Abdullah Samuels quema neumáticos en África.
La nube es negra y densa y el poblado
cierra (cuando es posible) sus ventanas.
Vende hierro.
Lleva así veinte años. Vende hierro.
El gobierno le ha dicho que no puede.
Le ha dicho un periodista que no debe.
Le ha dicho una ONG que se envenena,
que envenena al poblado y a sus hijos.
Pero cada mañana Abdullah Samuels
Se levanta temprano y busca ruedas.
Lleva así veinte años. Vende hierro.
Ben Clark, Basura (2011)
En Waste Land se nos coloca en una posición bastante incómoda. Desde el confort de nuestros hogares, posiblemente tumbados en la cama, con sábanas limpias, podemos ver cómo otros humanos viven literalmente en una montaña de basura, e igual que Abdullah Samuels, separan basura, venden hierro. Como Sísifo, se levantan cada mañana para subir una y otra vez la misma montaña de mierda. Y al contrario de lo que podríamos esperar a priori, cuando El Artista se dirige a hablar con ellos, parecen bastante felices. Tras acabar de ver la película y conocer la progresión de estos personajes, uno vuelve atrás la vista a esas primeras escenas y se pregunta si, antes de la acción artística, estos Sísifos cariocas eran acaso conscientes de que su situación de vida no era la única posible. Jardim Gramacho queda retratado como una caverna de Platón donde la miseria y la basura ocultan la realidad. Recoger basura parece el único proyecto de vida que puede existir.
Una cosa es innegable del proyecto artístico de Vik Muniz (A.K.A. El Artista): tiene un impacto social real. Esto abre una serie de preguntas también que no quedan del todo contestadas en el documental. ¿Hasta qué punto pueden hablar estos sujetos subalternos? ¿Hasta qué punto el arte vehiculiza esa voz? ¿Cuál es la obra de arte? La primera es probablemente la más difícil de responder de estas preguntas. Nos encontramos ante uno de los estratos más marginados de la sociedad brasilera, y hacia el comienzo de la película, su discurso no parece dar muestras de ninguna consciencia de clase, no hay resentimiento hacia la gente que produce la basura con la que ellos trabajan. Hay un momento clave en su progresión durante la película: cuando una de las catadoras rompe a llorar durante la estancia en el estudio de arte diciendo que no quiere volver a Jardim Gramacho. Ahí aparece una conciencia de clase. La vida en Jardim Gramacho ya no es la única opción de vida posible. El horizonte tampoco se abre demasiado, no obstante: El Artista les abre las puertas a un modo de vida burgués. Se cambia un proyecto de vida capitalista por otro, un ascenso de clase. La mayoría de las catadoras, después del documental, se casarían con el hombre de turno y tomarían algún trabajo de clase media-baja como cajera o camarera, una de ellas regresó al basurero. ¿Es esa la voz del sujeto subalterno? ¿Cataliza la obra de arte esa voz?
Bueno, una cosa está clara: si consideramos la obra de arte las fotografías, esa no es la voz de los catadores. El Artista concibe la idea, selecciona a los actores, les dice cómo tienen que ponerse, qué tienen que hacer, en fin; si esas fotografías son la voz de alguien, ese alguien es Vik Muniz. La participación de los catadores se limita a posar y colocar basura donde les pidan, ellos son los trabajadores, los empleados, y Vik Muniz es El Artista, The Boss. Si a los catadores se les hubiera dado la posibilidad de tomar parte en el proceso creativo, ¿Habrían optado por los autorretratos? ¿Qué habrían tenido que decir? Volvemos a la misma pregunta de Gayatri Spivak, ¿Tienen voz los sujetos subalternos?
Otra interpretación quizá más provechosa sería considerar que la obra de arte es la acción completa, incluyendo la creación del documental que recoge todo el proceso. ¿Qué serían las fotografías dentro de esta acción de arte? Un chiste, una broma, una sátira del arte burgués de museo. Los retratos son de un esteticismo vacío, y se ríen de la historia del arte (uno de ellos de hecho mimetiza otro cuadro canónico, La mort de Marat de Jacques-Louis David): poco importa lo bonita que quede esa reproducción mecánica de fotografías en claroscuro, están hechas de basura, son basura. El arte es basura. A esta lectura se le puede dar la vuelta, no obstante. Para un cínico, son una sátira del arte burgués, sí; pero para los ojos inocentes de los catadores, es la puesta en valor de su trabajo, la basura con la que trabajan convertida en arte, una perla en la arena del océano. La basura es arte.
En cualquier caso, lo importante es el efecto de esta acción de creación: produce muchísimo dinero. Y con el dinero llega la posibilidad del ascenso social para los catadores, de salir de la caverna. Pero siguiendo con esa alegoría, ¿sirve esto para que los catadores lleguen a ver el Sol? Probablemente no, a lo sumo podrán ver las figuras que proyectan las sombras. ¿Y es ese el objetivo de la obra de arte? Bueno, yo diría que en parte sí. El proyecto de Vik Muniz consigue bastantes cosas: Una posibilidad real de ascenso social para una serie de sujetos marginales. La visibilización de una realidad que estaba soterrada. La adquisición de una consciencia de clase y el inicio de un proceso de cambio (años después, Jardim Gramacho cerraría). Un cuestionamiento del papel del arte en la sociedad. En fin, bastante más de lo que muchos artistas comprometidos consiguen. ¿Es suficiente? Por supuesto que no.
Para concluir, volvemos a nuestra posición como espectadores, como el público final de la obra de arte que es la intervención de Vik Muniz en Jardim Gramacho. Y como de costumbre, creo que podríamos concluirlo con una canción, en este caso Cinema verité de Serú Girán. En la canción, el cantante es un espectador que observa, ajeno, una realidad aparentemente idílica, pero su mirada es crítica y ve las grietas en la realidad (“yo nací para mirar lo que pocos quieren ver”). Mirando la obra de Muniz, nosotros como espectadores debemos preguntar, ¿es esto lo único que podemos hacer?



