La ciudad y los perros: ¿una novela sartreana y marxista?

MVLL_SyracuseVargas Llosa en Syracuse en 1988 (Foto: New York Times)

En 1991, la editorial de la Universidad de Syracuse publicó un libro de ensayos de Vargas Llosa titulado A Writer’s Reality del cual no existe versión en español, aunque muchas de las historias y argumentos allí presentados aparecen en otras entrevistas y textos suyos.  El origen de los ensayos fue una serie de conferencias que ofreció el escritor en esa universidad en marzo y abril de 1988, mientras ocupaba la cátedra Jeannette K. Watson. Uno de ellos, titulado “Discovering a Method for Writing: Sartre, Military School, and The Time of the Hero“, ofrece reflexiones del novelista sobre el proceso de escritura de La ciudad y los perros.

Aparte de confesar que no le gustó el título de su novela en inglés y de describir el proceso por el cual, según él, descubrió un método para escribir novelas (de allí el título de su ensayo), Vargas Llosa dedica algunas páginas a resaltar la influencia que sobre la escritura de La ciudad y los perros tuvieron escritores como Sartre, Malraux y Faulkner. Este reconocimiento ha sido hecho en múltiples ocasiones. Basta mencionar el brevísimo prólogo a la “Edición definitiva” de la novela, publicada en 1997. Allí dice que en su juventud había “creído en la tesis de Sartre sobre la literatura comprometida, devorado las novelas de Malraux y admirado sin límites a los novelistas norteamericanos de la generación perdida, a todos, pero, más que a todos, a Faulkner. Con esas cosas está amasado el barro de mi primera novela, más algo de fantasía, ilusiones juveniles y disciplina flaubertiana”.

Como es ampliamente conocido, Vargas Llosa fue un entusiasta admirador de Sartre durante sus años juveniles, incluyendo la etapa de redacción de La ciudad y los perros. El epígrafe de la primera parte de la novela es precisamente del escritor francés, que Vargas Llosa incluyó en el idioma original y que traducido al español diría más o menos lo siguiente: “Hacemos el papel de héroes porque somos cobardes, y de santos porque somos malvados; hacemos el papel de asesinos porque nos morimos de ganas de matar al prójimo; actuamos porque somos mentirosos de nacimiento”. (El epígrafe fue tomado de la adaptación que hizo Sartre en 1953 de una obra teatral de Alexandre Dumas). Quien introdujo a Vargas Llosa a Sartre fue su amigo Carlos Ney Barrionuevo, con quien trabajó en La Crónica, y quien le regaló el primer libro del escritor francés que leyó Vargas Llosa, la primera edición de El muro que publicó en Buenos Aires la editorial Losada en 1948 (El pez en el agua, Seix Barral, 1993, p. 147).

Cuando lo visitó en París en los años en que trabajaba en La ciudad y los perros, el hispanista Claude Couffon no pudo dejar de notar que Vargas Llosa tenía apilados los libros de Sartre sobre su escritorio. Los mejores ensayos de Sartre, diría años después el escritor peruano, “quemaban las manos, las noches resultaban cortas leyéndolos”. La admiración e incluso devoción por Sartre quedó también registrada en la correspondencia de esos años con Abelardo Oquendo. En diciembre de 1961 le escribió a propósito de un debate público sobre el marxismo en el que participó Sartre. Cito extensamente esta carta porque nos da una idea de la verdadera pasión que sentía Vargas Llosa por el pensador francés:

Anoche oí hablar a Sartre. Ya sabes que esto era una vieja aspiración de adolescente. Como es natural estoy muy impresionado y tengo una urgencia por hablar de eso, horas de horas (…) Sartre no es para mí una estrella de cine, sino un instrumento, el único, creo, que tiene respuestas precisas y definitivas para los problemas que me tocan de veras. (…)

En la sala había un desorden y un estruendo sin límites, un verdadero magma: el huayco de gente invadió los asientos reservados a los invitados, el servicio de orden fue desbordado, el debate estaba anunciado para las ocho y medio y a las nueve seguía entrando gente. Eran en su mayoría estudiantes y profesores, con papeles y lápices en las manos. Yo me había colocado estratégicamente en la cuarta fila, pero de pronto fui arrancado de mi asiento y empujado junto al escenario. Trataba de separar a un árabe que me aplastaba el espinazo, cuando de pronto vuelvo la vista al estrado y allí estaba Sartre, a menos de dos metros, hojeando unos papeles. Sólo a medio debate descubrí a Simone de Beauvoir, sentada tras él, junto a un anciano decrépito, con el pecho lleno de medallas, tal vez sobreviviente de la Comuna, la revolución francesa o la noche de San Bartolomé.

Tenía una idea muy distinta de él. Por las fotos y caricaturas pensaba que era un sapo bizco y desastrado, pelucón y contrahecho. Nada de eso; al contrario, su elegancia era un poco exhibicionista, en comparación con el abandono de Hippolyte (un gran rostro de indio sudamericano de pómulos feroces) y la suciedad de Garaudy, que espiaba al auditorio con sus ojos malignos. No pensé nunca que un hombre tan inteligente como Sartre pudiera ser rubio y de ojos azules de madona, ni que fuera tan coqueto: en efecto, cada vez que tomaba la palabra, se complacía en mostrar sus hermosas manos blancas paseándolas ante su rostro como un recitador. No es un expositor brillante, sino macizo, una verdadera catapulta intelectual, que acumula argumentos y ejemplos y lanza de pronto pequeñas frases implacables (…) Su primera intervención fue bastante larga y compleja. No se oía ningún otro ruido que el de su voz, y tenía verdaderamente fascinada a la gente, con sus ejemplos insólitos, con la facilidad espeluznante con que apoyaba su tesis en hechos de la actualidad política, económica y artística, con su tono apasionado, con el encadenamiento perfecto y abrumador de su razonamiento. (Oquendo, “Cartas del sartrecillo valiente (1958-1963)”, Hueso Húmero, 35, 1999, pp. 94-96).

Cuando la prensa francesa colmó de ataques a Sartre a raíz de su renuncia al premio Nobel en 1964, Vargas Llosa escribió un artículo para, entre otras cosas, resaltar que “lo que no le perdonan es su condición de francotirador, su independencia de criterio, su disponibilidad alerta, su imprevisibilidad, su inconformismo militante” (Entre Sartre y Camus, Ediciones Huracán, 1981, p. 33). Años más tarde, en 1967, y aunque ya para entonces había tomado distancia respecto a ciertas ideas de Sartre sobre la literatura (“se rompió el hechizo, ese vínculo irracional que une al mandarín con sus secuaces”, escribiría sobre ese distanciamiento), Vargas Llosa coincidió con él en un acto de solidaridad con Hugo Blanco y los presos políticos peruanos: “Recuerdo la alegría que me dio estar sentado al lado de él”, escribió en 1980 con ocasión de la muerte del pensador francés.

MVLL y SartreVargas Llosa y Sartre en el acto de solidaridad con Hugo Blanco y los presos políticos peruanos. La fotografía aparece en Mario Vargas llosa. La libertad y la vida, Planeta, 2008, p. 39. La imagen del aviso que reproduzco abajo me fue enviada por Luis Rodríguez Pastor.

Solidaridad con Hugo Blanco (1967)

Numerosos críticos literarios han subrayado la influencia de Sartre en la concepción y ejecución de La ciudad y los perros. A manera de ejemplo cito lo que escribió José Miguel Oviedo en 1970:

Dejándolos en libertad y manteniéndose también independiente frente a ellos, Vargas Llosa somete a sus personajes  a la turbadora presión de un hecho definitivo para observar su comportamiento; los coloca en la inminencia de lo que Sartre llamó “situación”. Para el filósofo, toda libertad es siempre una libertad situada. Esto quiere decir que nuestra libertad refleja la contingencia del ser, pues éste opera proyectándose en un mundo que él no ha creado, que no ha elegido (un lugar, una suma de circunstancias, la presencia del pasado y de la muerte). (Mario Vargas Llosa. La invención de una realidad, Barral Editores, 1970, p. 98).

De modo más concreto, el novelista ecuatoriano Alejandro Moreano sugirió que La infancia de un jefe, una novela corta de Sartre, “influyó en el primer Vargas Llosa, el de La ciudad y los perros. El período de la adolescencia es de indefinición en todos los órdenes, indefinición erótica, de los afectos, política y de clase” (Alicia Ortega Caicedo, ed. Sartre y nosotros, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 2007, p. 184). La infancia de un jefe estaba incluida en El muro, el primer libro de Sartre que cayó en manos de Vargas Llosa cuando este tenía 16 años.

En el ensayo de Syracuse Vargas Llosa ofrece algunos apuntes adicionales sobre la influencia de Sartre en la escritura de La ciudad y los perros. Vargas Llosa recuerda que durante el tiempo en que tuvo simpatías por el marxismo la lectura de Sartre le permitió mantenerse alejado de sus versiones más dogmáticas. Y esa manera de entender el marxismo, afirma Vargas Llosa, se puede percibir en su primera novela: “En La ciudad y los perros ustedes pueden sentir algo del elemento marxista, pero no creo que sea evidente en mis libros posteriores” (p. 49).

El “elemento marxista” al que se refiere Vargas Llosa no parece ser otra cosa que su intención expresa de escribir una novela que retratara y denunciara una realidad injusta y que reflejara lo que él llamó su “preocupación social” (“social concern”): “La escuela militar, la vida de los cadetes y su relación con los oficiales militares son una suerte de pretexto para describir los conflictos, el tipo de instituciones violentas que una sociedad como el Perú tiene, así como las injusticias sociales y económicas en esa sociedad” (p. 50). La ciudad y los perros tuvo el propósito explícito de recrear una realidad con fines no solo literarios sino también ideológicos y políticos: es decir, usar la novela como una “intervención”, precisamente a la manera de Sartre. En realidad, no hay nada específicamente “marxista” en esa voluntad de usar la ficción para retratar las injusticias sociales, pues existe una larga tradición literaria que intentó hacer lo mismo sin que sus autores se reclamen o sean vistos como marxistas. Pero en el caso de Vargas Llosa esa “preocupación social” coincide con el periodo de acercamiento (a mi juicio, bastante breve y superficial) al marxismo, y de allí la identificación que él hace del supuesto “elemento marxista” en La ciudad y los perros.

Hay otro aspecto de la obra de Sartre que, según Vargas Llosa, dejó también su huella en La ciudad y los perros: su “fascinación inconsciente por el lado oscuro de la personalidad, por la conducta maliciosa, por acciones, inclinaciones o impulsos  tortuosos”. Este interés sartreano por los aspectos “más oscuros de la conducta humana” se puede apreciar, según Vargas Llosa, en la caracterización de ciertos personajes de La ciudad y los perros y la inclusión de escenas que revelan aspectos perversos de la personalidad humana (p. 50). Este es un rasgo que Vargas Llosa no abandonará a lo largo de su extensa trayectoria como novelista: la lista de personajes siniestros y perversos en sus trabajos de ficción incluye al Cayo Mierda de Conversación en La Catedral, al dictador Trujillo de La Fiesta del Chivo y al Doctor de la reciente y fallida Cinco esquinas.

Reproduzco aquí para los interesados el texto completo del capítulo sobre La ciudad y los perros de A Writer’s Reality.

Vargas Llosa_Discovering a Method for Writing

 

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