“Saignon es deliciosamente tranquilo”.
Julio Cortázar a Francisco Porrúa,
30 de mayo de 1965
Hace casi 50 años, el 15 de agosto de 1970, en el “ranchito” que tenía Julio Cortázar en Saignon, al sur de Francia, se reunieron en persona los cuatro principales integrantes del boom. Allí estuvieron, disfrutando de la hospitalidad de Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. También participaron los otros dos escritores que con mayor frecuencia son mencionados como miembros del boom, José Donoso y Juan Goytisolo. Todos ellos, sus parejas y otros invitados compartieron comida, bebida y conversaciones. Todos menos Goytisolo habían estado antes en Avignon -distante unos 60 km. de Saignon- asistiendo a la presentación, en el festival de teatro de esa localidad, de El tuerto es rey, pieza teatral de Fuentes. Fue allí, en Avignon, donde los cuatro grandes del boom se juntaron por primera vez. Y fue en la casa de Cortázar, en Saignon, donde estuvieron reunidos los cuatro por última vez.
Fuentes anticipó los preparativos de este encuentro en una carta del 10 de julio de ese año al editor Arnaldo Orfila: “Ahora tenemos la prueba del festival de Avignon y el trabajo ha sido intenso, pues tanto el director como los actores se exigen mucho a sí mismos antes de exigirle aún más al público. Lo de Avignon será un verdadero coloquio latinoamericano, pues asistirán Paz, Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez y Donoso. La ORTF ya ha destacado un equipo especial para hacer una entrevista colectiva, y el 15 de agosto Julio y Ugné darán una parrillada argentina en Saignon”. Y el anfitrión no disimulaba su entusiasmo en una carta a su amigo Julio Silva, apenas tres días antes del evento: “… el 15, o sea este sábado, habrá la gran rejunta de los latinoamericanos en Saignon, Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez, plus María Casares, [Jorge] Lavelli y Sami Frey, plus qué sé yo cuántos más. Va a ser uno de esos asados dignos de los reyes merovingios … si vos vinieras (con Asa, claro, y con quien quieras además) Ugné y yo estaríamos muy felices”.
Hacia agosto de 1970 los miembros del boom estaban, quizás, en su momento de mayor cercanía física y personal. Vargas Llosa se había mudado apenas un mes antes a Barcelona, donde ya vivía García Márquez. Durante una época vivirán en el mismo barrio y consolidarán la amistad que habían iniciado a mediados de la década anterior. Por entonces, Vargas Llosa trabajaba en su ensayo García Márquez: Historia de un deicidio, que sería publicado a fines de 1971. Cortázar vivía en París pero pasaba los veranos en Saignon. Fuentes estaba pasando una temporada en Europa (París, Roma, Viena -donde estrenó El tuerto es rey-, Barcelona) y aprovechó para organizar encuentros con sus amigos del boom. Todos se mantenían en contacto por teléfono y por carta.
En términos literarios, el boom seguía atrayendo la atención de editores, lectores, críticos y traductores. El mundo seguía hablando de Cien años de soledad, cuyas ediciones en español no dejaban de agotarse y cuyas traducciones a otros idiomas se multiplicaban (apareció en italiano y francés en 1968 y en inglés y alemán en 1970). Por entonces ya se esperaba con expectativa la anunciada próxima novela de García Márquez, El otoño del patriarca. Vargas Llosa había publicado a fines de 1969 Conversación en La Catedral, con la cual cerraba un deslumbrante ciclo que abarcó toda la década de 1960. Cortázar continuaba experimentando con libros-almanaque como Último round (1969) y Fuentes acababa de publicar Cumpleaños y su ensayo La nueva novela hispanoamericana (ambos en 1969) y trabajaba en varios proyectos, incluyendo su monumental Terra Nostra, que se publicaría en 1975. José Donoso, “el quinto Beatle”, estaba a punto de publicar, en diciembre de 1970, su novela más celebrada, El obsceno pájaro de la noche. El boom, en opinión de Gerald Martin, estaba en su “apogeo” (Gabriel García Márquez. Una vida, p. 389). Pero también empezaban a aparecer las primeras figuras descollantes del llamado post-boom: en octubre del mismo año, por ejemplo, se publicó Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique, que inauguraba la nueva casa editorial de Carlos Barral, quien hacía unos meses había roto su relación con Seix Barral. Con esa ruptura llegaba a su fin uno de los pilares del boom en su dimensión editorial.
Pero fue la política, no la literatura, la que generó las más intensas discusiones al interior del grupo central del boom, y la política no podía estar ausente de las conversaciones en Saignon, ese día de verano de agosto de 1970. La simpatía con la Revolución cubana había sido, y de alguna manera todavía era, uno de los aglutinantes del núcleo principal del boom, aunque algunas grietas habían empezado a socavar la fortaleza de esa identificación. Una serie de acontecimientos produjeron desencantos, intercambios y discusiones durante la segunda mitad de la década de 1960: el tratamiento a los homosexuales y la creación de las UMAP; los ataques a Carlos Fuentes en 1966 por parte de intelectuales cubanos; la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968 y el cuestionamiento público que hizo Vargas Llosa del apoyo de Fidel a dicha intervención; la campaña contra Heberto Padilla por su libro Fuera del juego, premiado, publicado y defenestrado por la UNEAC; el envío de un telegrama, firmado por los cuatro, a Fidel Castro y Haydée Santamaría, expresando su preocupación por Padilla, y la respuesta indignada de Haydée; las duras reacciones en La Habana contra Cortázar por un artículo sobre Padilla; y la aceptación por parte de Vargas Llosa de invitaciones para dar clases en las universidades de Washington State y Puerto Rico (1968-69), al tiempo que se ausentaba de la reunión de Casa de las Américas en enero de 1969, para la cual se le esperaba con mucha expectativa.
No sorprende, por tanto, que algunos de los temas sobre los que conversaron esa noche en Saignon ( de hecho, los únicos de los que tenemos noticia) tenían que ver con Cuba y la postura de los intelectuales -incluyendo a los escritores del boom- frente a la situación en la isla. El primero fue la relación de Vargas Llosa con Cuba y Casa de las Américas. Su ausencia de la reunión del Comité de Colaboración de la revista, en enero de 1969, dio lugar a una serie de reproches que concluyeron con el envío de una carta de todo el Comité de Colaboración en la que prácticamente lo conminaban a visitar La Habana en el plazo de unos pocos días para discutir “actitudes y opiniones tuyas”. A lo largo de 1969 y 1970, varias cartas y algunas llamadas entre Vargas Llosa, Cortázar y Fernández Retamar dan cuenta de las tensiones y los esfuerzos por evitar la ruptura, con Cortázar cumpliendo el papel de mediador: en una carta a Retamar le decía que ninguno de los asuntos materia de discrepancia justificaba “una ruptura definitiva e irreparable con alguien que no tiene el menor deseo de romper con Cuba, muy al contrario” (carta del 11 de marzo de 1969). En el encuentro de Saignon, según le escribió Cortázar a Fernández Retamar al día siguiente, habló extensamente con Vargas Llosa sobre Cuba. A continuación reproduzco un largo fragmento de dicha carta:
Las circunstancias colaboraron para que yo pudiera llevar a la práctica casi inmediatamente la -digamos- misión amistosa concerniente a Mario Vargas Llosa. En el festival de Avignon se dio El tuerto es rey, la obra de Carlos Fuentes, y muchos amigos suyos y míos vinieron con la intención de hacer un festival privado en forma de grandes comilonas y charlas; resultado, ayer hubo una pachanga en mi ranchito de Saignon, en la que estuvieron García Márquez, Mario, Fuentes y Pepe Donoso, entre muchos otros; fue una ocasión admirable para hablar del discurso de Fidel del 26 de julio (recibido, como era previsible, con admiración y satisfacción incluso por algunos recalcitrantes que conozco). Pude, entonces, hablar largo con Mario, y aquí está la síntesis. Mario no solamente no tiene el menor problema para ir a la reunión del Comité, sino que está lleno de deseos de hacerlo para hablar largo contigo y otros compañeros. Desde luego, tanto a él como a mí nos parece elemental y muy positivo que, al margen de las recapitulaciones que puedan surgir en esas charlas, lo que cuente sea el trabajo presente y futuro; los roces, las nostalgias, las discrepancias ya claramente definidas, deben ceder paso a algo que cuenta mucho más: el acuerdo profundo y básico, y la labor que de ese acuerdo puede y debe surgir. Creo que en ese sentido (algo me dijo Ugné) no habrá problema, y que la visita de Mario no equivaldría a un demasiado barato “arreglo de cuentas”, lo que no impide que las cosas se digan y se discutan; pero tanto por él como por mí, prefiero creer (y lo creo de veras) que pasaremos más tiempo discutiendo el futuro que un pasado lleno de brumas, malentendidos y otros productos negativos de la distancia y la incomunicación.
Resulta más que evidente el afán de Cortázar por limar asperezas, olvidar reproches pasados y mirar al futuro. También por trasmitir a Retamar la idea de que los escritores allí reunidos seguían identificados con Cuba. (¿De veras comentaron y elogiaron el discurso de Fidel del 26 de julio?). Pero, en lo tocante a Vargas Llosa, se nota la prudencia que usa al trasmitir el mensaje a Retamar: Cortázar apenas llega a decir que Vargas Llosa no tiene problemas en ir a Cuba y que quiere hablar con Retamar y el resto de “compañeros”. Para facilitar ese encuentro Cortázar le pide que envíen las invitaciones lo más pronto posible, pues Vargas Llosa “es hombre ocupado y novelista a full-time y necesita organizar el viaje a base de detalles concretos”. Entiéndanlo y perdónenlo, pues es mejor tenerlo a vuestro lado que en la orilla opuesta, parece sugerir Cortázar. Y concluye su reporte: “Esta misión, hermano, queda cumplida”.
Cuba fue también el eje de su conversación con García Márquez. Aunque no había sido un defensor de Cuba tan visible como Vargas Llosa, y de hecho solo había estado en la isla muy al comienzo de la Revolución, García Márquez no había expresado públicamente opiniones críticas y había mantenido una relación muy fraterna con sus amigos cubanos. En 1968 había autorizado una edición cubana de Cien años de soledad de 10,000 ejemplares, y en 1969 otra de 80,000. Pero García Márquez había declinado reiteradas invitaciones a visitar la isla. En Saignon, sin embargo, le hizo saber a Cortázar “espontáneamente, que a partir de fin de año nada le gustaría más que visitar Cuba. Su problema es de orden personal, de carácter; Gabo tiene horror a las conferencias, las reuniones multitudinarias; se niega a hablar en esas circunstancias y sufre espantosamente”. Tenía ganas de ir pero no quería reuniones grandes: “está bien enterado del éxito de su obra en Cuba, y naturalmente teme que lo arrollen a fuerza de amor”. Su visita, agregó Cortázar, sería muy importante, “por la repercusión que tendrá en el mundo gorilesco que nos rodea”. Y remató, satisfecho: “Segunda misión cumplida, ufa”.
Detrás de estos esfuerzos estaba, por supuesto, la necesidad de Cuba y, más propiamente Casa de las Américas, como primera institución cultural de la Revolución, de amplificar su presencia y su mensaje a través de estos personajes que se habían convertido en verdaderas celebridades intelectuales y políticas de alcance internacional. En enero de 1969 se había frustrado la llegada de los cuatro del boom a La Habana, que Fernández Retamar, con gran entusiasmo, casi daba por hecha en una carta a Cortázar. Hubiera sido un acto simbólico de la mayor trascendencia que el primer encuentro de los cuatro se hubiera producido en La Habana. Al final, el único que llegó en esa ocasión fue el argentino.
Pero en Saignon no solo se habló de viajes. Otro de los temas de conversación, también conectado con Cuba, fue el proyecto de lanzar una revista que intentara mantener unido al bloque intelectual latinoamericano en medio de lo que todos sabían estaba ocurriendo: una creciente división de opiniones manifiestas en los eventos mencionados al comienzo de esta nota y otros que, no por previsibles, fueron menos impactantes, como la toma de posición abiertamente contraria a la Revolución por parte de Guillermo Cabrera Infante, en la conocida entrevista con Primera Plana de agosto de 1968: “Cuba no existe ya para mí más que en el recuerdo o en los sueños, y las pesadillas”. Octavio Paz había estado tratando de dar forma a una revista como esa, pero fue Juan Goytisolo quien se convertiría en su verdadero animador. Una nieta del “rey del estaño” boliviano que había desarrollado cierta sensibilidad hacia los problemas sociales de América Latina, le hizo saber que estaba dispuesta a financiar una revista y garantizar su independencia. Goytisolo empezó a contactarse, por teléfono o por carta, con una serie de escritores amigos: Cortázar, Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa y otros (Goytisolo, En los reinos de Taifa, Obras completas V, Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, 2007, p. 422). La oportunidad para discutir en persona y más a fondo el proyecto de revista se presentó precisamente en Saignon, durante la cena en casa de Cortázar. Así lo contó Goytisolo:
Yo había salido por carretera de París con dos periodistas y, al llegar al pueblecito provenzal en el que nos habíamos dado cita, descubrí en seguida el autobús en el que numerosos amigos de Carlos habían venido desde Barcelona. Donoso, García Márquez, Vargas Llosa nos aguardaban en el jardín del pequeño chalé de Cortázar … Acababa de regresar de Cuba -en donde mantenía numerosas relaciones con escritores y funcionarios culturales-, y nos trasmitió a Vargas Llosa y a mí los recuerdos del ya “conflictivo” Padilla.
Cuando abordamos el tema de la revista, mis compañeros coincidieron conmigo en el interés y oportunidad de la empresa: el objeto primordial de ésta, subrayé, debería consistir en una desmilitarización de la cultura, tal y como lo había propuesto Sartre años atrás en un coloquio de escritores de Leningrado. La radicalización de la revolución cubana y el recrudecimiento de los conflictos sociales y políticos en Latinoamérica tendían a instaurar una atmósfera de guerra fría en el campo de las letras hispánicas y recluir a los escritores de la isla en una mentalidad de fortaleza asediada perjudicial para sus intereses. Una revista como la que nos proponíamos, resuelta a prestar desde afuera un apoyo crítico al régimen de La Habana, no sólo contribuiría a evitar el aislamiento cultural de éste sino que reforzaría la posición de los intelectuales que, en el interior del mismo, luchaban, como Padilla, por la libertad de expresión y una auténtica democracia. (Goytisolo, p. 423).
¿Era viable el proyecto de una revista bajo estas premisas? ¿Se podía “desmilitarizar” la cultura en plena guerra fría? ¿Qué tan realista era la idea de cambiar la mentalidad de “fortaleza asediada” que reinaba en la isla, habida cuenta del bloqueo norteamericano y el aislamiento diplomático en que se encontraba la Revolución? ¿Cómo se podía ofrecer un “apoyo crítico” que fuera aceptado en Cuba cuando, al mismo tiempo, se buscaba “reforzar” la posición de Padilla? Basta recordar las reacciones al artículo de Vargas Llosa sobre la posición de Fidel en torno a Checoslovaquia o aquellas al texto de Cortazar sobre la situación de Padilla para darse cuenta que un proyecto como Libre no sería bien recibido en la isla y, por tanto, su objetivo de contribuir a romper el aislamiento cultural cubano invitando a sus escritores a colaborar resultaba poco menos que utópico.
De hecho, ese mismo día, “en la escalera del jardín de Cortázar”, Goytisolo tuvo un anticipo de lo difícil que iba a ser llevar a buen término el proyecto. La posible participación de Cabrera Infante fue motivo de arduas discusiones: “Mientras que Vargas Llosa y yo nos mostrábamos favorables a ella siempre que fuese estrictamente literaria, nuestro anfitrión afirmó de modo rotundo que si Guillermo entraba por una puerta él se salía por la otra” (Goytisolo, p. 424). La postura de Cortázar lo dejó “sorprendido e irritado”. Reflexionando sobre ese episodio años después, Goytisolo escribió que “el proyecto de nuestra publicación debería haber muerto”.
Pese a todo, y tal como resumió Plinio Apuleyo Mendoza, “allanando obstáculos de todo orden, con obsesiva tenacidad, Juan logró que los más destacados escritores del boom latinoamericano -García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa y Carlos Fuentes- le dieran su apoyo a la futura publicación en el verano de 1970, cuando se hallaban en Avignon”. Goytisolo recuerda que “agrupados en torno a Carlos Fuentes, en el soberbio recinto pontifical que servía de marco a su obra, los futuros promotores de Libre brindamos inocentemente por el éxito de nuestro intento” (Goytisolo, p. 425). El optimismo de Goytisolo no era compartido por sus colegas. Desde México, Carlos Fuentes le transmitió su impresión de que hubo “escaso entusiasmo (en todo caso una falta de verdadero entusiasmo)” entre los reunidos en Saignon. Y agregó: “creo que lo mismo piensa Cortázar y, acaso, si se le planteara la pregunta a Gabo y a Mario, concurrirían en esta impresión” (carta del 8 de diciembre de 1970).
Goytisolo nombró jefe de redacción a Plinio Apuleyo Mendoza, por recomendación de García Márquez. Con él establecieron los criterios que servirían de orientación a la revista: “apoyo a la experiencia socialista de Allende y de los movimientos de liberación de América Latina; sostén crítico a la revolución cubana; lucha contra el régimen franquista y demás dictaduras militares; defensa de la libertad de expresión dondequiera que fuese amenazada; denuncia del imperialismo americano en Vietnam y soviético en Checoslovaquia” (Goytisolo, pp. 442-443).
La conversación con algunos de los asistentes al encuentro de Saignon sería retomada algunos meses después, en Barcelona, en la fiesta que para despedir el año tuvo lugar en casa de Luis Goytisolo. Estuvieron Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Donoso y algunos otros invitados, pero no Carlos Fuentes, que por entonces estaba en México. Antes de los bailecitos que suelen mencionarse cuando se hace un recuento de esa fiesta, se habló, y mucho, de Libre, y como recuerda Mendoza, fue allí que la revista adoptó “su forma definitiva”. Se decidió que Goytisolo dirigiría el primer número, Jorge Semprún el segundo, Teodoro Petkoff y Adriano González León el tercero, y Vargas Llosa el cuarto. Al final, esos cuatro números programados fueron los únicos que se publicaron.
Entre la fiesta de fin de año de 1970 y la aparición del primer número de Libre, a fines de 1971, la situación política, en lugar de mejorar, se agravó. En enero de 1971 se reunió en La Habana el Comité de Colaboración de Casa de las Américas, con Cortázar y Vargas Llosa presentes. Ellos llevaron el encargo de “exponer el proyecto de Libre y tratar de interesar en él a los escritores cubanos” (Goytisolo, p. 443). Sus intervenciones no tuvieron el efecto deseado y, por el contrario, generaron toda clase de suspicacias e incluso hostilidad, con lo cual el objetivo de atraer a los cubanos hacia el proyecto de Libre no tuvo ningún eco en la isla. Cortázar recordaría que, en esa reunión, “me agarré fraternalmente a patadas con los compañeros cubanos” (carta a Ángel Rama, 23 de marzo de 1971). Poco después, el Comité de Colaboración se declaró en reorganización. En marzo, a la pequeña oficina de Libre (que, por entonces, “desbordaba de vida y actividad”, según Goytisolo) llegó la noticia de la detención de Heberto Padilla, ocurrida el 20 de ese mes. A Cortázar le llegó la noticia tres días después, mientras escribía la carta a Rama citada arriba: “STOP THE PRESS: En este mismo momento me telefonean con la noticia del arresto de Padilla y su mujer … me temo que volvemos a fojas uno y que otra vez habrá que romper lanzas”. Lo que vino después es ampliamente conocido y no necesita ser recordado aquí.
Los meses siguientes fueron de una actividad frenética al interior de las redes de intelectuales en ambos lados del Atlántico y en las dos trincheras políticas. En medio de acusaciones, reproches, denuncias y lealtades rotas, Libre intentaba abrirse camino. “Una atmósfera de sospecha y espionitis envolvía a la revista aún antes de nacer”, recuerda Goytisolo (p. 454). Se decidió retrasar la publicación del primer número para incluir un dossier sobre el caso Padilla. Aunque las posiciones eran tirantes, Libre (quizás sea mejor decir, Goytisolo) intentaba mantener el equilibrio y la unidad del bloque intelectual. Goytisolo cuenta con detalle en sus memorias las tensiones y negociaciones que marcaban el día a día de la revista. El primer número apareció a fines de 1971 y parecía demostrar que los “acomodos y parches” (p. 458) podían en efecto dar forma a una revista plural de izquierda: al lado de textos de Cortázar, Vargas Llosa y Fuentes se publicaron algunos inéditos del Che Guevara y un extenso dossier sobre el caso Padilla. Pero sin la presencia de escritores de la isla y con crecientes tensiones internas, el experimento no tenía demasiadas perspectivas de durar en el tiempo. En una carta a Haydée Santamaría, Cortázar lamentó que los cubanos no participaran en Libre: “si en la Casa hubieran decidido entrar con todo en la revista, esa revista sería verdaderamente nuestra, Haydée, porque entre otras cosas yo me hubiera dedicado a full-time a ella” (carta del 4 de febrero de 1972). En lugar de eso, Cortázar se mantuvo bastante al margen y finalmente solicitó que se retirara su nombre de la lista de colaboradores, pues “me plantea una situación crítica con respecto a Cuba” (carta a Vargas Llosa, 29 de abril de 1972). Su nombre, efectivamente, fue eliminado en el cuarto y último número. Hubo también problemas de distribución y venta (el gobierno argentino la prohibió; el distribuidor mexicano solicitó apenas 100 ejemplares que, además, fueron retenidos en la aduana) y poco a poco las finanzas empezaron a flaquear. “Tuvimos que admitir con melancolía -escribió Goytisolo- que nuestra ambiciosa revista había sido un fracaso” (p. 459).
Pero volvamos al 15 de agosto en Saignon: esa fue la última vez que estuvieron reunidos en el mismo lugar los cuatro grandes del boom. Pese a las discrepancias continuaron viéndose y escribiéndose por separado. Vargas Llosa y García Márquez, vecinos en Barcelona, seguirían unidos por una fraterna amistad, aunque sus posturas sobre la Revolución cubana empezaban a ser cada vez más distantes. Vargas Llosa nunca volvió a Cuba y, gradualmente, adoptó una agresiva postura anticastrista. García Márquez, en cambio, superados sus temores al “demasiado amor”, se volvió un asiduo visitante a la isla. Cortázar hizo de su lealtad con la Revolución un verdadero apostolado, mientras Carlos Fuentes, de modo menos estridente que Vargas Llosa, rompió también con la Revolución. Fuentes, García Márquez y Cortázar mantuvieron una cercana amistad tripartita hasta el final de sus días. La amistad y la mutua admiración de Vargas Llosa con Fuentes y Cortázar se mantuvieron, aunque claramente atenuadas por las conocidas diferencias políticas. Lo que sí se rompió inexorablemente fue el vínculo que había sido probablemente el más intenso: la fraterna amistad entre Vargas Llosa y García Márquez. El conocido episodio del puñetazo que le propinó Vargas Llosa a su antiguo amigo y hermano en febrero de 1976 puso fin a esa relación.
La pachanga de Saignon ocupa un lugar simbólico sin parangón en la historia del boom y sus protagonistas: fue el punto culminante de una década de amistad, grandes creaciones literarias y coincidencias políticas. Pero cuando el bus con los invitados de Cortázar partió de Saignon, el fin del boom ya se vislumbraba en el horizonte. Quizás ninguno de los participantes lo imaginó, pero, visto en retrospectiva, los signos de que algo estaba terminando, y de que la cena del 15 de agosto podría ser la última en la que estarían los cuatro juntos, flotaban en el aire.
Estimado colega
Excelente articulo.
Vivo en Saignon.
Conocía la foto, pero no todo el contexto y el sentido de esa “última cena”.
Yvon Le Bot
sociólogo
Muchas gracias, Yvon. Algún día espero visitar Saignon. Te buscaré para charlar un poco.
Saludos cordiales,
Carlos