La ciudad y los perros: una novela simétrica

La ciudad y los perros_Nube de palabras

Reproduzco aquí una sección del artículo de Jorge Carrión, “Algunos apuntes sobre arquitectura, ciudad y novela”, que puede ser de interés para los lectores de este blog. Jorge Carrión es un escritor español, autor de, entre otros libros, un jugoso ensayo sobre sus andanzas por librerías de todo el mundo y que fue finalista del premio Anagrama de Ensayo: Librerías (Anagrama, 2013).

Algunos apuntes sobre arquitectura, ciudad y novela

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La ciudad y Ios perros es una novela simétrica: dieciseis capítulos divididos en dos partes de ocho, más un epílogo. En ella se alternan tres narradores (Alberto Fernandez, el Boa y el Jaguar). Y, sobre todo, tres espacios: el Colegio Leoncio Prado, el distrito de Lince (vinculado con el personaje llamado El Esclavo) y el distrito de Miraflores (relacionado con Alberto). Pero no se trata de mundos estancos, sino de parcelas porosas y comunicadas de una misma realidad: “los tiempos han cambiado, las barrios ya no constituyen dominios infranqueables”. El sexo tiene su propia topografía: la famosa Pies Dorados recibe a sus clientes en el jirón Huatica, en el distrito de La Victoria. El placer, el amor y el sexo estan “afuera”. Aunque el enclaustramiento en la institución militar marque el tono del relato, lo que crea esa sensación de claustrofobia es la continua alusión a sus exteriores. A la vida espacial de los personajes antes de ingresar en el colegio, después de abandonarlo y en todas las ocasiones en que, durante su estancia, pasan tiempo fuera de sus paredes.

En ese sentido, es muy importante la circulación por la ciudad de los protagonistas, cuyos traslados amplían el espacio virtual de la novela. Y, también, la periferia de la metrópolis, el exterior que la define. Vargas Llosa alude constantemente al tranvía Lima-Chorrillos, hasta el punto que sus raíles se convierten en dirección y en frontera: “La quinta de las Pinos está lejos del barrio, al otro lado de la avenida Larco, más allá del parque Central, cerca de las rieles del tranvía a Chorrillos”. Al final de la novela, el capitán Garrido [sic] se marcha a Juliaca, en Puno -sureste de Perú. Y Alberto prepara su viaje a los Estados Unidos. El aquí existe, precisamente, porque enfrente esta el ahí y el allí, que nunca son sólo adverbios y siempre significan realidades. En un extremo, la ciudad; en el contrario, sus perros.

Aunque predomine el relato realista enfocado en las acciones cotidianas de los protagonistas, Lima es puntualmente narrada como conjunto: “Era el último día del verano y el cielo de Lima se encapotaba, después de arder tres meses coma ascua sobre las playas, para echar un largo sueño gris”. Pero predomina la alusión a la casa, al edificio, a la esquina, al cruce de calles, a la avenida, a la playa. La metrópolis se descompone en sus partículas elementales y, sobre todo, en los habitantes que tratan de darle sentido.

A este respecto, en el Epílogo encontramos tres detalles reveladores.

El primero es la despedida entre Gamboa y el Jaguar. Aquel coge su maleta y se aleja por la avenida de las Palmeras, en dirección a Bellavista; el Jaguar “se quedó mirándolo un momento”. Esa mirada se produce desde el interior del colegio: hacia la ciudad. La ciudad que internó a sus perros en el Colegio Militar Leoncio Prados [sic]. Pero la ciudad es un monstruo abstracto, difícil de pensar e imposible de narrar. Por eso el Jaguar sale y avanza hacia el acantilado para explicarse, parcialmente, ante nuestros ojos: “Al pasar por una casa, se detuvo: era una gran mansión, con un vasto jardín exterior. Allí había robado la primera vez”.

La segunda parte del Epílogo también comienza con la alusión a “casas”. Después se menciona, a medida que van formando parte del paseo de Alberto, “la avenida”, “el parque”, “esas mansiones de frondosos jardines”, “el barrio”. La ciudad se configura, por metonimia, gracias a esas mínimas alusiones. Se le añaden topónimos: “avenida Primavera”, “la esquina de Colón y Diego Ferré”, “el Leoncio Prado”, “la avenida Petit Thouars”, “la avenida Reducto”, “la alameda Ricardo Palma”, “el paseo a Chosica”. La ciudad sólo se entiende a través de la mención de sus partes y de la referencia a su alrededor, a su exterior. Constantemente: dentro y fuera. El título de la novela remite a esa retroalimentación. La lectura literaria actúa de la misma manera: por acumulación de partes que sólo en la conciencia del lector significan un todo.

El tercer detalle lo encontramos en la conversación entre el flaco Higueras y el Jaguar que cierra el libro, en que ambos evocan la topografía limeña que una y otra vez ha sido invocada en la novela. El Jaguar le pregunta: “¿Vas a seguir en lo mismo?”. Y el flaco Higueras le responde que sí, que seguirá robando, pero que ahora le “convendría salir de Lima”. A nosotros, en ese momento de la lectura, también. Para respirar y rebobinar, como hará Alberto en los Estados Unidos.

La estructura de la novela es un trasunto de otras dos estructuras que en ella son representadas: la social y la militar. Su rigidez formal, su necesidad de la matematica arquitectónica, se puede leer como metáfora de la que separa los diversos niveles sociales en la sociedad peruana de la época y de la jerarquía que organiza el ejército, es decir, la cadena de mando. En la trama, la desviación es castigada, tanto por los mandos profesores como por los alumnos miembros del Círculo. Como la estructura social y la militar, la de La ciudad y las perros tiene un fuerte componente tradicional, decimonónico, que Vargas Llosa superará en su siguiente obra maestra, de tltulo tambien espacial, La Casa Verde.

Me obsesionan los nombres de libros que no llegaron a ser, que se quedaron en el limbo. Dos fueron los titulos provisionales de La ciudad y las perros: La morada del héroe y Los impostores. De hecho, la versión en inglés fue The Time of the Hero. El hogar. La casa. El edificio. La arquitectura. Que no se entienden sin el urbanismo: la manzana, el barrio, la ciudad. Que no se entienden sin el tiempo que los hace envejecer. En el prólogo al primer volumen de Narraciones y novelas, Vargas Llosa habla del “tiempo espacial” para referirse a su segunda novela, La Casa Verde. En efecto, en la casa el tiempo se espacializa, se convierte en geografía de un mundo. A partir de esa novela, la literatura latinoamericana ha insistido en esa misma idea, cuyo potencial es infinito: desde Casa de campo (1978), de José Donoso, hasta Casa, de Enrique Prochazka. La puesta en contexto de la casa da lugar a la ciudad, que es un palimpsesto en que conviven todos sus tiempos, toda su historia. El plano de la novela, su división en párrafos, en escenas, en monólogos, en diálogos, en capítulos o en partes, su esquema o su índice, no es más que un dibujo de su tiempo. La narracion es espacio (la página) en el tiempo (su lectura).

Fuente: Jorge Carrión, “Algunos apuntes sobre arquitectura, ciudad y novela”, en Vargas Llosa. De cuyo Nobel quiero acordarme (Madrid: Instituto Cervantes, 2011), pp. 35-46.

Sobre la imagen: “Nube de palabras” de La ciudad y los perros, creada por el filólogo español Alejandro Gamero.

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