Cuartel Guardia Chalaca (1931), donde funcionó a partir de 1944 el Colegio Militar Leoncio Prado.
El poeta y novelista peruano Manuel Scorza (1928-1983) estudió en el Colegio Militar Leoncio Prado entre 1944 y 1946. Fue integrante de la primera promoción de cadetes del flamante colegio, creado por decreto ley en agosto de 1943. Scorza seguramente no imaginó en esos años que dos décadas más tarde, convertido en director de la colección Populibros, publicaría la primera edición peruana de La ciudad y los perros, que vio la luz el 1 de setiembre de 1964 (Ver Biografía de una novela, pp. 208-215). Aunque el escándalo y las reacciones negativas contra la novela empezaron desde que Vargas Llosa ganó el premio Biblioteca Breve en diciembre de 1962, la aparición de esa edición masiva y barata de La ciudad y los perros causó una cierta conmoción en Lima, sobre todo entre oficiales del ejército y autoridades, profesores y estudiantes del Leoncio Prado. Ejemplares de esta edición de la novela, según cuenta la leyenda, fueron quemados en el patio del colegio, un “acto inquisitorial” que, como he intentado demostrar, nunca ocurrió (Biografía de una novela, pp. 222-248).
A diferencia de Vargas Llosa, quien fue inscrito en el Leoncio Prado por su padre en un intento por apartarlo de sus aficiones literarias y hacer de él un verdadero “hombre”, Scorza ingresó gracias a una beca y con la clara motivación de obtener una educación sólida que le permitiera luego encaminar su futuro en mejores condiciones de las que había tenido como niño. No era un caso infrecuente, por cierto, que familias de recursos limitados vieran en el Leoncio Prado no un castigo sino una valiosa oportunidad educativa para sus hijos.
Mario Vargas Llosa, cadete del Colegio Militar Leoncio Prado
Los recuerdos de Vargas Llosa sobre el Leoncio Prado incluyen la “ceremonia salvaje e irracional” del llamado “bautizo” a los cadetes principiantes y los “días horribles” de los fines de semana cuando quedaban consignados por algún castigo, pero también el lujo de disponer de mucho tiempo para leer (“creo que nunca leí tanto y con tanta pasión como en esos años leonciopradinos”), el recuerdo de algunos “excelentes profesores” (como el poeta César Moro, por ejemplo), la práctica de los deportes y, en última instancia, el hecho de que al Leoncio Prado le debe el tema de la novela que lo haría famoso mundialmente. Con todo, el clima autoritario y violentamente machista que se respiraba y la “filosofía darwiniana” que se imponía en la vida cotidiana dentro del colegio le generaron un fuerte rechazo y ocuparon un lugar central en la trama de La ciudad y los perros. (Las citas corresponden al libro El pez en el agua. Memorias, Seix Barral, 1993).
Escenas del “bautizo” a los “perros” del Colegio Militar Leoncio Prado
Manuel Scorza, en cambio, cada vez que se refirió a su paso por el Leoncio Prado lo hizo en términos bastante positivos, con enorme gratitud y con un exacerbado orgullo por su rendimiento escolar. Si aceptamos su propia versión no nos queda más que concluir que Scorza fue un estudiante modelo del Leoncio Prado. En el testimonio recogido por Roland Forgues y Gregorio Martínez, por ejemplo (“Testimonio de vida”, en Poesía, Munilibros, 1986, pp. 5-27) se expresó así sobre su paso por el colegio militar:
Yo he sido siempre un buen alumno. Destaqué mucho en el Salesiano; y en el Colegio Militar Leoncio Prado, de Lima, donde continué la Secundaria, fui brigadier general, y al final salí entre los diez primeros cadetes de la promoción. Recuerdo que el presidente Manuel Prado, a quien describiré después en Redoble por Rancas, nos felicitó y entregó el premio (…) puedo afirmar que mi estancia en el Colegio Salesiano fue muy feliz como lo fue también mi estancia en el Colegio Militar ‘ Leoncio Prado” de Lima, y fui un alumno aplicado, tanto que si hubiera optado por la carrera militar seguramente hubiera llegado a general como muchos de mis compañeros. No sólo era que nosotros, los primeros cadetes de la promoción, teníamos el ingreso asegurado a la escuela militar de Chorrillos, sino que como por sentido de casta, la formación castrense iba a continuar reproduciendo nuestra situación de ello.
Sin duda habría llegado a general, pero se interpuso la literatura, los libros me indicaron otro rumbo.
Porque no sólo fui un alumno brillante, el caso es que, además, era organizador, asumía responsabilidades, y fui invitado por el general José del Carmen Marín, que entonces era coronel, y por el general Mendoza Rodríguez, que entonces era comandante, fui invitado a un almuerzo, lo que entonces, siendo cadetes, constituía un honor excepcional. En esa época yo veía las cosas de manera absolutamente nítida, y en esa invitación, el coronel Marín y el comandante Mendoza insistieron mucho para que yo ingresara a la escuela de oficiales del ejército peruano. El caso era que a muchos de los mejores alumnos del colegio ya no les interesaba la carrera militar. Sin embargo, el colegio ” Leoncio Prado” había sido fundado para ir formando desde casi niños a las futuras élites del ejército peruano. Y seguro que ellos hasta la fecha no saben que la culpable de que los mejores alumnos desertaran de la vocación militar fue y sigue siendo la biblioteca. Parece increíble, pero la influencia de la Biblioteca fue determinante en mi caso y en el caso de otros alumnos destacados. Porque, por ejemplo, la lectura de Gorki, “Las universidades” (sic), acabó por convencerme que la carrera militar no era para mí. Y en el “Leoncio Prado” yo hasta era castigado por leer demasiado, porque retenía los libros de la biblioteca. Entonces me bajaban el puntaje para dejarme sin salida el fin de semana, pero yo era buen tirador, un tirador de élite y como los buenos tiradores estábamos sobrestimados, eso me levantaba el puntaje y siempre tenía salida. Vivía pues, de algún modo, ahí en el colegio militar, una ambivalencia, sin embargo no podría decir que fue una experiencia ingrata (pp. 17-19).
En otra entrevista de 1978 con la escritora mexicana Cristina Pacheco, Scorza recordó también su paso por el Leoncio Prado y explícitamente afirmó que su experiencia fue distinta de la de Vargas Llosa. Según su testimonio, para quienes venían de las clases menos favorecidas la experiencia del colegio militar podía ser muy positiva; de hecho, allí tenían lo que sus familias no podían ofrecerles: comida, utensilios, uniformes. De paso aprovechó para aclarar que “yo sí cursé mis tres años en el colegio militar y sé de qué hablo”, una más que evidente referencia al hecho de que Vargas Llosa sólo estuvo dos años como cadete del Leoncio Prado y, quizás, un reproche tardío al contenido de la novela que él mismo había editado y contribuido a difundir. Transcribo aquí los párrafos pertinentes de dicha entrevista:
EN EL COLEGIO MILITAR LEONCIO PRADO
– Cuando tu padre dejó de trabajar en el manicomio, ¿a dónde se fueron?
– Fuimos a vivir a un pueblo de los Andes centrales y como mi padre vio que en vez de evolucionar yo me volvía más primitivo, decidió retornar a Lima. Pasábamos muchas dificultades. Mi familia no disponía de dinero para mi educación secundaria pero surgió una oportunidad maravillosa: entrar en el Leoncio Prado.
– ¡La ciudad y los perros. Es increíble!
– Sí, milagrosamente obtuve una de las pocas becas que allí daban y gracias a ello entro en el colegio.
– ¿Tu experiencia coincide con las que Mario Vargas Llosa describe magistralmente
en La ciudad y los perros?
– No, es distinta. Primero, porque accedo a otra clase social y al uso de instrumentos extraños: los cubiertos, por ejemplo. Descubro cosas banales que el ejército les da a los soldados: ropa, jabones, zapatos nuevos y tres comidas por día. Eso, las tres comidas al día, es algo muy importante – me dice, riéndose con una dicha que me contagia-. Por mi parte había persistido en el Libro infinito que leía mi madre. Era un lector muy rápido. La mayoría de los cadetes provenían, como Vargas Llosa, de los mejores grupos sociales del Perú, pero yo era el más informado, también el más dotado y el que había hecho más lecturas.
– Pero la sociedad limeña es racista y clasista: tú eres moreno y pobre.
– ¡Pero inteligente! –asegura Scorza, frunciendo levemente el ceño-. Gracias a eso ascendí muy rápidamente y muy pronto fui brigadier en el colegio militar. Éramos trescientos y solo había diez brigadieres.
– ¿Fuiste feliz allí?
– Recuerdo esos años como algo muy simpático. Mira, estuve contento en el colegio militar porque la ruda disciplina de las armas te crea una fraternidad y nunca sentí que aquel fuera un mundo dividido. Era jefe de sección y brigadier.
– ¿Cómo veías a las militares? Hablas de ellos con agrado. Supongo que en aquellos años no imaginabas que con el tiempo iban a estar en bandos contrarios.
– Traté a los oficiales y eran buenos oficiales. Te advierto que yo sí cursé mis tres años en el colegio militar y sé de qué hablo.
– Te agradó porque dominaste el medio, porque lo venciste.
– Puede ser. Mira, un día un oficial reunió a la compañía y preguntó que quiénes eran los cadetes que iban a la biblioteca. Entonces varios de nosotros cometimos la temeridad de dar un paso adelante. Nos miró y dijo: “Ahora van a lavar los baños”. ¿Sabes lo que hice? Pedí una audiencia con el coronel, ¡algo inimaginable!
– ¡Pero antes obedeciste!
– Sí, pero osé solicitar esa audiencia ante el asombro general y cuando me la dieron, protesté. El coronel -luego el general que fundaría el Centro de Estudios Militares del Perú, donde surgiría el germen de la Revolución peruana- era inteligente y me dio la razón. Salí con un permiso para frecuentar la biblioteca y mi venganza fue ir allá a escoger el volumen más gordo de los anaqueles, para exhibirme. Ese libro era justamente la trilogía de Gorki.
– ¿Resultados?
– Adquirí el prestigio mitológico de un hombre que había podido ir más allá de la autoridad de un capitán. (Cristina Pacheco, Al pie de la letra, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, pp. 102-103. Agradezco a Augusto Wong Campos por haber llamado mi atención sobre este libro de entrevistas que yo no conocía).
Resulta más que evidente que Scorza guardaba un cariño especial por el Leoncio Prado e incluso, podríamos agregar, una admiración por los valores militares y los oficiales que conoció. Si esto es así, su participación en la edición de la novela de Vargas Llosa y su postura frente a las reacciones de los militares adquieren algunos matices interesantes. En una carta a Vargas Llosa del 4 de setiembre de 1964, es decir, apenas publicado el libro, Scorza le cuenta que el coronel Souza Ferreira, entonces director del Leoncio Prado, lo había llamado para sugerirle que cambiara el nombre del colegio en la novela, que escribiera un libro contra La ciudad y los perros, o que organizara un “concurso literario a favor del colegio”. Es probable que Souza Ferreira invocara ante Scorza su lealtad y gratitud hacia el colegio militar como argumento para intentar convencerlo de que había que defender el prestigio de su alma mater. Scorza no aceptó ninguna de las sugerencias del oficial.
Pocos días después se habría producido la quema de libros en el Leoncio Prado, según los rumores que empezaron a circular. ¿Tuvo Scorza alguna participación en la invención o propalación de dichos rumores? Si no la tuvo, ¿hizo alguna declaración de protesta en su condición de editor de la novela? En suma, ¿cómo reaccionó Scorza frente a la supuesta quema de libros? No lo sabemos. La falta de documentación limita la posibilidad de responder a estas preguntas, pero esa falta de evidencias es en sí misma significativa. De hecho, hay un vacío en la correspondencia entre Scorza y Vargas Llosa que se encuentra en la Universidad de Princeton y que corresponde precisamente a esos días de rumores y supuestos actos de incineración de libros. ¿Se perdieron o se ocultaron esas cartas?
En años sucesivos Scorza sería más bien parco al referirse a este episodio. Solía recordar su trabajo como editor, primero en los “Festivales del libro” y luego en la colección Populibros, pero no he encontrado muchas referencias suyas a lo sucedido con La ciudad y los perros. En la entrevista que le hizo Julio Ortega en 1968 mencionó de paso y escuetamente, al hablar del fin de Populibros, que “en el Colegio Militar se quemaron públicamente ejemplares de La ciudad y los perros” (Mundo Nuevo, No. 23, mayo de 1968, pp. 84-86). Parte de la explicación a esta parquedad radica en la mala relación que él y Vargas Llosa tuvieron a partir de 1964, pero quedan flotando varias preguntas sobre el papel que desempeñó Scorza en los acontecimientos, reales e inventados, que acompañaron la edición peruana de La ciudad y los perros.
Fuentes de las fotografías:
Cuartel Guardia Chalaca: http://limalaunica.blogspot.com/2011/02/el-colegio-militar-leoncio-prado.html
Vargas Llosa, cadete del Leoncio Prado: Caretas, No. 2300, 12 de setiembre de 2012.
Bautizo de los perros: Addhemar Sierralta, Historia del Colegio Militar Leoncio Prado. 25 años al servicio de la educación en el Perú (1968).
Dos literatos Leonciopradinos brillantes son Mario Vargas Llosa y Manuel Scorza.
Asi como tambien muchos otros ex-cadetes del glorioso CMLP que destacan en diferentes ambitos de la vida nacional hacen del Colegio Militar Leoncio Prado un semillero fecundo de profesionales orgullosos de su paso por el Alma Mater tal como lo dice el himno del CMLP “Alto el pensamiento como una bandera…”
El Leoncio Prado era horrible a mi me hicieron bullyng
a todos nos hicieron lo ahora llamado bullying, sin embargo, aceptamos y asumimos que lo mejor de nuestras vidas fue nuestro paso por el Colegio Militar Leoncio Prado y nunca será horrible ni nos quejamos, seguro que no terminaste
XXXVII PROMOCION