Los 60 años de Los jefes

Hace exactamente sesenta años, el 7 de marzo de 1959, se anunció en Barcelona que el Premio Leopoldo Alas correspondiente a 1958 había sido otorgado a un joven y desconocido escritor peruano, Mario Vargas Llosa, por su libro de cuentos Los jefes. La breve nota publicada en el diario La Vanguardia al día siguiente es todo un símbolo de esos tiempos: se antepone el “Don” al nombre del autor, se equivocan con su segundo apellido (“Llosas”) y se informa que el anuncio se había hecho en un restaurante ubicado en la Avenida del Generalísimo Franco:

No fue más auspiciosa la nota publicada el mismo día en el diario ABC: el autor fue presentado como escritor chileno y sus cuentos “aunque no centrados en ningún país concreto, se cree que están inspirados en Chile, patria del autor”:

Unos días después, la revista Destino publicó una nota bastante más informativa, con los nombres de los finalistas del concurso y una fotografía del jurado, aunque los datos sobre el ganador seguían siendo algo vagos (“se le calcula de veinte a veintidós años”).

El Premio Leopoldo Alas de cuento se creó en 1955 en Barcelona a iniciativa del escritor Esteban Padrós de Palacios y el poeta y traductor Enrique Badosa, y contó con el apoyo entusiasta y el mecenazgo de los médicos Martín Garriga Roca y Manuel Carreras Roca. Estos dos últimos, además, fundaron la Editorial Rocas “con el solo objeto de publicar, en principio, los libros premiados, los finalistas y, a ser posible, algunos otros que nos parecieran meritorios”, como recordó años más tarde Padrós de Palacios (“Breve historia del premio ‘Leopoldo Alas’“, Lateral, No. 28, abril 1997). Los cuatro integraban el jurado del premio (Garriga Roca como Presidente sin voto) acompañados por el pedagogo Manuel Pla y Salat, los médicos Gonzalo Lloveras y Miguel Dalmau (cuyo hijo, del mismo nombre, escribiría en 2015 una biografía de Julio Cortázar) y el abogado y escritor Juan Planas Cerdá. Padrós de Palacios fungía de secretario del jurado. El primer fallo se anunció en marzo de 1956: el ganador fue Doce cuentos y uno más, de Lauro Olmo, quien celebró el hecho de que se hubiera creado un premio de cuento, pues los premios literarios españoles de narrativa estaban dominados por la novela. La primera edición de su libro, sin embargo, decepcionó a todos: “la cubierta, el formato y la impresión carecía de atractivo”, recordó Padrón de Palacios. Se decidió entonces imprimir una nueva edición con el diseño de cubierta que luego se mantendría por muchos años. El premio correspondiente a 1956 lo ganó Jorge Ferrer-Vidal Turull con Sobre la piel del mundo y el de 1957 Los desterrados, de Ramón Nieto. El concurso de 1958 que ganó Vargas Llosa fue, según Padrós de Palacios, el más concurrido en toda la historia del premio: se recibieron 75 manuscritos. Los tres primeros años los números habían sido 34, 34 y 63, respectivamente.

Vargas Llosa fue notificado el mismo día 7 de marzo. La alegría de recibir el premio se vio empañada, sin embargo, por un desencuentro con su amigo Luis Loayza que se había producido algún tiempo atrás: Loayza se enteró de que había enviado los cuentos a ese concurso sin haberle avisado a él, quien probablemente hubiera querido también probar suerte. Hubo intercambios de cartas a las que no he tenido acceso. Vargas Llosa pensó, no sin razón, que la noticia del premio podía ensombrecer aún más su relación con Loayza. En una carta escrita al día siguiente de la noticia del premio Leopoldo Alas (aunque fechada, equivocadamente, el 8 de febrero), Vargas Llosa le contó a Abelardo Oquendo -quien tampoco sabía que había enviado los cuentos al concurso- las circunstancias en que se enteró del premio y los sentimientos contradictorios que lo embargaron:

Anoche fuimos con Julia al teatro y al regreso, la familia Bérgua -así se llaman los dueños de la pensión- estaba alborotada. Habían llamado de Barcelona para decir que me habían dado el premio de cuentos … Hace unos dos o tres meses mandé a Barcelona cinco cuentos, tres de ellos escritos en Lima y corregidos. No quise decir una palabra a nadie. Lo hice por vanidad, para que no supieran que había perdido. Lucho [Loayza] estaba en Salamanca y cuando regresó tampoco se lo dije. Te juro Abelardo que jamás se me pasó por la cabeza ocultarle que había mandado esos cuentos para que él no pudiera presentarse. Conozco más o menos mis defectos y entre ellos, por desgracia, el egoísmo ocupa un lugar primordial, pero en esa ocasión no hubo perfidia; solamente pequeñez, vanidad.

Pero ahora, carajo, al saber que gané el concurso, me asaltan otra vez dudas y un poco de vergüenza y embarazo. Sería un cínico si te dijera que no estoy contento, pero ese sentimiento está teñido de confusión. Si contarte todo esto me ha resultado bastante difícil, ya te imaginas como me va a costar decírselo a Lucho, a quien escribo ahora mismo: de nuevo me siento en deuda con él … No quisiera que Lucho o tú se decepcionaran de mi. Reconozco que callar lo del concurso fue poco elegante: una actitud mediocre. Pero no hubo intención deshonesta. Jamás he mirado a Lucho como a un colega al que hay que vigilar y medir. Mentiría si no te dijera que muchas veces he envidiado en él, así como en ti, la exactitud en el estilo, el buen gusto, la incapacidad para la altisonancia, el desborde, el exceso, que a mi me fascinan muy a mi pesar, pero era una envidia sana, limpia, sin sombra de suciedad.
Paso bruscamente de la humildad y el titubeo al entusiasmo. Me acaban de hacer dos reportajes y me siento importante, famoso, inmortal: el hombre es débil, mediano, la negación de la grandeza. Recibe la palmada convencional del más oscuro repórter, del más oscuro diario catalán, sobre el más oscuro concurso -hay aquí mil concursos semanales, como sabes- y se ancha y ensoberbece como un pavo real. Te mandaré los recortes. Aquí meto lo que salió en el ABC y en Ya.

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Según el colofón, la primera edición del primer libro de Vargas Llosa se terminó de imprimir en julio de 1959 en los talleres gráficos de Socitra, en Barcelona. El volumen de 132 páginas en formato pequeño apareció, como puede verse en la imagen que encabeza este post, sin el segundo apellido del autor. En los interiores se incluyó un retrato de Vargas Llosa dibujado por Clara Guillot y un breve prólogo de Juan Planas Cerdá. Se distribuía con un cintillo en el que aparecía una fotografía del autor y el anuncio del Premio Leopoldo Alas. En la contraportada se incluyó la misma fotografía, algunos datos biográficos y el siguiente comentario editorial:

Los jefes es un libro recio por su estilo, por su temática, por el modo como su autor plantea, desarrolla y resuelve sus situaciones. En cierto modo, Los jefes testimonia la lucha del hombre contra el hombre y en sus cuentos campea una decidida voluntad de dominio que no se resuelve tanto en una actitud de dependencia como en una actitud de abierto y franco combate cuando es necesario combatir.

No se conoce el tiraje, aunque se presume que fue relativamente corto, quizás 500 o 1000 ejemplares. Padrós de Palacios recuerda los problemas que tuvieron para distribuir las ediciones de Rocas: “Si a los editores profesionales no les interesaban los libros de cuentos, a los distribuidores les interesaban todavía menos. Los libros quedaban almacenados en vastos sótanos en los que la humedad era el único y más ávido lector de sus páginas”. De hecho, solo se colocaban “unas docenas de ejemplares” en librerías amigas, llevados allí por los propios editores. El médico Carreras consiguió que buena parte de cada edición fuese adquirida por laboratorios farmacéuticos que luego obsequiaban los libros a manera de publicidad para supositorios, medicina anti-reumática o el laboratorio en cuestión, como se aprecia en las siguientes imágenes:

Antes de ser publicado, sin embargo, el libro tuvo que ser sometido a la censura española. El 6 de abril Vargas Llosa le escribe a Abelardo Oquendo: “mi libro está en la censura. El jueves me lo devuelven, ojalá sin recortes”. En la siguiente carta, del 17 de abril, le informa: “La censura me devolvió el libro, junto con una extensa carta en la que pide a Dios que me de larga vida, después de indicarme, secamente, que suprima las palabras ‘puta’ y ‘maricón’. Está casi listo. Me lo entregarán dentro de unos diez días. Te mandaré un ejemplar por avión”. En efecto, Vargas Llosa cambió “puta” por “perra” en el cuento “Hermanos” (p. 130) y “maricón” por “soplón” en el cuento “Los jefes” (p. 38). (Ambos términos fueron repuestos a partir de la edición peruana de Populibros).

La primera edición incluyó cinco cuentos: “Arreglo de cuentas”, “Los jefes”, “El abuelo”, “Día domingo” y “Hermanos”. El libro pasó prácticamente desapercibido para la crítica literaria española e hispanoamericana, aunque no se libró de una severísima valoración publicada en el Diario de Barcelona y firmada con las iniciales “D. de F.”:

[E]s una lástima que se premie lo que, sin premiarlo, podría ser juzgado con la benevolencia que merece toda obra inicial. Aunque claro que, después de leer Los jefes, se echa uno a pensar cómo serían las demás obras presentadas al concurso, cuando esta logró sobresalir de ellas. Repito: una verdadera lástima. Y así no vamos a ninguna parte (Padrós de Palacios, p. 74).

En el Perú, una de las pocas reseñas que tuvo el libro fue la de Sebastián Salazar Bondy (El Comercio, 4 de octubre de 1959). El crítico peruano creyó percibir en los cuentos de Los jefes una visión esperanzadora y optimista sobre el futuro: “los personajes de estos cuentos resumen, sin duda, una característica aspiración juvenil de nuestro tiempo y nuestro medio, en los cuales, por sobre la grisura de la vida, por sobre la rutina de los días y los hechos, los temperamentos fuertes y firmes intentan poner su sello en la tinta violenta de la vergüenza, de las celos del heroísmo aun gratuito”. Y concluye: “de la primera línea a la última se descubre que la materia humana que en ellos se expresa está dispuesta a ser modelada para la construcción de un mundo mejor por medio de la justicia, la educación y la solidaridad … Mario Vargas Llosa apuesta por el sí en el dramático juego del futuro peruano”.

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Fue a partir del éxito de La ciudad y los perros que editores, críticos y lectores empezaron a interesarse por el libro de cuentos de Vargas Llosa. La segunda edición fue publicada por Manuel Scorza en diciembre de 1963 dentro de la colección Populibros. En mi libro he ofrecido algunos detalles sobre esa edición: Vargas Llosa dudó mucho en autorizar la reedición de un libro que él consideraba muy deficiente. Ya en 1959, cuando estaba en prensa el libro en Barcelona, le había dicho a Oquendo que “en conjunto, el libro es una mierda, incluso para el Perú y España”. Cuando se propuso la reedición en Lima le dijo a Oquendo que esos cuentos “me deprimían por defectuosos” y que, a pesar de los cambios que había introducido, le seguían pareciendo “flojos y muy adolescentes”. La persistencia de Scorza y la promesa de un pago nada desdeñable por los derechos de autor lograron vencer su resistencia, aunque luego Vargas Llosa acusaría a Scorza de haberlo estafado y expresó su enfado por la campaña publicitaria que aquel había montado en Lima (ver Biografía de una novela, 2015, pp. 184-187).

La edición de Populibros incluyó algunos cambios respecto a la primera edición: “Arreglo de cuentas” pasó a llamarse “El desafío”, “Hermanos” se convirtió en “El hermano menor”, y el cuento “El abuelo” se eliminó para dar paso a uno nuevo titulado “Un visitante”.

En 1965 el editor argentino Jorge Álvarez publicó una nueva edición, en torno a la cual hubo también una agria disputa: Vargas Llosa acusó a Álvarez de publicar su libro y a Scorza de haber “vendido” los derechos sin su autorización (para más detalles ver Biografía de una novela, 2015, pp. 253-257). La edición de Jorge Álvarez mantuvo el mismo contenido que la de Populibros, pero una segunda edición, publicada en 1966, repuso el cuento “El abuelo”, con lo cual por primera vez el libro incluía los seis cuentos que luego integrarían la edición definitiva. Hubo varias reimpresiones de la edición de Jorge Álvarez y ediciones en varios países: José Godard (Lima, 1968), Barral Editores (Barcelona, 1971), Editorial Universitaria (Santiago de Chile, 1973), Aguilar (Madrid, 1974) y otras. En 1970 la colección “Biblioteca Básica” de Salvat (que se distribuyó masivamente en España e Hispanoamérica) publicó en un solo volumen Los cachorros y dos cuentos de Los jefes (“El desafío” y “Día domingo”), y en 1973 la colección “Biblioteca Peruana” de PEISA publicó en un solo volumen Los jefes y Los cachorros. En 1980 Seix Barral publicó una edición “definitiva” en cuyo prólogo Vargas Llosa reiteró su valoración negativa sobre esos cuentos: “No valen gran cosa”, escribió.

Su opinión es compartida por los críticos: los cuentos de Los jefes son apreciados sobre todo como una especie de entrenamiento o preparación para las futuras incursiones del novelista en temas como el mundo de la adolescencia, la vida del barrio, las formas violentas de masculinidad, la rebeldía juvenil y otros. Vargas Llosa diría en 1999 que “es un libro donde se ve una personalidad en proceso de formarse. Los jefes es un pequeño microcosmos de lo que vendrían a ser el resto de mis libros”.

Cuando apareció la edición de Jorge Álvarez el crítico chileno José Promis Ojeda publicó una extensa reseña en la que afirmaba que el libro de cuentos “no alcanza la jerarquía” de la primera novela de Vargas Llosa pero que sí “constituye un valioso antecedente para fijar ciertos rasgos formales distintivos del novelista, a la vez que presenta la génesis de algunos motivos considerados fundamentales en La ciudad y los perros”. En 1967 Mario Benedetti consideró a Los jefes como “un libro de cierto interés, aunque decididamente menor, y si hoy ha merecido varias ediciones es sobre todo por su valor como antecedente. Ahora resulta fácil decretar que el cuento titulado ‘Los jefes’ constituye un anticipo temático de La ciudad y los perros. Y luego agregó: “Con excepción de ‘Día domingo’ (cuyos personajes tienen realmente carnadura), los cuentos de este primer libro no consiguen crear el clima adecuado a sus criaturas y quedan como un irregular muestrario de temas desperdiciados”. En 1968 José Emilio Pacheco sería algo más benévolo: en Los jefes, escribió, “está germinalmente el Vargas Llosa de su madurez”: “El raro don de saber contar una historia sobrevive a todas las limitaciones del aprendizaje”. Además, identifica en cada uno de los cuentos temas que luego retomará en sus novelas: “la lucha por la supremacía, por ser el ‘hombre fuerte’ que se imponga al grupo o a la colectividad (en el cuento ‘Los jefes’), las leyes intangibles del machismo (‘El desafío’), el repudio por dividir a los hombres en buenos y malos, así como la visión trágica de la irresponsabilidad (‘El hermano menor’), las presiones que ejerce el grupo de amigos, la hipocresía, el triunfo que es más perfecto porque se calla (‘Día domingo’), la traición individual y la venganza solidaria de la pandilla (‘Un visitante’), el carácter absurdo de la crueldad (‘El abuelo’)”.

Como expliqué en un post anterior, Vargas Llosa escribió algunos cuentos posteriores a los de Los jefes pero nunca se publicaron y probablemente se han perdido para siempre. Incluso envió un “cuento largo o novela corta de la casa verde” -una primera incursión en la historia que luego recrearía en la novela de ese título- al concurso del Premio Sésamo, pero sin éxito (carta a Abelardo Oquendo, 6 de abril de 1959). Si exceptuamos Los cachorros, Vargas Llosa no volvió a incursionar en el relato breve, una decisión que seguramente estuvo marcada por los resultados insatisfactorios de los cuentos de Los jefes. Pero la importancia de un libro puede medirse de otras maneras, ajenas a su calidad literaria: el premio y publicación de Los jefes representó un aliciente decisivo para un escritor que por entonces trabajaba, intentando vencer las dificultades propias del novelista primerizo, en el libro que luego lo haría famoso. Como escribiría en 1997 en la dedicatoria al hijo del médico Manuel Carreras, uno de los promotores de la Editorial Rocas, Vargas Llosa se considera “un autor que nació con este premio ‘Leopoldo Alas'”:

 

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