Federico Camino Macedo (Puno, 1939) es un filósofo peruano que estudió y vivió en París en la década de 1960. Llegó a la capital francesa a mediados de 1961 portando una carta de su madre, la escritora María Rosa Macedo, para su amigo Mario Vargas Llosa (quien la había entrevistado en 1955 para El Comercio), en la que ella le pedía proteger a su hijo “de las tentaciones y de los males tremendos de París, que en esa época era una especie de sinónimo de la perdición”, tal como recordó Camino en una conversación con José León Herrera. Fue así que Camino y Vargas Llosa se conocieron y desarrollaron una estrecha amistad que se ha mantenido a lo largo de más de medio siglo.
A mediados de diciembre de 2017 Federico Camino me recibió en su casa en la Urbanización Aurora, en Miraflores. Tuvimos una larga conversación sobre sus recuerdos de París de los años 60 y sus relaciones con otros intelectuales y estudiantes peruanos residentes en la capital francesa. Camino no duda en considerar a Vargas Llosa un mentor de quien aprendió al menos tres cosas que no lo han abandonado: primero, la importancia de asumir una conciencia y un compromiso políticos (Camino fue uno de los firmantes de la declaración en favor de las guerrillas que un grupo de peruanos, incluido Vargas Llosa, hizo pública en 1965); segundo, el gusto por el cine, especialmente el Western; y tercero, la necesidad de adquirir una rigurosa formación histórica y literaria. “Mario se hizo cargo de mi formación literaria”, me dijo Camino. Gracias a él leyó por primera vez a autores como Flaubert y Balzac.
El 24 de diciembre de 1963 Federico Camino y su esposa Cecilia se preparaban para celebrar la navidad solos en su departamento de París cuando, cerca de las 7 de la noche, recibieron la visita de Mario Vargas Llosa y Julia Urquidi, que habían decidido pasar a saludarlos. El regalo que recibieron Camino y su esposa es ahora una verdadera joya bibliográfica: se trataba, según le dijo Vargas Llosa a Camino, de uno de los dos primeros ejemplares de La ciudad y los perros que había recibido desde Barcelona. (Camino ha contado también esta historia en el libro Paraísos del saber). Federico Camino me mostró ese ejemplar que conserva en su magnífica biblioteca y cuya portada encabeza este post. Allí se puede leer la siguiente dedicatoria:
En una carta a Abelardo Oquendo fechada el 20 de noviembre de 1963 Vargas Llosa le contaba lo siguiente:
Llego de Bruselas y me encuentro los dos primeros ejemplares de La ciudad y los perros, que me había enviado Barral por avión. He tenido una sensación extraña al ver impresa por fin la novela, una mezcla de vanidad, miedo, sorpresa. Me gusta mucho la edición, está hecha con cuidado y buen gusto. Debo recibir mañana o pasado otros ejemplares y te envío el primero por correo aéreo. A Sebastián y a José Miguel les llegarán un poco después porque el franqueo aéreo es carísimo (énfasis agregado).
Si juntamos este testimonio con el de Camino, podríamos colegir que Vargas Llosa reservó para este uno de los dos ejemplares que recibió el 20 de noviembre, mientras que a Abelardo Oquendo le habría enviado uno del segundo lote que le llegó en los días subsiguientes. En todo caso, el ejemplar de La ciudad y los perros que posee Federico Camino bien podría ser el primero (o uno de los primeros) que de esa novela autografió Vargas Llosa.
Termino esta nota agradeciendo a Federico Camino su cálida hospitalidad y el extenso testimonio que compartió conmigo sobre su experiencia en el París de los años 60.