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Lo feo

Llevo varias semanas dándole vueltas a este tema sin encontrar el enfoque con el que sentirme más cómodo, pero creo que ha llegado el momento de hablar de ello, así que vamos allá. En la cuarta semana del curso de Arte y política de Latinoamérica con Mayra Bottaro hablamos sobre el muralismo mexicano y el arte como acción social, y sobre cómo en aquel contexto revolucionario algunos de los artistas proclamaban que el arte es, o debe ser, propaganda; si no es propaganda, no es arte. La pregunta más evidente que se me viene a la cabeza al pensar en una (barbaridad) afirmación como esa y que ya se discutió en la clase es, ¿propaganda para quién? Es cierto que entendiendo el arte como una acción social, la figura del artista como autor debería desaparecer, y el acto de creación artística pasaría a ser una emanación que respondería a una necesidad, una ideología o un anhelo social; en ese sentido el arte sería propaganda: arte al servicio de una idea, emana del pueblo y se dirige al pueblo, se apropia de los espacios públicos, educa (¿adoctrina?) a la ciudadanía, hay una retroalimentación en el acto de creación artística. Esta es la teoría, claro. Pero si volvemos la vista a la historia del muralismo mexicano, ahí tenemos unos cuantos nombres y apellidos, los tres grandes, Siqueiros, Orozco y Rivera. ¿Se produjo entonces una desaparición del autor en favor de la emanación popular? Me voy a arriesgar a responder tajantemente: no. Los cuadros de Rivera se exponen en museos. Trabajó para la familia Rockefeller en Nueva York, y sí, es cierto que el proyecto tuvo sus dificultades (por razones evidentes), pero allí estuvo él, y seguramente no de gratis. Entonces, tenemos al artista y sus ayudantes, ¿podemos hablar de arte social cuando existe claramente una jerarquía de trabajo? ¿Al servicio de quién está el artista que proclama que el arte, si no es propaganda, no es arte? Bueno, pienso que para responder a esta pregunta deberíamos profundizar en el contexto de la revolución mexicana, pues no podemos hablar del arte público de esta época sin tener en cuenta las condiciones político-sociales en las que surgió, pero si entramos en ese camino nos iremos alejando progresivamente más y más de la dimensión estética del muralismo mexicano en favor de su dimensión política/discursiva, y yo quiero hablar de la estética. Más concretamente, yo vengo a hablar de lo feo.

Cuando decimos que el arte, si no es propaganda, no es arte, nos cargamos de un plumazo prácticamente la totalidad de la historia del arte. Decidimos que de todas las cualidades de la obra artística, la única que vale para definir ontológicamente algo como arte es que esté al servicio de una ideología; en el caso de los muralistas mexicanos, el socialismo. Si todo arte es propaganda, cualidades como el tipo de trazo, la organización de los elementos compositivos, la elección del color, el nivel de realismo o abstracción, las sombras, en fin, todo eso pasa a un segundo plano, se pone de rodillas ante la ideología dominante. Vincent Van Gogh no es un artista. Joan Miró no es un artista. Claude Monet no es un artista. Mark Rothko no es un artista. Pero el Retrato de la burguesía de Siqueiros sí es una obra de arte. Bueno, hablemos sobre el Retrato de la burguesía. Como obra propagandística, la saturación de símbolos es abrumadora, el mural se expande por varias paredes de una sala con escaleras y alcanza el techo, creando una sensación inmersiva (una pena no haber estado allí, intuyo que en fotos es difícil de apreciar). La mera idea de pintar una habitación entera, incluyendo el techo, como si fuera un cuadro envolvente, podemos explicarla desde el discurso dominante del muralismo mexicano como una propuesta de conquistar el espacio, hacerlo del pueblo, y mediante toda esa simbología que se acumula en las paredes, educar, que nadie que pase por allí quede indiferente, que el mensaje le quede claro a todo el mundo, que el arte cambie la sociedad. Estéticamente, por otro lado, me parece una idea bastante kitsch. La saturación de elementos con perspectivas desproporcionadas, mezclas estilísticas casi asonantes, en fin, la primera palabra que le viene a uno a la mente al ver esto es exceso. Es cierto que llamar kitsch al muralismo mexicano es probablemente un disparate, pues una de las características del arte kitsch es precisamente estar marcado ideológicamente por el capitalismo y la sociedad de consumo, algo opuesto a las ideas del muralismo mexicano. Estéticamente, sin embargo, los opuestos se tocan en esta obra de Siqueiros, el mal gusto domina en este pastiche sin armonía ni equilibrio compositivo ni unidad escénica. Podría tener sentido si todo el cuadro fuera caótico, pues hasta el caos puede organizarse de acuerdo a una serie de parámetros compositivos. Esto, sin embargo, no es caótico, es feo.

Un arte que se define como propaganda, probablemente, tiene más de propaganda que de arte (¿qué es arte?, dices, mientras clavas en mí tu pupila azul). El Retrato de la burguesía de Siqueiros creo que respondería mejor a un análisis histórico, al igual que otros documentos propagandísticos como los pósters de la URSS o la propaganda nazi, que a un análisis estético (¿artístico?). Y desde luego, una sentencia como que todo arte es propaganda pide a gritos ser refutada. Volviendo al muralismo, pienso que estas obras efectivamente respondieron a una necesidad social, aunque es innegable que la presencia de la personalidad de sus creadores tiene mucho peso en ellas (lo cual va en contra de la idea del arte público), y en este sentido, cumplieron una misión importante como movilizador de las masas y artefacto de concienciación. Por ello creo también que este es un arte muy volátil, muy dependiente de su contexto, que no resiste el paso de los años y no se entiende fuera de su marco histórico. Si entendemos el arte como una creación humana que tiene alcance universal, el muralismo mexicano no puede ser entendido como arte.

Para finalizar, como siempre, me gustaría traer una canción/video a modo de broma o chiste, pero también, como una reflexión. ¿Y si el arte dejara de tomarse en serio a sí mismo? ¿Y si el artista dejara de llamarse a sí mismo artista y pasara más tiempo creando que explicando su creación? ¿Y si el arte político puede ser un chiste, una broma que oscile sobre el absurdo de nuestras existencias? Aquí traigo el videoclip de Color de rosa, una canción de Los ganglios sobre la absurda historia reciente de España, o sobre quemarse en la playa en agosto, como el oyente guste. Hasta la próxima.