“A fines de 1959 o comienzos de 1960”, recién llegado a París, un joven Vargas Llosa tradujo Un corazón bajo la sotana, un breve e irónico relato sobre las pasiones, instintos, rebeldías y escarceos literarios de un seminarista adolescente que Arthur Rimbaud (1854-1891) escribió cuando tenía 15 años y que permaneció inédito hasta 1924. La imprecisión de la fecha en que se hizo la traducción es del propio Vargas Llosa, aunque el prólogo que escribió, titulado “El corruptor”, está fechado en octubre de 1960. La traducción iba a publicarse dentro de una serie que dirigía Fernando Tola, profesor de latín en la Universidad de San Marcos, pero se frustró debido a su salida de la universidad y el texto quedó encarpetado durante 30 años hasta que, en diciembre de 1989, por gestión de Guillermo Niño de Guzmán, apareció en la “Colección del Sol Blanco” que él dirigía junto a Jaime Campodónico. El libro se presentó en Lima cuando Vargas Llosa estaba casi totalmente sumergido en la campaña electoral de 1990. Por eso, tal como recuerda en El pez en el agua, “me pareció mentira, por un par de horas, oir hablar y hablar yo mismo de poesía y de literatura, y de un poeta que había sido una de mis lecturas de cabecera cuando joven”. En una charla de 2005 sobre la poesía Vargas Llosa diría que “Rimbaud fue un poeta que leí y releí y aprendí de memoria, sobre todo en mis primeros años en Francia” (En torno a la poesía, Fundación Loewe, p. 35).
Conviene reparar en la fecha en que Vargas Llosa hizo la traducción: por entonces estaba trabajando intensamente en la redacción de La ciudad y los perros. Ambas narraciones tienen que ver con el mundo de la adolescencia, con universos cerrados y jerárquicos (un Seminario y un colegio militar, respectivamente) y con las formas en que los jóvenes subvierten las normas impuestas sobre ellos. En la medida que la traducción permaneció inédita y, hasta donde conozco, Vargas Llosa no la mencionó en entrevistas o escritos, los estudiosos más tempranos de La ciudad y los perros y de la obra de Vargas Llosa no tuvieron oportunidad de establecer alguna conexión entre ambos proyectos. El rescate y publicación de esa traducción permitió restablecer ese parentesco.
El prólogo de Vargas Llosa -escrito, como dije, en 1960- ofrece ya algunas pistas:
La narración está impregnada de irreverencias, de insinuaciones escabrosas, de atrevimientos y malacrianzas. Percibimos entonces, con inquietud, una atmósfera malsana, tan importante como los hechos mismos de la historia: el mal olor, el jadeo animal de los seminaristas, su aliento desagradable, las delaciones estimuladas, la maligna curiosidad del Superior y su impudicia, la equívoca descripción de los atributos físicos de Timotina (…), la situación ambigua durante la tertulia en casa de Cesarino, la fuga final.
“La verdadera realidad descrita por Rimbaud -agrega Vargas Llosa- es ese clima ruin, el aire sofocante, ese vaho de humores viscerales, de malos instintos y funciones fisiológicas, que envuelven a las cosas y los personajes de Un corazón bajo la sotana“. No hace falta ser muy perspicaz para notar que varios elementos que Vargas Llosa resalta del texto de Rimbaud aparecen también en La ciudad y los perros.
Daniel Lefort, por entonces agregado cultural de la embajada francesa en Lima y autor del texto de la solapa de la edición de 1989, escribió:
Uno imagina sin dificultad los motivos que han impulsado a Mario Vargas Llosa -tenía entonces 23 años- a interesarse especialmente en Un corazón bajo la sotana, y a reconocer en Rimbaud a un hermano de espíritu. En 1959, la novela en la que desencadena poderosamente sus recuerdos del colegio Leoncio Prado está aún en la etapa de manuscrito bajo el título de Los impostores, mucho antes de convertirse en La ciudad y los perros. Allí se encuentra la misma rebelión adolescente, el mismo espíritu de escarnio, el mismo humor devastador aplicados aquí al horror de la instrucción en uniforme, allá a las realidades nauseabundas del estudio bajo la sotana.
Luego de la publicación del libro, los críticos y comentaristas empezaron a identificar los elementos que permitirían precisar la impronta del libro de Rimbaud en la novela de Vargas Llosa. En una reseña publicada en la revista Proceso de México, por ejemplo, Miguel Ángel Flores anotó que “son fáciles de imaginar las razones por las que [Vargas Llosa] se sintió atraído por este texto del rebelde [de] Charleville, sobre todo cuando se hallaba inmerso en dar cuerpo a una novela de adolescentes enfrentados a la incomprensión y las humillaciones de los adultos”. El crítico peruano Ricardo González Vigil, en una reseña publicada en el suplemento “Dominical” de El Comercio el 4 de febrero de 1990, sugirió que “la afinidad mayor” entre ambos textos radica en “la condena de un sistema que esclaviza al ser humano, impidiendo su liberación a plenitud, como psique y como soma, como persona individual y como sujeto social”. Años después el crítico español Jaime Siles, en una reseña a la edición española del libro (Renacimiento, 1999), escribió que ese texto “proporciona pistas sobre el autor de La ciudad y los perros” y que “más que descubrir otro Rimbaud, nos descubre otro Vargas: el que todavía no lo era, pero también el que estaba ya a punto de ser”. En su estudio sobre la novelística de Vargas Llosa (The Temptation of the Word, 1998), Efrain Kristal subrayó que, mucho antes de su fascinación con Bataille, Vargas Llosa había encontrado en la historia “escandalosa y anti-clerical” de Rimbaud puntos de vista que sirvieron de sustento a sus visiones sobre la literatura.
Estas observaciones, sin embargo, no pasaban de ser apreciaciones de carácter general. Sería recién en 2015 que Marie-Madeleine Gladieu, profesora de la Universidad de Reims, publicaría un ensayo bastante más detallado sobre los ecos del texto de Rimbaud en La ciudad y los perros. Gladieu identifica “una presencia del texto de Rimbaud que va más allá de la simple transposición de los estragos de la educación hipócrita impartida en el seminario para Rimbaud y en el colegio militar para Vargas Llosa”. Primero, la profesora Gladieu analizó la traducción de Vargas Llosa y las “infidelidades al texto original”, que muestran “cierto grado de implicación personal del joven traductor en el texto ajeno, una interiorización de la situación del personaje del seminarista y de las mentiras a las que le obliga la educación en un seminario, situación bastante parecida a la de los personajes de cadetes que desobedecen y mienten frente a la severidad oficial de la educación en el colegio militar”. Simultáneamente al trabajo de traducción, sugiere, “Vargas Llosa está elaborando ya su propia escritura del despertar del deseo y primeras emociones sentimentales en sus personajes de adolescentes”.
Además, Gladieu ofrece varios ejemplos que emparentan ambos acercamientos al mundo de la adolescencia y su relación con esos espacios cerrados y autoritarios: los rasgos de “fealdad” atribuidos a personajes femeninos, una cierta fijación por aspectos sórdidos como los malos olores, la presencia de comportamientos “celestinescos”, la corrupción de personajes que ejercen posiciones de autoridad, y las inclinaciones literarias de dos protagonistas centrales, Leonardo en el caso de Rimbaud y el Poeta en La ciudad y los perros:
Y precisamente otro tema común a los dos textos es el de los primeros escritos de un muchacho “escribidor”: Leonardo y sus poemas —aleluyas— inspirados los primeros en las oraciones del rito católico, y Alberto apodado el Poeta, que en la novela sólo escribe cuentos eróticos inspirados en lo que escucha de los adultos o de los radioteatros. El episodio de La ciudad y los perros en el que el Consejo de Oficiales con el Coronel, el Comandante Altuna y el teniente Gamboa citan al cadete para reprocharle esa actividad fútil y condenable para un futuro miembro del Ejército, la lectura en voz alta por el propio Alberto de algunas frases de las novelitas, hecha para avergonzarlo, es una escena inspirada en parte en la reacción del padre del autor; pero tiene también su origen en el episodio de Un coeur sous une soutane en el cual el Superior lee con lentitud e irrisión el poema a la Virgen de Leonardo. La “Virgen encinta”, adjetivo que no se empleaba en la poesía de esa época ni hablando de una señora de cierto estatus social, y menos todavía de la Virgen María, porque correspondía a la crudeza del naturalismo y del registro científico medical, choca tanto en un poema como la descripción de las piernas y de los atributos femeninos del personaje creado por Alberto en sus novelitas eróticas.
Quienes estén interesados en leer y valorar el sugerente ensayo de la profesora Gladieu podrán acceder a él aquí.