Los lectores (reales, potenciales o ficticios) de La ciudad y los perros

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Uno de los asuntos más difíciles de abordar para los historiadores del libro y la lectura es la recepción y valoración de los libros y sus autores entre los lectores anónimos y ordinarios, no entre los académicos o críticos cuyas opiniones son ampliamente registradas en reseñas, artículos o monografías. Aparte de datos estadísticos tales como el número de ejemplares vendidos, la cantidad de público que asiste a la presentación de un libro o las multitudes a la caza de un autógrafo, que nos pueden dar una idea impresionista y a veces completamente distorsionada sobre la valoración de un escritor, hay otras formas de aproximarnos a la recepción de una determinada obra o autor. La correspondencia recibida por el autor o enviada a diarios y otras publicaciones; las memorias, autobiografías y testimonios tanto de personajes destacados de la política o la cultura como de personas comunes y corrientes, en los que se deja registro de sus opiniones sobre determinadas lecturas y autores; los archivos de colegios y universidades; y los registros de las bibliotecas públicas que suelen contener información sobre los libros solicitados por los usuarios, todas estas fuentes echan luces sobre los gustos y hábitos de lectura de un amplio registro de lectores. Un notable trabajo que incorpora varias de estas fuentes para “ingresar a las mentes de los lectores ordinarios en la historia, para descubrir lo que leyeron y cómo lo leyeron” es el libro de Jonathan Rose sobre los hábitos de lectura y las prácticas culturales de los obreros británicos (The Intellectual Life of the British Working Classes, Yale University Press, 2001). En épocas más recientes, los comentarios sobre autores y libros que circulan en las redes sociales o son colocados en blogs o páginas de internet se han convertido también en una fuente importante (aunque no exenta de problemas de interpretación) para tomarle el pulso a las prácticas de lectura de los ciudadanos.

De La ciudad y los perros se han vendido cientos de miles de ejemplares en todo el mundo, en más de treinta idiomas, a lo largo de más de cincuenta años. Los estudios sobre su recepción se basan, sobre todo, en las opiniones de críticos literarios, en la influencia que ha tenido sobre otros escritores, y en la valoración de lectores más o menos destacados en el mundo de la política, las artes o la academia. Ningún estudio ha intentado ir más allá y explorar cómo ha sido valorada entre los lectores de a pie, gente de todas las edades y de procedencias sociales distintas que casi nunca han tenido oportunidad de dejar registro de sus opiniones y valoraciones sobre la novela.

En 2012, cuando se publicó la edición conmemorativa del cincuentenario de La ciudad y los perros, la página literaria Leeporgusto, que en esa época estaba vinculada al diario Perú21, organizó un singular concurso para sus lectores: les pidió que escribieran un comentario de entre 500 y 1000 caracteres respondiendo a la siguiente pregunta: “¿Por qué quieres tener esta edición especial de La ciudad y los perros?”. Los autores de los dos comentarios más “interesantes e ingeniosos” recibirían una copia del libro.

Cerca de 140 lectores respondieron a la convocatoria. En conjunto, constituye un corpus interesante, y hasta cierto punto único, para aproximarnos al significado y valoración de La ciudad y los perros entre los lectores peruanos contemporáneos. Los participantes debían firmar sus comentarios con su nombre propio pero no hay información adicional sobre sus edades, ocupaciones y perfil socio-económico. Un dato inquietante es que solo he podido identificar 14 mujeres entre los concursantes, es decir, apenas el 10% de la muestra. ¿Cómo explicar esta notoria disparidad de género? No se puede decir que las mujeres leen menos que los hombres pues, de hecho, hay evidencias de que tanto en el Perú como en otros países existen hoy más lectoras que lectores. Habría que averiguar si los varones tienen una presencia más numerosa y activa en cierto tipo de medios o redes sociales, o si la diferencia tiene que ver con los gustos discrepantes respecto a un autor como Vargas Llosa y una novela como La ciudad y los perros.

Tratándose de un concurso en el que para ganar había que escribir algo sobre el mismo libro, no sorprende constatar que todos los participantes consideran La ciudad y los perros un gran libro, una obra maestra o al menos una novela de lectura obligatoria. Doy por descontado que incluso aquellos que no tenían una buena opinión del autor o de la novela escribieron cosas positivas con la esperanza de obtener uno de los ejemplares que iban a ser obsequiados. Por tanto, hay un sesgo “favorable” a Vargas Llosa en la muestra, por lo que en modo alguno se puede tomar como representativa del universo mayor de lectores de la novela. Del mismo modo (como ocurre con cualquier tipo de testimonio) no podemos dar por cierto todo lo que los participantes cuentan. Pese a todo, este grupo de comentarios resulta interesante por lo que nos revela acerca de un sector de lectores (muy probablemente en su mayoría jóvenes) y su relación con Vargas Llosa, La ciudad y los perros, los libros y la lectura en general.

Muchos de los participantes leyeron por primera vez La ciudad y los perros en el colegio, cuando eran adolescentes, algunos por curiosidad y otros por imposición de sus padres o profesores. Un apunte muy recurrente es la marca aparentemente indeleble que dejó la lectura de la novela: “no es un libro más, es parte de mi historia personal”, nos dice Néstor Eber Cancela Benoit. Jhon Ángel Pizarro Taipe sugiere que la novela de Vargas Llosa “me salvó de la mediocridad [a la] que todos mis compañeros de colegio eran arrastrados por culpa de un plan lector retrógrado y mezquino”. Golver Maicelo Ruiz recuerda vivamente a su profesor de literatura, y adelanta que ganarse el libro sería un homenaje “a ese gran profesor Manuel Miguel del Priego Chacón quien, proponiéndoselo o no, alentó en algunos o muchos de nosotros ese hábito tan venido a menos, que es la lectura”. Algunos vieron la película basada en la novela de Vargas Llosa, estrenada en 1985 y dirigida por Francisco Lombardi, y leyeron la novela o se quedaron con ganas de leerla. Hubo quienes habían leído alguna otra novela de Vargas Llosa y querían ahora leer La ciudad y los perros, sabiendo que se considera una de sus novelas más importantes.

Algunos comentaristas revelan una cierta familiaridad con la obra de Vargas Llosa o con la literatura en general, y ofrecen apreciaciones bastante mejor informadas que la mayoría. Miguel Cuya no solo tiene “practicamente todos sus libros y ensayos en mi pequeñisima biblioteca personal” sino que menciona incluso a los autores de trabajos sobre el novelista y específicamente sobre La ciudad y los perros (Max Silva Tuesta, José Miguel Oviedo y Sergio Vilela). Muchos recuerdan nítidamente a los principales personajes de la novela (Jaguar, el Esclavo, Gamboa, Teresa) y hasta se identifican con alguno de ellos. Juan José Plasencia Vásquez dice que “todos alguna vez fuimos ‘Esclavos’, ‘Jaguares’ o ‘Poetas’, siendo abusados, abusando o pretendiendo entender el mundo con la poesía”, en tanto Franko Italo Ramos Cárdenas se pregunta: “¿Quién no compartió aulas o calles con un Poeta, un Jaguar, un Cava o un Esclavo?”. Varios hacen alusión a la primera línea de la novela (“Cuatro -dijo el Jaguar”) y la forma como el lenguaje y estilo narrativo de Vargas Llosa los enganchó en su lectura. Otros recuerdan la atmósfera del Leoncio Prado, y no falta el ex cadete del colegio militar que ha revivido sus años de estudiante al leer las páginas del libro: “Ya he leído la ciudad y los perros, ya he vivido la ciudad y los perros”, resume Raúl Paredes Arismendiz. Algunos recuerdan las calles y espacios de Lima mencionados en la novela y una lectora, Gabriela Ramírez, dice que “me aprendí muchas calles de Lima que no sabía que existían y ahora que paso por ahí siempre me acuerdo del libro”.

No son pocos los que admiten no haber leído ningún libro de Vargas Llosa pero que han disfrutado la lectura de otros autores, de modo que valoran la posibilidad de acercarse a la obra del Nobel peruano. No falta quien con toda sinceridad proclama que nunca ha leído una obra literaria pero intuye que “la literatura es lo mío” (Christian Sánchez García), o quien confiesa que en el colegio le decían que se parecía al Esclavo y ahora quiere averiguar por qué (Ismael Serrano Gorrionero). Varios lectores enfatizan su reverencia hacia Vargas Llosa: lo admiran, quieren imitarlo, y Luis Carnero Bautista no duda en declarar que “me gusta leer por gusto a Mario”. Hay algunos que han leído La ciudad y los perros más de una vez, pero Juan Carlos Pajuelo Travezaño se lleva las palmas: afirma haberlo hecho diez veces. Abraham Roberto Navarro Centeno confiesa ser “adicto a los libros de Mario Vargas Llosa” y Dennis Joel Garrido Pari sugiere que “todos en un momento hemos querido ser un Varguitas”. Sin duda, Vargas Llosa y sus obras, o al menos los ecos que de él y ellas llegaron hasta el público lector, sirvieron para despertar vocaciones literarias que no siempre pudieron ser satisfechas. Edward Bobadilla Lepiani nos cuenta que “desde que lo terminé de leer, siempre he tenido la intención de escribir una continuación o algo que se le parezca”.

Muchos comentarios se refieren no a las virtudes literarias de la novela sino a los aspectos materiales de la relación de los lectores con los libros. Algunos quieren ganar uno de los ejemplares de La ciudad y los perros porque no tienen dinero para comprarlo, porque “no quiero seguir robando libros en Quilca e Ibero” (Julio Barco) o, más frecuentemente, porque quieren remplazar la copia pirata o de segunda mano que poseen y que está apolillada o demasiado trajinada (“los libros que han sufrido mi lectura apasionada son heridos de guerra, y un libro nuevo y con la pasta intacta siempre le viene bien al librero”, apunta Raúl Paredes Arismendiz). Varios lectores confiesan que sólo compran libros piratas y que, por tanto, les encantaría tener por lo menos un libro legítimo: “ya cansado de comprar libros piratas … sería la primera vez que cojo un libro original”, anota Pablo Díaz Bendrell. Algunos sueñan con conocer a Vargas Llosa y lograr que les autografíe ese libro. Otros quieren ganar el libro para compartirlo con algún familiar o amigo.

En muchos comentarios se puede percibir el entusiasmo que despierta la posesión física del libro, un dato revelador de que, al menos entre este grupo de lectores, tan importante como leer un libro es tenerlo en sus estantes: Franco Cavagnaro quiere “exhibirla junto a otras joyas que atesoro”, mientras para Augusto Carlos Martínez Torres sería “un libro de lujo en mi modesta biblioteca”. José Bayardo Chata Pacoricona quiere “tenerlo en versión original y nuevo, y poder oler sus hojas”, pues “soy medio fetiche con los libros”. Michael Carrión Zúñiga afirma tener solo 32 libros en su biblioteca, cuatro de los cuales fueron comprados en librerías formales, en tanto que el resto fueron obtenidos en los kioskos del campo ferial Amazonas o el boulevard Quilca. También está el caso de Carlos Zoe, quien afirma que Vargas Llosa le firmó un ejemplar de La ciudad y los perros en el café del pintor Gerardo Chávez pero que luego lo olvidó en el taxi mientras se dirigía a casa al final de una jornada de tragos. Conviene resaltar el caso de Álvaro Carhuanccho Peralta, cuyo padre, un chofer de transporte público, le trajo una copia de la novela desde Tarma (“la tierra de Odría”) a la que le faltaban páginas, mutilación que, según dice le aclaró posteriormente su padre, se explicaba porque “ofendia a la fuerzas castrenses y ponía en cuestionamiento su proceder”.

Dado que uno de los criterios para evaluar a los participantes era que escribieran algo “ingenioso”, algunos intentaron darle un tono humorístico a sus comentarios, como es el caso de Julio César Valdivia Durand: “Sin poseer esta edición de Varguitas, de nada serviría ser un hablador, e inevitablemente tendría que preguntar ¿en qué momento me jodí? tal vez se la dieron a algún otro, a Don Rigoberto, ese, el que anda con sus cuadernos por la casa verde, o a la señorita de Tacna, la que para los domingos conversando por la catedral, junto a Katy, la del hipopótamo grande y gordo, la que guarda en su habitación los libros, cada vez que vienen a visitarla los cachorros”. Por su parte, Emanuel Alejandro Luis Mellado imita el conocido párrafo inicial de Conversación en La Catedral: “Desde el portal de Perú 21 Manuel mira las noticias, sin amor: automóviles estrellados, edificios incendiados y derribados, banners luminosos flotando en la pantalla, la economía en gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?” (Solo cito las primeras líneas).

Uno de los concursantes, Luis Henry Vara Marín, escribió que “esta novela desde hace muchos años tiene vida propia en cada uno de sus lectores”. Me parece una frase apropiada para cerrar esta nota, pues refleja bastante bien no solo la continua vigencia de la novela sino también la relación entrañable que han establecido con ella a lo largo de los años sus fieles y asiduos lectores.

Y ahora sí termino invitándolos a leer lo que piensan los lectores reales, potenciales y ficticios de La ciudad y los perros haciendo click en este enlace. Y si tienen curiosidad por saber el resultado del concurso, los ganadores fueron Franks Paredes Rosales y César Alberto Sánchez Ludeña.

 

Agradecimiento
Quiero dejar constancia de mi agradecimiento a Jaime Cabrera Junco, editor del portal “Lee por gusto” y organizador del concurso al que hace referencia esta nota, sin cuya iniciativa no habríamos podido conocer lo que piensan docenas de lectores de La ciudad y los perros. Aprovecho también para agradecerle, tardía y públicamente, haber acogido en su portal hace algunos meses la entrevista que me hizo Luis Rodríguez Pastor.

Ilustración
Detalle de un collage sobre Lima exhibido en el Museo de Arte Contemporáneo de Barranco en Setiembre de 2015. Fotografía del autor.

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