Portada del número 1 de Margen
A fines de 1966 apareció el primer número de Margen, una revista publicada en París y dirigida por el poeta y crítico francés Jean Michel Fossey, por entonces de solo 21 años de edad. De ella aparecieron solamente cuatro entregas (incluyendo un número doble, 3/4) entre 1966 y fines de 1967 o comienzos de 1968. Los números 1 y 2 se imprimieron en España por razones económicas, pero la censura franquista prohibió algunos textos del número 2, lo que obligó a los editores a imprimir la revista en Francia. Esos textos censurados fueron incluidos en una sección especial del número 3/4. A partir de ese número la revista apareció bajo el “Patronato” de cuatro editoriales: Jorge Álvarez (Buenos Aires), Joaquín Mortiz (México), Ruedo Ibérico (París) y Siglo XXI (México).
En su presentación la revista proclamaba que “esta publicación no reconocerá fronteras artísticas ni ‘fronteras ideológicas'”, y aunque es evidente en el contenido de la revista y en la lista de colaboradores una cercanía con la revolución cubana, resulta claro que esa identificación no fue ni incondicional ni acrítica. Margen se publicó en un momento de transición en la relación entre la intelectualidad iberoamericana y la revolución cubana. Por entonces empezaban a expresarse, todavía con cierta timidez, algunas reservas sobre el curso de la revolución. La famosa carta de intelectuales cubanos a Pablo Neruda en 1966, por ejemplo, había generado incertidumbre e incomodidad, y la creación de las UMAPs en 1965 era motivo de cuestionamientos, al comienzo casi siempre expresados en privado. Al mismo tiempo, acababa de aparecer (en julio de 1966) la revista Mundo Nuevo, dirigida por Emir Rodríguez Monegal, que buscaba atraer a los intelectuales iberoamericanos a un proyecto distinto al de Casa de las Américas y cuyas conexiones con la CIA serían luego reveladas.
Portada del número doble 3/4 de Margen
La lista de colaboradores de Margen incluyó a Miguel Ángel Asturias, Vicente Aleixandre, Mario Benedetti, Carlos Fuentes, Jorge Semprún, Juan Goytisolo, José Emilio Pacheco, Julio Cortázar y otros. En un dossier dedicado a la “Nueva literatura cubana” participaron Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Nicolás Guillén, Heberto Padilla y varios más. Aunque la mayoría de colaboradores extranjeros simpatizaban con la revolución cubana, varios de ellos terminarían luego apartándose de ella. Entre los colaboradores cubanos aparecen algunos identificados con la revolución (Guillén, Carpentier) junto a otros cuyo entusiasmo por el proceso revolucionario era más bien pálido o decreciente (Lezama Lima, Padilla). En este esfuerzo por contemporizar posiciones crecientemente distantes Margen anticipó, de alguna manera, el efímero esfuerzo de Libre, la revista que en 1971, y luego del famoso “caso Padilla”, intentaría promover un proyecto plural alejado de las posiciones maniqueas a favor o en contra de la revolución cubana. La corta duración de ambos proyectos revela las dificultades para sostener posiciones independientes en medio de la guerra fría cultural que se vivía entonces. El director de Margen, Jean Michel Fossey, terminaría tomando distancia de la revolución cubana luego del caso Padilla y apareció como firmante de la segunda carta de intelectuales a Fidel Castro de mayo de 1971.
El número 1 de Margen se abrió con una entrevista a Mario Vargas Llosa a cargo de Efraín Hurtado y Héctor Cattolica, este último uno de los dos jefes de redacción de la revista y, posteriormente, co-director junto con Fossey. Se trata de una entrevista breve y que hasta donde alcanza mi conocimiento no ha sido antologada ni reproducida desde su publicación en 1966.
En esa entrevista Vargas Llosa retomó una idea que había desarrollado en una conferencia en Arequipa el 27 de mayo de 1965: la mejor literatura, sostuvo Vargas Llosa, se alimenta de los aspectos más desagradables y sórdidos de las sociedades: miseria, dolor, opresión, abuso, violencia: “El novelista es un poco como los buitres: se alimenta de organismos en descomposición” (Primer encuentro de narradores peruanos, Casa de la Cultura, 1969, p. 163). En agosto de 1966, en una conferencia que ofreció en Montevideo también aludió a “esos buitres” que son los novelistas. Y agregó: “Es curioso. Parece que al novelista el alimento que más le conviniera desde el punto de vista social, histórico, fuera la carroña” (La novela, Buenos Aires, América Nueva, 1974, pp. 40-41). En la entrevista de 1966 en Margen usó casi las mismas palabras: “Los novelistas son como los buitres: se alimentan de carroña; es un hecho que este es el alimento que más les conviene”. Y en el prólogo a una nueva edición de la novela Tirant lo Blanc (Alianza Editorial, 1969) Vargas Llosa llamaría a su autor, Martorell, “buitre que se alimenta de carroña histórica, sepulturero y rescatador de una época, como todo novelista total” (reproducido en Carta de batalla por Tirant lo Blanc, Seix Barral, 1991, p. 16). Esta definición sobre la relación entre los escritores y la realidad que los rodea empezó a circular y fue ampliamente comentada por escritores y críticos. García Márquez, por ejemplo, se refirió a ella en el diálogo que sostuvo con Vargas Llosa en Lima en setiembre de 1967 (Diálogo sobre la novela latinoamericana, Milla Batres, 1968, p. 37). Algunos años después el escritor colombiano Ricardo Cano Gaviria tomaría esa idea como punto de partida de su ensayo “El Buitre y el Ave Fénix. Situación de Mario Vargas Llosa en la nueva literatura hispanoamericana” (incluido en el volumen El Buitre y el Ave Fénix. Conversaciones con Mario Vargas Llosa, Barcelona, Anagrama, 1972).
En 1968 Vargas Llosa diría que fue durante su visita a la Amazonía en 1964 que se dio cuenta que la barbarie (“el atraso, la injusticia y la incultura” del país) lo “enfurecía” pero también lo fascinaba: “qué formidable material para contar. Por ese tiempo empecé a descubrir esta áspera verdad: la materia prima de la literatura no es la felicidad sino la infelicidad humana, y los escritores, como los buitres, se alimentan preferentemente de carroña” (Historia secreta de una novela, Barcelona, Tusquets, 1971, p. 46).
Esta inquietud o fascinación de Vargas Llosa por los aspectos más sórdidos de una sociedad ha sido resaltada en numerosas ocasiones por los críticos, especialmente en referencia a sus tres primeras novelas. En el caso de La ciudad y los perros, una novela que el autor concibió como “espejo y proyección de una realidad más vasta”, la violencia cotidiana, el autoritarismo, el abuso físico y verbal, los prejuicios sociales y raciales, eran parte de esa “materia prima” de la que Vargas Llosa se alimentó.
Dos autores que Vargas Llosa admiraba influyeron también, sin duda, en su postura sobre la relación entre el escritor y la realidad de la que se nutre. De Sartre absorbió la necesidad de utilizar materiales sobre los aspectos más dolorosos de la experiencia humana para construir ficciones que sirvieran para sacudir conciencias e iluminar situaciones que reclamaban atención y cambio. (Ver post sobre esto). Y la lectura de la obra de Flaubert, incluyendo su correspondencia, reforzaría esa manera de ver el trabajo del escritor. En su libro sobre Madame Bovary Vargas Llosa usaría otra vez la misma metáfora que utilizó en la entrevista de 1966. La “miseria humana”, escribió, fue la principal materia prima de Flaubert para construir sus ficciones, y “ningún novelista vio tan claro como él -y en ninguno ha sido más cierto- que esta vocación, como los buitres, se alimenta preferentemente de carroña” (La orgía perpetua, Barcelona, Seix Barral, 1975, p. 106).
Pero en la formulación inicial de esta idea Vargas Llosa no se quedaba en la constatación de que los escritores se alimentan de la miseria humana, sino que relacionaba los periodos de florecimiento literario con “algún apocalipsis social”. En el caso de América Latina durante los años 60, “la aparición de [un] puñado de grandes narradores entre nosotros responde también a un fenómeno semejante y […] la publicación de Rayuela, La muerte de Artemio Cruz, El astillero, etc., significa que América Latina está cambiando de piel” (Entrevista, p. 8). En la conferencia de Montevideo diría que “América Latina tiene una realidad que está por cambiar de piel, una realidad que va a ser sujeto de grandes transformaciones y de cambios” (pp. 39-40). La metáfora del “cambio de piel” era un claro guiño al título de la novela de Carlos Fuentes que por entonces ya había sido terminada y con seguridad Vargas Llosa conocía, y que meses después obtendría el premio Biblioteca Breve 1967. En la conferencia de Arequipa dejó plasmado también su entusiasmo respecto a los cambios sociales que veía venir en la región: “nuestro continente es un continente en ebullición, es un continente en el que indudablemente se avecinan grandes cambios y transformaciones. La sociedad americana que nosotros vivimos no va a durar, va a ser otra” (p. 164). Vargas Llosa expresaba así su esperanza de que América Latina avanzara por el derrotero del cambio social, y aunque no mencionó la palabra “socialismo”, no hay duda de que detrás de esa expectativa estaba el proceso de cambios que por entonces se vivía en Cuba.
La entrevista de Margen es interesante también por las apreciaciones que hace Vargas Llosa sobre la relación entre las literaturas europea y latinoamericana. Con algo de exageración prácticamente descartó que en la Europa de los años sesenta existieran escritores que estuvieran a la altura de los latinoamericanos:
Yo me explico que cuando tenían a Proust y a Joyce los europeos se interesaran apenas o nada por José Santos Chocano o Eustasio Rivera. Pero ahora solo tienen a Robbe Grillet, Nathalie Sarraute o Giorgio Bassani: ¿cómo no volverían los ojos fuera de sus fronteras en busca de escritores más interesantes, menos letárgicos, más vivos? Busquen ustedes en la literatura europea de los últimos años un autor comparable a Julio Cortázar, una novela de calidad equivalente a El siglo de las luces, un poeta joven de voz tan profunda y subversiva como la del peruano Carlos Germán Belli. Inútil, no aparecen por ninguna parte. La literatura europea atraviesa una terrible crisis de frivolidad y esto ha favorecido la difusión de los escritores latinoamericanos en Europa (p. 9).
Esa opinión merecería una respuesta de Juan Goytisolo: en una entrevista en el número 2 de Margen consideró “excesivo” reducir la literatura europea a los autores mencionados por Vargas Llosa y nombró a varios otros que, según él, eran muestra de que en Europa sí se producía literatura de calidad (Grass, Calvino, Beckett, Genet y otros). (“Entrevista con Juan Goytisolo”, Margen, 2, p. 14). Poco después Vargas Llosa comentaría la respuesta de Goytisolo en una entrevista publicada en Bogotá, reafirmándose en su opinión de que había muy buenos escritores europeos pero ninguno había producido, por ejemplo, una obra “tan personal, tan estimulante y audaz, como la de Cortázar” (“El escritor ante la sociedad”, Tercer mundo, 40-41, agosto-setiembre 1967. Agradezco a Augusto Wong Campos por haber descubierto y compartido conmigo esta entrevista poco conocida).
Los lectores podrán acceder a la entrevista de Margen a Vargas Llosa haciendo click en la siguiente imagen: