Resulta instructivo conocer un poco más de las relaciones que los autores de Las cartas del Boom tuvieron a lo largo de los años con la escritura epistolar. Hay varias referencias a ellas en las cartas incluidas en el libro. Para suplementarlas, presentamos aquí una selección de citas tomadas de cartas a otros corresponsales en las que hablan con candidez (y a veces con exageración) de su, a ratos, complicada relación con la correspondencia, lo que ayuda a valorar aún más el milagro de poder acceder a ese diálogo a cuatro voces que Las cartas del Boom reconstruye.
“En dos días he recibido tres cartas tuyas: soy dichoso, soy feliz. Mañana despacho una carta que te vengo escribiendo hace una semana. Tiene más de 10 páginas a doble espacio y engarza la coprolalia al ateísmo, la literatura y la amistad”.
Vargas Llosa a Abelardo Oquendo, 6 de noviembre de 1958.
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“Con el despelote internacional que está provocando Rayuela, recibo tanta correspondencia que necesitaría una estrecha alianza con dos o tres pulpos para atinar a contestar lo más importante”.
Cortázar a Manuel Antín, 27 de octubre de 1963.
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“Por fin recibo carta tuya, compadrito. Tiene fecha nueve y llega el veinticinco, ah países subdesarrollados, si hubiera ganado el general Odría ya habría puesto en vereda a esos huelguistas, a esos rojimios perezosos”.
Vargas Llosa a Abelardo Oquendo, 25 de enero de 1963.
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“Acéptame la excusa de que cuando uno escribe 10 y 12 horas diarias, le cuesta mucho trabajo volver a sentarse a la máquina a escribir cartas, así sean para los compadres. Hoy tomo la decisión y espero que la carta no se me quede en el bolsillo como ha ocurrido otras veces”.
García Márquez a Plinio Apuleyo Mendoza, 1 de julio de 1964.
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“Me concentré en mi trabajo, y estoy bastante contento del resultado; en todo caso he vuelto a París con tres cuentos largos, y un esquema general del libro que mencionaba más arriba. En esos períodos me sucede siempre que la correspondencia personal
me molesta y me perturba”.
Cortázar a Eduardo Jonquières, 14 de julio de 1964.
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“[Tengo] una complicada y bastante enojosa correspondencia vinculada con las traducciones de mis libros. Tengo que ayudar simultáneamente a una italiana, una francesa y un yanqui que están traduciendo Rayuela. Si has ojeado ese libro, admitirás que su versión a otra lengua plantea tremendos problemas; apenas salgo de resolver una tanda de dificultades en italiano, recibo cincuenta páginas en inglés… y así vamos. Desde luego no me quejo, puesto que es mi tierra elegida (no sé si prometida); pero de hecho ese trabajo insume muchos días”.
Cortázar a Amparo Dávila, 23 de febrero de 1965.
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“Suelo recordar mejor la letra que la cara o la voz de muchos amigos lejanos; o quizás es una forma de consuelo, puesto que a lo largo de los años las cartas tienden a reemplazar cada vez más la relación directa, tan azarosa entre la Argentina y Europa”.
Cortázar a Victoria Ocampo, 23 de junio de 1965.
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“Dicho sea de paso, me voy a tener que cuidar en mi correspondencia privada, porque en estos últimos tiempos me han estado publicando cartas o fragmentos de cartas sin preguntarme mi opinión. Los chicos de Cero hicieron algo que me divirtió bastante; una carta privada que yo le había enviado al director, salió publicada con el glorioso título de Carta de papá. Que jodidos. Lo malo es que esas cartas uno las escribe sin mayores preocupaciones, y la letra impresa revela impúdicamente sus flaquezas formales y de fondo”.
Cortázar a Francisco Porrúa, 28 de septiembre de 1965.
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“Tu carta me alegra porque nos pone otra vez en contacto después de una demasiado larga distancia; veo que no recibiste las líneas que te mandé a Cuba (c/o Casa de las Américas) cuando supe lo de tu madre por unas líneas de Calvert. No me sorprende, porque muchas cartas se pierden de Paris a Cuba, y tengo pruebas (o indicios que equivalen a pruebas para mi) de que no es en Cuba donde desaparecen, sino sencillamente que no llegan; en alguna parte hay un agujero donde cae para siempre un bien calculado diez por ciento de la correspondencia destinada a tu país”.
Cortázar a Guillermo Cabrera Infante, 1 de febrero de 1966.
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“El desgraciado de Fuentes no volvió a escribir. Dile, por favor, que espero carta suya, y que no me deje al margen de la gran conspiración literaria que, por lo visto, está tratanto de armar”.
García Márquez a Emir Rodríguez Monegal, 30 de marzo de 1966.
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“El pobre cartero de Saignon, habituado a repartir una que otra tarjeta postal o factura de banco en las pocas casas del pueblo, está al borde de la neurosis con mi correspondencia”.
Cortázar a Pepe Bianco, 5 de agosto de 1966.
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“Nuestras cartas se cruzan, en efecto, pero creo que no importa, no debemos tratar de imponer un orden cronológico a nuestra correspondencia: dejemos que ella cree su propio orden y ya verás qué buenas sorpresas nos llevaremos”.
Vargas Llosa a Wolfgang Luchting, 24 de octubre de 1966.
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“Me tienen abrumado quienes conocen los originales [de Cien años de soledad]. Paco Porrúa, después de la lectura, parece haber perdido el sentido de las proporciones. Vargas Llosa me escribió una carta de una generosidad asustadora. Cortázar, después de leer el capítulo de Mundo Nuevo, le escribió a Porrúa una carta desaforada. Mi gran Carlos, que conoció los tres primeros capítulos, no solo publicó aquí un artículo tan desproporcionado como las declaraciones que te hizo a ti, sino que me abruma con su entusiasmo en cada carta. José Miguel Oviedo me escribió verdaderamente enloquecido, y ya no sé qué hacer con la aturdidora correspondencia de mis amigos de Colombia”.
García Márquez a Emir Rodríguez Monegal, 25 de octubre de 1966.
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“Me he propuesto firmemente responder todas tus cartas al minuto, y por la única razón de que me caes realmente muy bien. Tus cartas me divierten una barbaridad, y muchas veces resultan estimulantes: las leo y en la tarde trabajo bastante bien”.
Vargas Llosa a Wolfgang Luchting, 24 de mayo de 1967.
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“La verdad es que me abruma esta correspondencia, muchas veces urgente e importante (mis simpatías por la causa cubana significan múltiples obligaciones epistolares), y me duele no tener más tiempo para lo mío y para contestar largamente a quienes, como usted, están tan cerca de mi mundo”.
Cortázar a Graciela de Sola, 2 de julio de 1967.
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“No encuentro a Carlos, quien no me contestó desde Venecia mi última carta mandada desde Buenos Aires. ¿Dónde diablos está?”
García Márquez a Emir Rodríguez Monegal, 30 de octubre de 1967.
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“Las ‘circunstancias’ no me permiten escribirte largo y tendido, como quisiera. Las clases de la universidad me quitan más tiempo de lo que esperaba y como no quiero descuidar la novela [Conversación en La Catedral], me he visto obligado a quedar como un salvaje con la gente que me escribe. Contesto tarde y a la carrera, pero como tú eres mi amigo, sabrás disculparme”.
Vargas Llosa a Wolfgang Luchting, 9 de noviembre de 1967.
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“Ya sé, ya sé, hold your horses, soy una mierda, miéntame la madre, y además soy fresco, cínico y descarado, pues cuando te escribo con un retraso total, no es sólo para excusarme de lo que me pides,
sino para pedirte yo un favor”.
Fuentes a José Donoso, 6 de febrero de 1968.
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“El tiempo no me rinde mucho, sobre todo por la correspondencia amazónica que me está inundando la casa, y que parece ser uno de los aspectos más difíciles del éxito. No he podido recurrir a los servicios de una secretaria epistolar, porque la mayoría son cartas que requieren un tratamiento personal. El caso es que me están desbordando, y esto no contribuye a mi buen humor. Habría que tomar una determinación drástica”.
García Márquez a Emir Rodríguez Monegal, 19 de febrero de 1968.
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“Me pasó en Bogotá, en el hotel Presidente. Dejé unos universitarios en el cuarto, mientras bajaba al conmutador a recibir una ruidosa llamada de México, y solo aquí me di cuenta que habían desaparecido mis cartas de Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes y otros mafiosos. Nadie sino ellos pudo llevárselas. Me imagino que esto es lo que Schopenhauer llamaba la gloria”.
García Márquez a Plinio Apuleyo Mendoza, 9 de marzo de 1968.
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“Este retorno a las clases, a los metros atestados, a las cataratas de Iguazú de correspondencia ha sido deprimente. Pero no hay tiempo para nada, los días se te escurren como azogue entre los dedos”.
Vargas Llosa a José Donoso, 15 de mayo de 1968.
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“Mi correspondencia se amontona al punto de que ayer metí dos kilos de cartas en un cajón para no verlas”.
Cortázar a Graciela de Sola, 28 de febrero de 1969.
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“Ahi te va ese paquete. He escrito la carta con mucho cuidado para que no tengas ningún inconveniente en publicarla. Si la hubiera escrito como la pienso se incendiaría el sobre”.
García Márquez a Guillermo Cano, sin fecha, aprox. 1970.
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“No te escribo nunca y ahora lo hago para pedirte favores. Reconozco que es una vergüenza, pero qué remedio, ya te he contado la vida de trabajo frenético que llevo junto a la máquina de escribir y la alergia casi invencible que tengo al género epistolar”.
Vargas Llosa a Abelardo Oquendo, 14 de enero de 1973.
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“Ya debes estar pensando que el pater cronopios se ha convertido en un triste fama que ni siquiera contesta las cartas de los amigos. Pues no, che. Si de algo he tenido ganas es de escribirte, pero no ha sido posible hasta este domingo de primavera en que me condeno a quedarme en mi departamento y hacer frente a una correspondencia evaluable en metros cúbicos (y en el odio acendrado de los carteros del barrio, hartos de traer cartas y paquetes al distinguido escritor sudamericano, mala puñalá le den)”.
Cortázar a Francisco Uriz, 24 de marzo de 1974.
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“La verdad es que estoy siempre abrumado de trabajo y de correspondencia, y a veces hay cartas que se van quedando debajo de una verdadera montaña”.
Cortázar a Evelyn Picon Garfield, 26 de mayo de 1977.
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“Ocurre que en ese interín la correspondencia con los amigos se va quedando cada vez más arrinconada en un borde de mi mesa, hasta que un día la pila entera se cae al suelo y yo tengo una crisis de vergüenza y de asco y de ternura, y comprendo que han pasado dos meses desde que me escribiste una hermosa carta,
y que te debo respuesta”.
Cortázar a Ana María Hernández, 29 de junio de 1977.
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“Para la correspondencia con los amigos no me quedan ni resquicios”.
Cortázar a Lida Aronne de Amestoy, 15 de mayo de 1979.
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“No me confío con nadie con la misma inocencia que antes, no porque no sea capaz en medio de la incertidumbre de la fama, sino porque la vida termina por volverlo a uno cada vez menos inocente. Es cierto que no volví a escribir cartas desde hace unos doce años, pero no sólo a mis amigos sino a nadie, desde que me enteré por casualidad de que alguien había vendido unas cartas personales mías para los archivos de una universidad de los Estados Unidos. El descubrimiento de que mis cartas eran también una mercancía me causó una depresión terrible, y nunca volví a escribirlas”.
García Márquez, El olor de la Guayaba (1982).
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“Por desgracia soy muy desordenado con mi correspondencia, y las diversas cartas que intercambiamos Lezama y yo se han perdido”.
Cortázar a Carlos Espinoza Domínguez, 12 de marzo de 1983.