Las huellas de los lectores

Un libro no es solo un conjunto de palabras, frases, versos y párrafos con los que un autor construye episodios, imágenes, diálogos y argumentos. Un libro es también un artefacto material, y en su versión más duradera (por ahora), hecho de docenas o cientos de hojas de papel encuadernadas, casi siempre envueltas en algún tipo de cubierta. El tipo de letra, la amplitud o estrechez de los márgenes, la calidad de la impresión y la textura del papel resultan también, en grados diversos, factores importantes en la experiencia sensorial que representa acercarse y disfrutar de un libro. Para muchos lectores la presentación física del libro es muy importante y hay quienes sostienen que “en edición diferente los libros dicen cosa distinta”.

Andrés Trapiello, de cuyo libro sobre la imprenta en España he tomado la citada frase de Juan Ramón Jiménez, sugiere que “una letra inapropiada, la falta de blancos en los márgenes, un papel excesivamente brillante o de una coloración deprimente, contribuirán a que el lector, en algún momento, y sin saber muy bien cómo ni por qué, abandone la lectura” (Trapiello, Imprenta moderna. Tipografía y literatura en España, 1874-2005, p. 6).

Hay lectores para quienes el objeto libro debe conservarse de la manera más pulcra posible: protegido contra la humedad, invicto de subrayados o manchas, sin páginas dobladas o rotas, quizás encuadernado en cuero para una mejor preservación o cubierto por una funda de mylar o plástico (Vinifán para los peruanos) que ayude a evitar daños a las portadas. Para otros el libro es útil y valioso en la medida que trasmite su contenido, sin importar demasiado su condición física: las hojas pueden estar rotas, húmedas, subrayadas o desprendidas del lomo, y ello no impedirá el disfrute de la lectura. Algo parecido ocurre con las bibliotecas personales: las hay bien ordenadas e impecablemente preservadas, cuyos dueños las atesoran con obsesión maniática (“enfermos del libro” les ha llamado Miguel Albero), pero también existen aquellas que son básicamente estanterías de volúmenes útiles para leer y disfrutar pero no para acariciar ni disfrutar de la textura del papel o los encuadernados en piel. Cada lector o lectora establece con los libros una relación distinta, personal, íntima.

Sirva esto como prefacio a la presentación de una selección de imágenes de ejemplares de distintas ediciones de La ciudad y los perros que muestran las huellas de reiteradas lecturas, el paso del tiempo o el descuido de sus propietarios. La mayoría son fotografías de ejemplares que alguna vez estuvieron en venta y que, quizás (ojalá), encontraron ya compradores que, pese al estado precario del ejemplar, han podido acercarse al mundo de los cadetes del Leoncio Prado que Vargas Llosa plasmó en esta novela.

Queda, como tarea pendiente, intentar reunir una colección similar con imágenes de otro tipo de huellas: subrayados, anotaciones al margen y reflexiones de los lectores. Se trata de una tarea mucho más difícil pero no imposible.

Se puede acceder al álbum de fotografías haciendo click en la siguiente imagen:

 

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