Una sección de la colección de manuscritos de escritores latinoamericanos en la biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton (Foto: Clarín).
Uno de los aspectos más gratificantes de la profesión de historiador es el proceso, generalmente arduo pero siempre fascinante, de recopilación de materiales en archivos y bibliotecas. Durante la investigación para mi libro sobre La ciudad y los perros tuve la fortuna de trabajar en el archivo de Vargas Llosa en Lima, en la colección de papeles suyos que se encuentra depositada en la biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton, y en el Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares. En ellos consulté, por ejemplo, las cartas cruzadas entre Vargas Llosa y diferentes personajes -escritores, editores, el jefe de la oficina de censura, entre otros; el manuscrito de “Los impostores” con las tachaduras de los censores; cientos de recortes periodísticos organizados en archivadores en la biblioteca de Vargas Llosa; y muchos otros documentos.
Entre los escritores del boom, Vargas Llosa y Carlos Fuentes han sido quienes con mayor dedicación, incluso diría obsesión, no solo fueron acopiando a lo largo de los años una enorme cantidad de manuscritos, cartas y otros materiales (el archivo de Fuentes conserva incluso sus declaraciones de impuestos), sino que a partir de cierto momento, con la ayuda de un equipo de colaboradores, empezaron a organizar un eficiente archivo que, en ambos casos, terminaría depositado en la biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton.
El edificio de Firestone Library, en la Universidad de Princeton (fotografía del autor)
El primer escritor latinoamericano en depositar sus papeles en Princeton fue José Donoso, a partir de 1974 (se dice que lo hizo para pagar una deuda monetaria que arrastraba desde su época de estudiante en esa universidad), aunque también entregó una parte a la Universidad de Iowa, en cuyo taller para escritores Donoso impartió clases en varias ocasiones. Luego otros escritores decidieron también depositar sus archivos (o parte de ellos) en Princeton: Carlos Fuentes, Guillermo Cabrera Infante, Julio Cortázar, Vargas Llosa y muchos otros. (Se puede leer crónicas sobre los archivos de escritores latinoamericanos en Princeton en Clarín y Qué pasa). En el caso de García Márquez, como se sabe, la Universidad de Texas ha adquirido recientemente su archivo, mientras que partes del archivo de Julio Cortázar están depositados en la Universidad de Texas y la Universidad de Poitiers, en Francia.
Hay razones prácticas, archivísticas e incluso económicas detrás de la decisión de estos escritores por entregar sus archivos a instituciones localizadas fuera de sus países de origen: buscan, sin duda, ponerlos en manos de profesionales que tienen amplia experiencia en la catalogación y preservación de archivos, en instituciones en las que sus papeles se pueden “codear” con los de otros escritores notables y que prestan un servicio eficiente y comedido a los investigadores. Y, además, pueden recibir una compensación económica que no siempre puede ser cubierta por instituciones o gobiernos de sus países de origen.
Hay quienes cuestionan esta decisión, a veces utilizando argumentos absurdos (una supuesta falta de “patriotismo” de los escritores) y otras con razones algo más válidas (la dificultad para que estudiosos de esos países tengan acceso a los materiales de archivo). Hay también quienes ven en esto no un acto censurable de los escritores sino un indicador más de la falta de interés de los respectivos gobiernos latinoamericanos o de instituciones locales por preservar lo que se suele llamar “patrimonio cultural”. El deseo, sin duda bien intencionado, de preservar estos fondos documentales en los países de nacimiento de los escritores, tropieza sin embargo con serios obstáculos: una infraestructura no siempre idónea que dificultaría la preservación y la puesta en servicio de los materiales de archivo; los casos de pérdida o robo de documentos, que aunque no son imposibles en instituciones de Estados Unidos o Europa, ocurren con mucho más frecuencia en archivos latinoamericanos, especialmente públicos; y finalmente, los deseos de los propios escritores o sus familias quienes prefieren dejar sus archivos en instituciones académicas extranjeras de prestigio y que poseen los recursos materiales y humanos para administrarlos. La entrega del archivo de Diamela Eltit a Princeton, por citar un caso reciente, generó preocupación sobre el destino de los archivos de otros escritores chilenos como Pedro Lemebel o Nicanor Parra. Como escribió el crítico argentino Ezequiel Martínez, “los papeles de los escribidores criollos sucumben ante las tentaciones del exilio. Porque como escribió Borges alguna vez, ‘uno nunca sabe en qué idioma va a morir’. Tampoco sus papeles”.
El archivo de Vargas Llosa en Princeton disponible para consulta consta, por ahora, de más de 300 cajas que cubren el periodo entre 1957 y 1994. Han llegado materiales adicionales que llegan hasta el año 2010 y que todavía están siendo procesados. Una nota a propósito de la visita que hizo el novelista al archivo en octubre de 2013 ofreció una descripción de la colección que aquí incluyo traducida al español:
Los papeles de Mario Vargas Llosa incluyen libretas, borradores, galeras corregidas y manuscritos de guiones, ensayos, artículos, discursos y conferencias. Su extensa correspondencia cubre el periodo de 1957 a 1994, e incluye cartas de familiares, editores y una amplia selección de conocidos escritores como Jorge Amado, José María Arguedas, Carlos Barral, Mario Benedetti, José Bianco, Julio Cortázar, José Donoso, Rosario Ferré, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Ana María Matute, Pablo Neruda, José Emilio Pacheco, Nelida Piñon, Carlos Quijano, Augusto Roa Bastos, Sebastián Salazar Bondy, Manuel Scorza, y otros. También se encuentra el archivo político relacionado con su liderazgo del Movimiento Libertad, una organización cívica fundada en Perú en 1987, y como candidato presidencial del Frente Democrático (FREDEMO) en 1989 y 1990.
Es casi seguro que, en el caso de Vargas Llosa y de los otros escritores, antes de transferir los documentos a la Universidad de Princeton se realiza algún tipo de selección, por lo que siempre habrá materiales inaccesibles para los historiadores y biógrafos. Además, algunos documentos ya transferidos están sujetos a embargos temporales, es decir, sólo se podrán consultar en alguna fecha futura, generalmente después de la muerte del escritor y/o de las personas involucradas. Por ejemplo, en el caso de Vargas Llosa, una carta de Luis Loayza del 30 de junio de 1964 no podrá leerse sino hasta veinte años después de la muerte de Loayza; y varias cartas de Abelardo Oquendo escritas entre noviembre de 1958 y enero de 1965 (algunas de ellas con fechas muy cercanas a episodios importantes en la biografía de La ciudad y los perros) recién se podrán consultar a partir de diciembre de 2018.
En 1985 Vargas Llosa ofreció una extensa entrevista al periodista brasileño Ricardo Setti que se publicó como libro primero en portugués y luego en español (Sobre la vida y la política. Diálogo con Vargas Llosa, México, Kosmos, 1988). En un momento de la conversación Setti le preguntó sobre su archivo personal, un tema que no es muy frecuente encontrar en las entrevistas con escritores. Reproduzco este segmento del diálogo con Setti (pp. 129-130) pues nos permite acercarnos tanto a la manera en que Vargas Llosa se relaciona con su archivo -incluyendo su obsesión por guardar todo y la ayuda que ha tenido para organizarlo- como a la decisión de depositarlo en la Universidad de Princeton.
LOS ARCHIVOS DE UN ESCRITOR
RAS: Un bien que usted no ha mencionado, porque su valor no es calculable, son sus archivos. ¿Qué tiene usted en ellos?
MVLL: En los archivos tengo todo, desde los manuscritos -que en mi caso son siempre muy abundantes, porque hago muchas versiones y escribo mucho- a las fichas… Tengo además una manía de coleccionista, una especie de superstición de que no se debe destruir esto. Por otra parte, yo recibo una correspondencia gigantesca que no puedo contestar. Mi secretaria me ayuda con eso. Pero mi mujer, sobre todo, es el primer ejecutivo de la casa. Eso es importante. Toda la actividad económica, mía y del hogar, desde lo que son mis derechos, más o menos el control de los contratos (yo tengo una agencia, que es la agencia de Carmen Balcells, en España), digamos la cosa práctica, es algo de lo que yo no me ocupo, es algo a lo que renuncié totalmente. De eso se ocupa enteramente Patricia, mi mujer. Es un trabajo enorme, por supuesto, y al mismo tiempo ella supervisa toda la actividad de la casa. De la correspondencia se ocupan mi mujer y mi secretaria, contestando las cartas que hay que contestar. Desgraciadamente, como le dije, yo ya prácticamente no escribo cartas.
RAS: ¿Y de qué parte vienen sus recortes de diarios y revistas?
MVLL: Me llegan recortes de distintos sitios. Me mandan los editores, me mandan amigos, me mandan los enemigos. Las críticas buenas a mis libros a veces no llegan. Ahora, los ataques llegan siempre, ¡eso nunca falla! (risas).
RAS: Usted ha dicho que tiene varias maletas llenas de ellos…
MVLL: Tengo maletas. Todo está archivado. Llega todo: lo bueno, lo malo, lo mediocre. Todo está archivado, por año y por temas. Después le podré mostrar. Yo he recibido una oferta para depositar mis archivos en la Universidad de Princeton, en los Estados Unidos. Yo viajo mucho, hay un problema de espacio en mi casa, todo eso puede quemarse un día, eso es madera -tocaré madera para que no se queme…. Yo he visto, además, cómo están cuidados los manuscritos, las colecciones de este tipo en Princeton. Muchos escritores latinoamericanos han dado sus archivos a la Universidad de Princeton, como Carlos Fuentes.
RAS: ¿La universidad se queda como propietaria de ellos?
MVLL: No. Uno puede darlo en las condiciones que quiera. Puede darlo por vida, puede darlo por 50 años, puede darlo para siempre, etc.
En 2010, Ricardo Setti entrevistó nuevamente a Vargas Llosa y al final del diálogo (minuto 53′ 40″) le preguntó por las razones que lo llevaron a depositar su archivo en Princeton. Vargas Llosa mencionó que cuando fue candidato presidencial en el Perú (entre 1987 y 1990) temió que su vivienda fuera objeto de algún atentado terrorista y se produjera como consecuencia “una gran quema de manuscritos”. Fue en esas circunstancias, dijo, que llegó a un acuerdo con la Universidad de Princeton. Esta versión no se ajusta completamente a la cronología que he reconstruido. Ya en 1985 había recibido, según le dijo a Setti, una oferta de Princeton. Y según la propia página de Colecciones Especiales de Princeton, el archivo Vargas Llosa se formó ese mismo año (1985) y luego fue creciendo gracias a sucesivas compras hechas al escritor. Es probable que la entrega de documentos se acelerara a raíz de los riesgos mencionados por Vargas Llosa, pero lo cierto es que la entrega de documentos a Princeton empezó antes de su incursión en la política como candidato presidencial.