Homenaje de Vargas Llosa a Salazar Bondy (1966)

Vargas Llosa vio en persona a Salazar Bondy por primera vez en Piura, en 1952, cuando cursaba el quinto año de educación secundaria y Salazar Bondy llegó a esa ciudad con una compañía argentina a presentar una obra de teatro. Un par de años más tarde, siendo ya estudiante en la Universidad de San Marcos, Vargas Llosa se acercó a Salazar Bondy en una galería de arte de Lima para pedirle un autógrafo: fue, cuenta el novelista, la primera vez que le pedía un autógrafo a un escritor. En 1957 Salazar Bondy integró el jurado que premió a Vargas Llosa por su cuento “El desafío” y que le permitió viajar a París en enero de 1958. A partir de allí se forjó una fraterna amistad que solo se interrumpió con la muerte de Salazar Bondy en julio de 1965.

En mi libro sobre La ciudad y los perros incluí información sobre esa amistad y sobre el papel que cumplió Salazar Bondy en el proceso de creación y difusión de la novela de Vargas Llosa. Recordemos, brevemente, que Salazar Bondy leyó y comentó el manuscrito de la novela, hizo gestiones para su publicación, escribió notas y reseñas en diarios y revistas y fue autor de uno de los comentarios que adornaron la contraportada de la primera edición:

Un cuadro viviente, en fin, de nosotros mismos. El lenguaje de Vargas Llosa, sin embargo, no se deja engañar por la falacia del verismo. De rica fuerza metafórica, describe recurriendo al arsenal de la imaginación, narra superponiendo y encabalgando los planos, evoca y prevé sin trabas puristas pero también sin descuidar la eficacia literaria. Fluye el idioma torrentosamente, mas por un cauce que previamente, en el esquema, el escritor ha determinado inteligentemente. Esa calidad de fruto de la mano de un escritor “de race” convierte La ciudad y los perros en una de las novelas más valiosas creadas durante los últimos años en América Latina.

Es harto conocido el artículo de homenaje que escribió Vargas Llosa en 1966, titulado “Sebastián Salazar Bondy y la vocación de escritor en el Perú” (Revista Peruana de Cultura, 7-8, junio 1966). Menos conocido pero no menos emocionado es otro, mucho más breve, que apareció en el programa de la puesta en escena en el Teatro Segura de la obra “Ifigenia en el mercado” de Salazar Bondy.

Fuente: nemovalse blog

Allí Vargas Llosa se refiere a la muerte de su amigo “como un agravio, como una mutilación” que dejó Lima “más fea, deprimente e inculta”. De alguna manera Vargas Llosa devolvía el cumplido al propio Sebastián, quien en una carta del 16 de junio de 1964, luego del regreso de Vargas Llosa a París al final de su visita al Perú, le escribió: “Ahora Lima está nublada, como la mañana de tu viaje, y es más horrible”. Y si en el extenso ensayo arriba mencionado Vargas Llosa sentenciaba, pesimistamente, que “todo escritor peruano es a la larga un derrotado” y que la lucha de Salazar Bondy estaba desde el comienzo “fatalmente perdida”, en este otro texto que a continuación reproduzco invitaba a seguir el ejemplo de Salazar Bondy para demostrar que “la vocación de la cultura no es en el Perú una forma benigna de demencia”.

Fuente: nemovalse blog

Transcribo aquí el texto de Vargas Llosa:

HAN PASADO ya varios meses desde su muerte y el vacío que dejó entre nosotros no se cierra, más bien parece que terriblemente se agrandara. No queremos conformarnos, seguiremos rebelándonos con furia contra su ausencia que sentimos como un agravio, como una mutilación. Porque él era un escritor de talento, un formidable combatiente de la cultura, un amigo lúcido y generoso, un hombre excepcional. Su casa, su persona, sus cartas eran como un oasis donde acudíamos cada vez que se hacía particularmente agobiante, sedienta o sofocante esa travesía por el desierto interminable que significa, para un peruano, escribir. Igual que ciertas drogas heroicas, él contagiaba el entusiasmo, convertía el desánimo en pasión, mudaba en estímulos las derrotas que cotidianamente esperan en nuestra realidad a quienes, como él, osan vivir para crear y piensan con libertad. Todos los extranjeros de algún mérito que habían pasado por esta ciudad lo conocían y querían y constantemente mezclaban su nombre con el de Lima. También nosotros nos acostumbramos, como ellos, a asociar íntimamente su rostro, sus gestos, su palabra con esta ciudad. Y ahora que él no está es como si Lima hubiera perdido lo mejor que tenía. Nos parece más desamparada sin él, más fea, deprimente e inculta. Solo nos queda por seguir su ejemplo y, haciendo de tripas corazón, luchar como él por demostrar que aquí también, contra las fulminantes apariencias, puede un hombre elegir la literatura, el teatro, el arte como un destino, que pese a todo la vocación de la cultura no es en el Perú una forma benigna de demencia.

Mario Vargas Llosa

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