Carlos Ney Barrionuevo, c. 1970
Hace dos días murió, a los 91 años, Carlos Ney Barrionuevo, legendario ex periodista de La Crónica, Expreso y otros medios y quien compartió sala de redacción y aventuras bohemias con Vargas Llosa durante el verano de 1952, cuando el futuro escritor apenas se acercaba a los 16 años. Pese a la brevedad de esa relación, la impronta que dejó Ney Barrionuevo en el futuro Premio Nobel fue decisiva, tanto en lo personal como en lo literario. En particular, como mencioné en un post anterior, fue Ney Barrionuevo quien introdujo a Vargas Llosa en la lectura de Sartre, un encuentro intelectual que sería determinante en su vocación y en la concepción y redacción de La ciudad y los perros.
En su libro de memorias El pez en el agua Vargas Llosa recordó así a su colega y amigo de juventud:
Carlos Ney Barrionuevo fue mi director literario en esos meses. Era cinco o seis años mayor que yo y había leído mucho, sobre todo literatura moderna, y publicado poemas en el suplemento cultural de La Crónica. A veces, en la alta noche, cuando las cervezas le quitaban la timidez -la nariz ya colorada y los ojos verdosos rutilando de fiebre-, sacaba de su bolsillo un poema garabateado en una cuartilla del diario y nos lo leía. Escribía poemas difíciles de entender, de extrañas palabras, que yo escuchaba intrigado, pues me revelaban un mundo totalmente inédito, el de la poesía moderna. Él me descubrió la existencia de Martín Adán, muchos de cuyos sonetos de Poesía de extramares recitaba de memoria y cuya figura bohemia -entre el manicomio y las tabernas- Carlos iba a espiar, con unción religiosa, al bar Cordano, contiguo al Palacio de Gobierno, cuartel general del poeta Martín Adán los días que salía a la calle de la clínica psiquiátrica en la que había decidido vivir.
Mi educación literaria debe a Carlitos Ney más que a todos mis profesores de colegio y que a la mayoría de los que tuve en la universidad. Gracias a él conocí algunos de los libros y autores que marcarían con fuego mi juventud -como el Malraux de La condición humana y La esperanza, los novelistas norteamericanos de la generación perdida, y sobre todo, Sartre, de quien, una tarde, me regaló los cuentos de El muro, en la edición de Losada prologada por Guillermo de Torre. A partir de este libro iniciaría una relación con la obra y el pensamiento de Sartre que tendría un efecto decisivo en mi vocación. Y estoy seguro que Carlitos Ney me habló, también, por primera vez, de la poesía de Eguren, del surrealismo y de Joyce, de quien debió hacerme comprar ese Ulises en la atroz traducción publicada por Santiago Rueda, que, dicho sea de paso, apenas pude leer, saltándome las páginas y sin entender gran cosa de lo que leía.
Vargas Llosa se lamentaba en sus memorias de que Ney Barrionuevo nunca publicara “un libro de poemas que revelaría al mundo ese talento enorme que parecía ocultar”. Coincidentemente, el mismo año que apareció El pez en el agua, 1993, Ney Barrionuevo publicó su único libro de poemas, Las siete caras de la muerte: El fracaso de Pigmalion. Poemas del ayer, un breve volumen de 51 páginas hoy casi inhallable y que reproduzco aquí en formato PDF:
Ney Barrionuevo sirvió de inspiración para uno de los personajes de Conversación en La Catedral, Carlitos. A raíz de eso Ney Barrionuevo publicó una nota en el suplemento cultural del diario Expreso a la que, lamentablemente, no he tenido acceso. Luego de leerla, Vargas Llosa le envió una carta, fechada el 8 de junio de 1970, y que fue publicada en el mismo suplemento:
Querido Carlos:
Me ha conmovido mucho leer tu nota en “Estampa Cultural”, que acaba de llegarme, y que me ha devuelto, de un golpe, a ese memorable verano del 52, cuando fuimos compinches y colegas en “La Crónica”. Me alegra enormemente, además, comprobar por el tono de tu artículo, que, a diferencia del que escribió la nota en “Gente” (¿fue realmente Milton?) [1] tú no caíste en el error de leer la novela como un reportaje, una biografía o una memoria personal, pues obviamente el libro no es ni pretendió jamás ser semejante cosa. Los personajes “reales”, como en toda novela, son solo puntos de partida, que han sido desfigurados, combinados unos con otros, manipulados al revés y al derecho, de acuerdo a las necesidades de la propia ficción, utilizados como una materia prima que tiene muy poco que ver, finalmente, con el producto elaborado.
Me apena que Milton viera un tratamiento “impiadoso” en Becerrita, quien, estoy convencido, es uno de los personajes más humanos e incluso tiernos de la novela. Pero, en fin, es cierto que la impresión de un lector no tiene por qué coincidir con la del autor. Y, en cuanto a “Carlitos”, ¿no es acaso, por donde se lo mire, el tipo más noble que aparece en el libro? Claro que al escribir sobre él me acordé mucho de nuestras charlas, nuestras correrías y nuestra amistad de aquellos años, pero identificar totalmente al personaje contigo es un disparate tan absurdo como haberme identificado a mí con “Zavalita”.
(…)
Pero, en fin, olvidémonos de la entomología literaria y volvamos a tu artículo, que además de conmoverme, me produjo una verdadera nostalgia (supongo que comienzo a volverme viejo).
El año pasado cuando estuve en Puerto Rico, tuve noticias de Norwin, y hasta nos escribimos unas líneas (…) de él recuerdo muy bien que se sabía de memoria los primeros párrafos del Quijote; pero sus verdaderas proezas eran otras [2].
En cuanto a Milton, ¿cómo olvidar esa noche épica en que Becerrita lo perseguía por la redacción, pistola en mano?
También recuerdo tu entusiasmo por Martín Adán, mi viejo. Donde te equivocaste fue en mi expulsión del Leoncio Prado: no hubo tal cosa, eso lo inventó el Director del Colegio cuando apareció La ciudad y los perros, supongo que en represalia contra el libro. La verdad es que al terminar el cuarto de media me retiré voluntariamente, por el espanto que me producía el internado [3].
En fin, alguna vez tenemos que sentarnos, en algún sitio tranquilo y conversar largo y tendido de esos tiempos prehistóricos y de esas cosas que se llevó el viento.
Es bastante estúpido, ¿no?, que después de haber sido tan excelentes compañeros durante esos meses, dejáranos de escribirnos y de vernos. Yo regresaré al Perú, esta vez para quedarme allá por un buen tiempo, a fin de año. En estos días me voy a Barcelona, donde viviré hasta entonces. Me darías un gustazo grande si me pones cuatro líneas alguna vez.
Recibe un fuerte abrazo,
Mario.
El encuentro se demoró, quizás porque Vargas Llosa no regresó al Perú “para quedarse” sino hasta 1974. En algún momento durante el gobierno de Morales Bermúdez (1975-1980), recordó Ney Barrionuevo en 2006, se reunieron: “Me llamó y nos juntamos con Félix ‘Pollo’ Dávila, el fotógrafo. Estuvimos conversando de literatura, novelas o de nuestras vidas. Éramos amigos y estuvimos recordando algunos pasajes de nuestra relación. Después ya nunca más lo he visto”.
Cuando Vargas Llosa ganó el premio Nobel, en 2010, un programa de televisión buscó a Ney Barrionuevo para pedirle sus impresiones y logró que se comunicara telefónicamente con Vargas Llosa.
Aunque ha muerto casi en el anonimato, Carlitos (el ficticio y el real) seguirá viviendo en el recuerdo de quienes lo conocieron, en sus crónicas y sus poemas y sobre todo en esa magistral novela que es Conversación en La Catedral. La última respuesta que dio en una entrevista de 2009 en Caretas es una buena cita para cerrar esta nota:
–¿Cuándo se jodió el Perú, Carlitos?
–Yo creo que nació jodido.
______
[1] Se refiere a Milton von Hesse, otro periodista de La Crónica retratado ficcionalmente como “Milton” en Conversación en La Catedral. El artículo mencionado es “Los personajes de Conversación en La Catedral“, firmado por Enrique Elías B. y publicado en Gente, 132, marzo de 1970. Von Hesse y Ney Barrionuevo tuvieron algunas desavenencias a raíz de la publicación de la novela, que el primero detalló en una carta a Vargas Llosa del 7 de julio de 1970 y que no hace falta resumir aquí. Al despedirse le dijo: “Y cuando vengas al Perú, ojalá pudiéramos reunirnos restañadas ya las heridas de Ney. Aquí estaré esperándote en el Zela con una copa en la mano y la otra para estrechártela”.
[2] Norwin Sánchez (mencionado por error como “Marwin” en la versión impresa de la carta), nicaragüense, fue redactor de Última Hora y, con las distorsiones propias de la ficción, se convirtió en personaje de Conversación en La Catedral. De hecho, al igual que Carlitos, aparece mencionado en el recordado primer párrafo de la novela. “El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos (…) cruza la Plaza y ahí está Norwin, hola hermano, en una mesa del Bar Zela, siéntate Zavalita”.
En una carta desde Nicaragua, fechada el 27 de febrero de 1969, Norwin Sánchez le contó a Vargas Llosa que había recibido un mensaje suyo “escrito en una servilleta de papel”: “Me siento orgulloso de ser tu amigo y espero que tú no hayas cambiado con la fama y sigas siendo el mismo muchacho -con unos años más- con quien departía en aquellos íntimos y acogedores rincones de la Tres Veces Coronada Villa (…) No dejo de añorar aquella bohemia de periodista cuyo testimonio, según me dices, ha quedado inmortalizado en una obra tuya”.
[3] En una entrevista con Alonso Cueto de 2007 Vargas Llosa dio otra versión sobre su salida del Leoncio Prado:
Trabajando allí [en La Crónica] a mí se me pasó la fecha de la inscripción en el colegio. Cuando fui retrasado al Leoncio Prado (quizá fue una afloración del subconsciente), me dijeron que ya estaba cerrada la matrícula. Mi padre me dijo que no me iba a quedar sin colegio. Hice un recorrido por el Guadalupe, el Alfonso Ugarte. En todos estaba cerrada la matrícula. Entonces se me ocurrió, pero también quizá era el subconsciente para librarme de mi padre, llamar por teléfono a mi tío Lucho que trabajaba en Piura. Mi tío Lucho había sido como mi papá verdadero. Era realmente la persona a la que yo quería, a la que pedía consejo. Lo llamé a Piura y me dijo que él era amigo del director del colegio San Miguel de Piura que estaba frente a su casa. Habló con el doctor Marroquín y no sé si ese mismo día o al día siguiente me dijo que podía ir a Piura para hacer el quinto de media.