Campodónico editor, 1996, p. 62). Las cartas que envió a su hermano Juan Antonio fueron publicadas de manera parcial en dos tomos en 1996 y 1998 (Cartas a Juan Antonio. Tomo I, 1953-1958 y Tomo II, 1958-1970, Lima, Jaime Campodónico editor).

Un nuevo volumen de cartas de Ribeyro, esta vez dirigidas al crítico y traductor alemán Wolfgang Luchting, ha sido publicado hace pocos meses: Cartas a Luchting (1960-1993) (Universidad Veracruzana, 2016). La edición ha estado a cargo del profesor Juan José Barrientos, de la Universidad Veracruzana en Xalapa. Los originales de estas cartas se encuentran depositados en la colección de papeles de Wolfgang Luchting en la Universidad de Princeton, donde también se encuentran las que Luchting envió a Ribeyro.

 

Luchting (1927-1999) conoció a Ribeyro en París hacia 1954, y a través suyo entró en contacto con Vargas Llosa a comienzos de la década de 1960. Luchting se convirtió en agente literario de Ribeyro, publicaría varios ensayos sobre ambos autores y, además, tradujo al alemán La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en La Catedral, así como varios cuentos y libros de Ribeyro. En 1968, cuando era profesor en Washington State University, en Pullman, invitó a Vargas Llosa como profesor visitante. (Luchting ofreció algunas reminiscencias de la presencia de Vargas Llosa en Pullman al comienzo de su artículo “Los fracasos de Mario Vargas Llosa”, includo en el volumen Agresión a la realidad, Las Palmas, 1971). Ese mismo año Vargas Llosa escribió un texto sobre Luchting (“Un compatriota involuntario”) que luego se publicó como prólogo a su libro Pasos a desnivel (Caracas: Monte Ávila, 1971). En él Vargas Llosa elogió el compromiso de Luchting con el Perú: “se ha convertido en un peruano”, escribió, y por lo tanto “está condenado a vivir con el Perú a cuestas, para bien y para mal, hasta que la muerte los separe”. También elogió Vargas Llosa la seriedad con que Luchting acometía sus trabajos de traducción: “El libro por traducir no sólo es leído, releído, vuelto a leer, anotado, diseccionado, pulverizado; además, el autor es interrogado, averiguado, psicoanalizado, vaciado, en caudalosas cartas apremiantes que suman montañas de papel”. Varias cartas de Ribeyro permiten comprobar la acuciosidad que ponía Luchting en su trabajo como traductor.

Wolfgang Luchting en 1978, durante su participación en un evento sobre la obra de Mario Vargas Llosa en la Universidad de Oklahoma

En otro lugar ofreceré un recuento más amplio del contenido de este volumen de cartas a Luchting. Aquí me limitaré a comentar las referencias a Mario Vargas Llosa y, especialmente, a La ciudad y los perros.

Ribeyro y Vargas Llosa, como se sabe, fueron amigos cercanos, especialmente durante los años que ambos vivieron en París, incluyendo el período de redacción de la primera novela de Vargas Llosa. Este contó en alguna oportunidad que Ribeyro fue “una de las primeras personas a las que dí a leer el manuscrito de La ciudad y los perros“, una afirmación que en mi libro (Biografía de una novela, p. 76) puse en duda. Me basaba en las referencias que había encontrado en la correspondencia y el diario de Ribeyro, de marzo de 1964, en las que elogiaba la novela pero no hacía mención al hecho de haberla leído anteriormente en manuscrito. Una carta de Ribeyro a Luchting fechada el 23 de diciembre de 1963, pocas semanas después de la publicación de la novela, echa luces sobre ese asunto y confirma la versión de Vargas Llosa:

Mi compatriota Mario Vargas Llosa ha escrito una gran novela, que estuvo a punto de ganar el Premio Formentor y que acaba de aparecer en español. No sé si habrá llegado a Lima la novela, pero si la encuentras te recomiendo que la leas. Los críticos dicen que es la novela “más importante” escrita en español en los últimos treinta años. Yo leí solo los tres primeros capítulos cuando aún estaba a máquina y me parecieron excepcionales, aunque un poco confusos. Para editarla, Vargas Llosa cortó y eliminó mucho, de modo que debe haber quedado muy bien (Cartas a Luchting, p. 64).

Esta carta confirma que Vargas Llosa, en efecto, le dio a leer el manuscrito a Ribeyro, o al menos una parte de él. El hecho de que se tratase de una lectura parcial explica, quizás, por qué Ribeyro no lo mencionó en sus comentarios sobre la novela luego de haberla leído completa y en versión impresa en 1964.

El comentario de Ribeyro despertó el interés de Luchting no solo por traducir al alemán la novela de Vargas Llosa sino también por convertirse en agente literario suyo en Estados Unidos y Alemania. En carta del 13 de enero de 1964 escribe Ribeyro:

He demorado en contestar pues estuve esperando la ocasión de ver a Mario Vargas Llosa a fin de transmitirle lo que me decías. Recién anoche pude entrevistarme con él y he aquí lo que me ha dicho: Su editor Carlos Barral tiene no sé si oficiosamente o contractualmente el derecho de gestionar la traducción de su novela a idiomas extranjeros. Es así que ya lo ha hecho traducir al holandés y sucederá lo mismo con Estados Unidos, Inglaterra y Francia y no sé qué otro país. Con Alemania pasa lo siguiente: la editorial Piper (así creo que se llama) fue la elegida por Carlos Barral para traducir la novela. Pero esta editorial escribió a Vargas Llosa pidiéndole la autorización para suprimir unas cien páginas del libro. Vargas Llosa se opuso y las gestiones quedaron suspendidas, pero él cree que se llegará a un acuerdo. En resumen, Vargas Llosa no necesita servicio de agencia en Estados Unidos ni en Alemania, pero en cambio tal vez necesite un traductor al alemán, sea para Piper o para otra editorial, en caso de que esta insista en suprimir las cien páginas (Cartas a Luchting, p. 65).

La propuesta de la editorial alemana de recortar cien páginas de la novela resulta bastante extraña y obviamente Vargas Llosa no tenía otra opción que rechazarla. La traducción de La ciudad a los perros al alemán, realizada por Luchting gracias a la intermediación de Ribeyro, fue más tarde publicada por la editorial Rowohlt Verlag en 1966.

El 16 de marzo de 1964 Ribeyro anotó en su diario que había terminado de leer la novela, y tres días después le envió una carta a Vargas Llosa: “Acabo de terminar la lectura de tu novela. La encuentro sensacional. De un ‘coup de maitre’ le has dado a la novela peruana su dimensión universal. Un saludo aún asombrado”. Poco después, el 1 de abril, le escribió a Luchting:

Leí la novela de Vargas Llosa. La encontré extraordinaria. Me gusta sobre todo su construcción. Las reservas que puedo hacerle son minúsculas comparadas con sus grandes cualidades (Cartas a Luchting, p. 67).

La novela siguió dando vueltas en la cabeza de Ribeyro, y días después, el 11 de abril, compartió con Luchting algunas reflexiones adicionales sobre su estructura:

He estado revisando el libro de Vargas Llosa y me he dado cuenta de una cosa: que está hecho de una serie de fragmentos innecesarios pero que en conjunto resultan indispensables. Teóricamente se podrían eliminar un monólogo, una descripción, un diálogo, etc., sin que el libro perdiera ni su valor ni su claridad. Pero en la práctica esto no puedes hacerlo, pues ¿qué criterio seguirías para ello? ¿Qué te impediría eliminar este fragmento en lugar de este otro? A la postre todos serían eliminables y por ello mismo ninguno lo es. Creo que toda obra lograda (réussi) da testimonio de esta paradoja: que llega a lo esencial por aglutinación de lo secundario (Cartas a Luchting, pp. 68-69).

En mayo de 1964 Vargas Llosa regresó a Lima en tránsito hacia la selva peruana. Por entonces había terminado un primer borrador de La casa verde pero se sentía “inseguro, lleno de zozobra respecto al libro … Tomé la determinación de no publicar el libro mientras no hubiera retornado a la selva” (Historia secreta de una novela, Tusquets, 1971, pp. 67-68). Era su primera visita al Perú luego de la publicación de La ciudad y los perros y de la conmoción que esta había causado, tanto entre aquellos que la admiraban como entre quienes la repudiaban, en muchos casos sin haberla leído. Ribeyro siguió de cerca esa visita a través de la prensa y dejó algunas impresiones en una carta a Luchting del 27 de mayo de 1964:

A propósito de Vargas, vi los recortes de su llegada a Lima (ha viajado por dos meses); su recibimiento fue triunfal: un héroe nacional. En la revista Oiga hay una foto abrazando a su abuelita. En no sé qué otro periódico lo llaman el “megatónico” novelista. Oiga le hace un reportaje cruzado, en el que intervienen tres reporteros. Caretas le dedica tres páginas ilustradas. Su novela será traducida al japonés y al hebreo (aparte del finlandés, sueco, noruego y demás lenguas decentes de Europa). Un caso único en la literatura peruana. Me alegra por él, porque lo merece, pero tanto ruido me inquieta un poco. Es la desventaja de la gloria: siempre exige un poco de impudor (Cartas a Luchting, p. 74).

En mi libro reconstruyo un episodio relacionado con La ciudad y los perros en el que Ribeyro tuvo participación destacada: la denuncia que se hizo, durante un congreso de escritores en Berlín, de la supuesta quema de ejemplares de La ciudad y los perros en el Colegio Militar Leoncio Prado. Ribeyro y Augusto Roa Bastos redactaron un documento de protesta contra la quema de ejemplares que fue luego firmado por Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, João Guimarães Rosa y muchos otros participantes en el evento. Ese documento nunca se publicó y tampoco he podido encontrarlo en los distintos archivos que he consultado (Biografía de una novela, pp. 231-240).

La correspondencia entre Ribeyro y Luchting permite conocer algunos detalles adicionales relacionados con el evento de Berlín. Ribeyro menciona, en carta del 6 de setiembre de 1964, que César Miró, escritor y embajador peruano ante la UNESCO, había enviado a los organizadores una lista con los nombres de los escritores peruanos que él recomendaba que fueran invitados: Vargas Llosa, Scorza, Juan Gonzalo Rose, Ribeyro, “y no sé quién que está en España”. Esa lista no fue aprobada. Ribeyro fue invitado pero “por otra vía”. Según Ribeyro, Vargas Llosa quedó “un poco decepcionado por no haber sido invitado”. Luchting también le había indicado a Ribeyro su deseo de asistir, y tanto Ribeyro como Vargas Llosa se mostraron dispuestos a ayudar, pero el segundo hizo una observación bastante obvia: “¿Con qué autoridad puedo pedir que se invite a un coloquio a una persona cuando ni yo mismo he sido invitado?”. Ribeyro luego menciona que sólo se había invitado a autores que habían sido traducidos al alemán, lo que explicaría por qué no se invitó a Vargas Llosa (Cartas a Luchting, p. 79). Luchting, al final, fue invitado y asistió al evento.

Grupo de escritores que asistieron al congreso de Berlín. En la segunda fila, al centro de la imagen, aparecen Ribeyro y Luchting (1)

No hay en las cartas de Ribeyro a Luchting referencias a los hechos acontecidos durante el evento de Berlín. De hecho, la correspondencia se interrumpe por casi dos meses, en parte porque Ribeyro dedicó casi todas sus energías a terminar la novela Los geniecillos dominicales que iba a presentar al concurso de novela convocado por el diario Expreso y “Populibros peruanos” y que terminaría ganando.

Para terminar con las referencias a La ciudad y los perros, en una carta fechada el 10 de noviembre de 1964 Ribeyro comenta la reseña que escribió Washington Delgado: “Critica al libro de Mario. Sus observaciones, tomadas aisladamente y en abstracto, son justas, pero en conjunto y aplicadas a La ciudad y los perros, se desvanecen” (Cartas a Luchting, p. 85).

A lo largo de los años Ribeyro dejará constancia en su correspondencia con Luchting de su amistad con Vargas Llosa y la admiración que tenía por él, aunque también expresó sus reservas hacia algunas de sus novelas: celebró la publicación de La casa verde (“esta novela te corta el aliento”) aunque también hizo algunos reparos (“me pregunto sin embargo a qué conduce tanto alarde de técnica”); se alegró por el premio Rómulo Gallegos que Vargas Llosa recibió en 1967; mostró su irritación con las “puyas” que le lanzaron a Vargas Llosa desde la revista Narración; no parecía muy impresionado con la lectura de Conversación en La Catedral (“te confieso que hasta el momento no me seduce ni me atrapa ni me deslumbra como las anteriores”, pero aclara que “es una opinión provisional pues necesito terminarla”; más tarde, según cita Jorge Coaguila, diría que “Me ha gustado menos que La ciudad y los perros y La casa verde. Creo que Vargas Llosa no es tan universal en esta obra suya como en las otras”); y en un par de cartas se refirió a Vargas Llosa como futuro Premio Nobel. El aprecio era mutuo: Vargas Llosa fue muy generoso con Los geniecillos dominicales (“el más hermoso de sus libros, el de gloria más cierta y durable”) y en 1984 escribió el prólogo a una nueva edición de Prosas apátridas que, al final, se publicó como artículo en diversos diarios.

Como es sabido, la amistad entre ambos se interrumpió en 1987, cuando Vargas Llosa encabezó la protesta contra el gobierno de Alan García por su proyecto de estatización del sistema financiero peruano y Ribeyro, que era por entonces embajador del Perú ante la UNESCO, optó por defender la medida y criticar a Vargas Llosa: “Por primera vez he tenido que hacer declaraciones y firmar documentos contra la posición política de mi querido y viejo colega” (Cartas a Luchting, p. 277). En una de esas declaraciones afirmó que “la posición asumida por Vargas Llosa lo identifica objetivamente con los sectores conservadores del Perú”. En sus memorias Vargas Llosa se refirió a las “declaraciones furibundas” de Ribeyro contra él y lo describió, citando una crónica de José Rosas-Ribeyro, “trotando por París con otros funcionarios del gobierno aprista en busca de firmas” para apoyar aquello que Vargas Llosa criticaba. Vargas Llosa atribuyó esto no a las convicciones políticas de Ribeyro sino a un “instinto de supervivencia diplomática” (El pez en el agua, Barcelona, Seix Barral, 1993, p. 313). El distanciamiento entre ambos no impidió que Vargas Llosa firmara una carta redactada por Ribeyro condenando el asesinato de María Elena Moyano por Sendero Luminoso en 1992 (Ribeyro, la palabra inmortal, p. 77). Años más tarde, ya muerto Ribeyro, Vargas Llosa recordaría la tristeza que le produjo el distanciamiento: “En realidad no tuve un incidente con él, porque no lo volví a ver, pero quedé muy apenado por el cariño personal que yo le tenía, aparte de la admiración literaria” (Ángel Esteban, El flaco Julio y el escribidor, Sevilla, Renacimiento, 2014, p. 36).

Una de las “prosas apátridas” de Ribeyro relata una escena más bien risueña (y que se ha repetido en el caso de varios escritores), pero que puede leerse como un homenaje a Vargas Llosa y, más específicamente, a La ciudad y los perros. Aquí la transcribo para concluir esta nota:

El curita profesor de colegio andino que encontré en la Feria de Huanta. No sé cómo terminamos almorzando y tomando cerveza juntos en una tienda campestre. “Julio Ramón Ribeyro”, decía mirándome arrobado, “¡quién lo iba a pensar!”. Estas y otras frases del mismo género (“¡Me parece mentira, Julio Ramón Ribeyro!”) puntuaron nuestro encuentro. Cuando nos despedíamos, al estrecharme la mano calurosamente, añadió: “¡Y decir que he almorzado con el autor de La ciudad y los perros!”. Quedé lelo. Todo había sido el producto de un equívoco. No lo desengañé, ¿para qué? Que me atribuyera además la célebre novela de Vargas Llosa me pareció lisonjero. Que más tarde descubriera su error y me tomara por un impostor poco me importa (Prosas apátridas, 5a. edición, Lima, Milla Batres/COFIDE, 1992, p. 135).


(1) Fuente: http://jcoaguila.blogspot.com/2014/08/entrevista-julio-ramon-ribeyro.html

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