Ha muerto en París, a la edad de 83 años, el escritor peruano Luis Loayza. Autor de una novela (Una piel de serpiente), un par de colecciones de cuentos (El avaro y Otras tardes) y numerosos ensayos breves, algunos publicados en formato de libro (Sol de Lima, Sobre el 900, Libros Extraños), Loayza es considerado por muchos lectores y críticos uno de los mejores escritores peruanos del siglo XX. En 2010 la Universidad Ricardo Palma compiló su obra narrativa y ensayística en dos volúmenes (el segundo de los cuales fue comentado, entre otros, por Vargas Llosa y Alberto Vergara), y hace solo unos meses la editorial española Pre-Textos reeditó Otras tardes, cuya portada encabeza este post.
No voy a abundar en detalles sobre su biografía, pues se han publicado numerosos recuentos en estos últimos días. Casi todos se refieren a la admiración que Loayza tenía por Borges y al apelativo de “el borgiano de Petit Thouars” con el que sus amigos Oquendo y Vargas Llosa lo bautizaron y que este último estampó en la dedicatoria de Conversación en La Catedral. Según el propio Vargas Llosa, fue Loayza quien le hizo conocer la obra de Borges, por lo que la noticia de que Vargas Llosa había entrevistado al escritor argentino en París en noviembre de 1964 no podía dejar de emocionar a su amigo, quien por entonces vivía en Nueva York. En una carta del 18 de diciembre Loayza le envió un reproche amistoso y algo juguetón, pero reproche al fin y al cabo:
Abelardo me acaba de enviar tu entrevista con Borges y me he sentido traicionado. ¿Cómo es posible que no me hayas escrito una nota minuciosa y larguísima sobre ese encuentro? ¿Quién hubiera dicho que verías a Borges y no pensarías en mí? ¿Es que ya no se puede creer en nada?
A los lectores de este blog y de mi libro les resultará familiar la relación entre Loayza y Vargas Llosa y por eso aprovecho esta oportunidad para compartir un par de cartas inéditas que tienen que ver con el proceso de redacción de La ciudad y los perros. Loayza estuvo dentro del puñado de amigos con quienes Vargas Llosa mantuvo correspondencia durante esos años y a quienes solicitó leer el borrador de su novela. En junio de 1962 Vargas Llosa aprovechó un breve viaje a Lima para hacer circular el manuscrito entre sus amigos. De regreso en París, y pese a su inseguridad (“la mitad del libro es impublicable en su estado actual”), siguió el consejo de Claude Couffon y lo envió a Seix Barral.
El 15 de setiembre de 1962, poco después del encuentro en París en el que Carlos Barral le sugirió que enviase el manuscrito al Premio Biblioteca Breve, Vargas Llosa le escribió a Abelardo Oquendo para solicitarle su ayuda y la de “Lucho” Loayza:
[C]omo estoy embrutecido y no veo con claridad cuáles son las fallas más saltantes, quisiera que tú y Lucho me ayudaran. ¿Qué partes se pueden suprimir, qué frases convendría cambiar, etc.? No dejen de hacerlo, por favor, y lo más pronto posible, pues tengo que mandar el libro antes del quince de octubre. Me gustaría que me indicaran los cambios posibles de manera bien precisa, indicando incluso el número de página.
Así lo hicieron, aunque, como Oquendo escribió el 5 de octubre, “el tiempo es ya limitadísimo para ti y haremos solamente las indicaciones susceptibles de variación en el original mismo, sin obligar a una nueva redacción”. Loayza envió una carta con comentarios el 9 de octubre y al día siguiente él y Oquendo escribieron otra con sugerencias específicas. Algunas de las recomendaciones eran bastante drásticas: la supresión de un capítulo entero sobre Miraflores, el desdoblamiento de Teresa en dos personajes con nombres diferentes y la eliminación del epílogo y los epígrafes. También sugirieron unos pocos cambios muy puntuales para mejorar la redacción y opinaron sobre varios de los posibles títulos de la novela. Loayza llegó a decir, empero, que Vargas Llosa debía ser “parco en los cambios” y que, en todo caso, la novela podía publicarse tal como estaba. Reproduzco a continuación esas dos cartas:
Carta de Luis Loayza a Mario Vargas Llosa (9 de octubre de 1962)
Carta de Luis Loayza y Abelardo Oquendo a Mario Vargas Llosa (10 de octubre de 1962)
Vargas Llosa envió el manuscrito a Barcelona hacia el 15 de octubre, por lo que las sugerencias de sus amigos no llegaron a tiempo. Pudo haberlas incorporado más tarde, durante el proceso de revisión que siguió a la obtención del premio Biblioteca Breve, pero no lo hizo, salvo en el caso de un par de ajustes muy específicos que habían sido señalados por Loayza y Oquendo (“país” fue cambiado por “Perú” para evitar la cacofonía con “sueño gris”, y el personaje conocido como “El Purulento” pasó a llamarse “El Carapulca”). Las sugerencias de mayor envergadura no fueron tomadas en cuenta por Vargas Llosa.
Luis Loayza fue uno los primeros en recibir un ejemplar de la novela publicada por Seix Barral y cuya hechura había acompañado a la distancia. Cierro estos apuntes sobre Loayza reproduciendo unas líneas de la carta que le escribió a Vargas Llosa desde Nueva York el 18 de diciembre de 1963 y en la que se proclamaba, orgullosamente, “tío” de aquella recién nacida criatura literaria:
Mi querido viejo:
Muchas gracias por el libro, que he recibido con satisfacción y con orgullo. Es, físicamente, un buen bloque, un libro hecho y derecho, mayor de edad –como no lo era Los jefes ni puede serlo ninguna de las taciturnas ediciones peruanas- que se lanza a todo el mundo, y tendrá una vida propia, interesante, y formará parte de la vida y la memoria de mucha gente que no conocen a su padre ni mucho menos a su tío, que hoy lo mira con afecto. No cometeré la tontería de decirte lo que para tí significa pues estoy seguro que tu sientes lo que yo sólo puedo suponer, que este libro te compromete definitivamente con tu vocación. Creo que será el primero de una serie, que todos esperamos.