Dos cartas inéditas de Julio Cortázar

Dos cartas de Julio Cortázar a Julián Urgoiti de 1956 y 1960.
Cultura, política y censura literaria en Argentina

Miranda Lida y Soledad Lida[1]

Julio Cortázar fue un prolífico escritor de cartas. Los cinco volúmenes publicados en 2012 y editados por Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga[2] constituyen un neto testimonio de su tenaz dedicación al género epistolar, casi sin par entre los escritores hispanoamericanos del siglo XX. Los destinatarios de esas cartas fueron amigos, escritores, traductores, editores, lectores, compañeros de ruta en su activismo político y muchos más.

El exiliado de origen vasco Julián Urgoiti, antiguo editor de Espasa-Calpe y amigo personal de Julio Cortázar, y que se desempeñó como gerente de la editorial Sudamericana casi desde su fundación en 1939, es una presencia constante, si bien hasta ahora siempre indirecta (vale decir, solo aparece a través de menciones de terceros), en la correspondencia publicada del autor de Rayuela. Cuando se piensa en los editores de Cortázar en Argentina, los estudiosos se han concentrado sobre todo en Francisco “Paco” Porrúa, también gerente en Sudamericana, debido a que se conservó un número considerable de cartas dirigidas a él por Cortázar[3]. Sin embargo, “Don Julián”, a quien Cortázar conoció personalmente cuando trabajaba en la Cámara Argentina del Libro antes de dejar la Argentina en 1951, parece haber sido un personaje clave desde los primeros tramos de la carrera literaria del escritor. Fue él quien primero confió en Cortázar como autor (la publicación de Bestiario en 1951 es prueba de ello) y quien lo convocó en incontables oportunidades para oficiar de traductor, tarea que le permitió solventarse económicamente durante los trances más duros de su exilio. Las traducciones de Cortázar incluyen gran parte de la revista Diógenes, cuya edición en español editaba Sudamericana[4], al igual que clásicos como Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, y muchos otros títulos.

Si aceptamos la premisa de que hubo una copiosa correspondencia entre Urgoiti y Cortázar que no ha sobrevivido, las dos cartas que ahora reproducimos deben considerarse documentos excepcionales. En estos dos jalones de esa (por ahora) desconocida correspondencia, podemos leer reflexiones sobre la cultura y la política en la Argentina de la década de 1950, incluyendo el peronismo y la censura implementada por la “Revolución Libertadora” que derrocó a Perón en 1955[5]. Al mismo tiempo, nos permiten aproximarnos al proceso de escritura y edición de Los premios, la primera novela publicada por Cortázar. Estas dos cartas son solo la punta de un iceberg que da cuenta de lo importante que fue para Cortázar la amistad con “Don Julián”.

Cubierta de la primera edición de Los premios (Sudamericana, 1960)

De especial interés es el asunto que motivó la carta del 4 de noviembre de 1960, escrita en respuesta a una de Urgoiti que desconocemos pero cuyo contenido puede fácilmente deducirse. En ella, Cortázar responde, de manera categórica, a la sugerencia de modificar un pasaje de Los premios para evitar una posible prohibición de la novela por parte del gobierno del radical Arturo Frondizi, sujeto a constantes presiones de los militares. “Sería malsano alterar [el] texto”, escribe Cortázar. Antes que introducir cambios para satisfacer a la censura, el autor prefería que el libro no se publicase. El pasaje que motivó el intercambio con Urgoiti es, casi con seguridad, el capítulo XVI de Los premios. Se trata de una escena explícitamente erótica en la que, tal como lo señala la carta, aparece Temple Drake, homónimo de un personaje de Santuario, de William Faulkner. Si se coteja la fecha de la carta con la de la publicación del libro -cuyo colofón registra como fecha de impresión el 3 de noviembre de 1960- se observa que la novela ya estaba en prensa cuando Cortázar redacta esa respuesta a su editor. Si bien no conocemos la carta previa de Urgoiti, podemos suponer que, dado lo avanzado del proceso editorial, el gerente de Sudamericana no abogaba por que se hicieran cambios en el texto, sino que, como sugiere el propio Cortázar, solo le advertía sobre las dificultades con la censura que podía generar ese capítulo. Los temores de Urgoiti resultaron infundados y la novela circuló sin problema, al punto que, en carta del 21 de febrero de 1961 al poeta y traductor Paul Blackburn, Cortázar le dice que Los premios “es un best-seller en la Argentina” y que recibía “reviews entusiastas”[6].

La trayectoria de estos documentos tiene a su vez algo de novelesco. A comienzos de los años sesenta, con apenas más de veinte años, una joven entró a trabajar en la editorial Sudamericana, después de haber pasado por la Librería del Colegio, el negocio de libros más antiguo de la ciudad de Buenos Aires y al que también alude Cortázar en su carta. Su nombre es Marta Mabel Morello, y años después sería nuestra madre. Fue secretaria de Francisco Porrúa y sabemos que Urgoiti la valoraba lo suficiente como para obsequiarle libros, entre ellos algunos de la célebre colección Crisol de la editorial madrileña Aguilar. A menudo ella contaba que le tocaba pasar a máquina las cartas destinadas a Cortázar. Hasta hace pocos años, todavía se sabía de memoria, por haber tenido que tipearla muchas veces, la dirección del escritor en París que figura en la posdata de la segunda carta: 9, Place du Général Beuret. Lectora y admiradora de Cortázar, forma parte de los happy few que tuvieron en su biblioteca un ejemplar de la primera edición de Rayuela. Ese fue su libro de cabecera durante tres décadas. Le tenía tanto cariño que lo resguardó en tela de avión azul y le marcó el título en el lomo con una etiquetadora, como se aprecia en las siguientes fotografías:

La mano que se lo llevó de su mesa de luz, para luego retenerlo durante muchos años, no atinó a cambiar el forro. Hace pocos meses dimos con ese ejemplar y, entre la tapa y la tela que la protegía, encontramos estos dos eslabones de la correspondencia entre Cortázar y Urgoiti, testimonios únicos de una relación que, ojalá, algún día podamos reconstruir en todos sus detalles.

A continuación ofrecemos imágenes de las dos cartas, que se pueden ampliar haciendo click en ellas, y más abajo su transcripción con algunas notas al pie.

 

Paris, 31 de agosto de 1956

Señor
Julián Urgoiti,
EDITORIAL SUDAMERICANA,
BUENOS AIRES.

Querido señor Urgoiti:

¿Cómo está usted? Hace rato que deseaba escribirle unas líneas, pero en los últimos tiempos la Unesco me ha hecho trabajar más de la cuenta, y no me ha quedado más remedio que someterme a un ritmo de vida que no es el que prefiero[7]. De todos modos, me dispongo a tomarme unas vacaciones, y además de descansar de mis trabajos de oficina, descansaré también –durante tres semanas– de los de Diógenes. Y esta es la razón fundamental de mi carta. En efecto, he hablado esta tarde con [Roger] Caillois para decirle que me voy por tres semanas a Bélgica y Holanda. Como es posible que en ese intervalo algunos autores entreguen textos para el nuevo número de la revista, hemos juzgado más prudente que se le envíen a usted directamente, para su traducción en Buenos Aires. Por mi parte, he hecho la traducción de tres trabajos extensos, que ya deben estar en viaje. A mi vuelta, el 24 de septiembre, veré si aún queda material por traducir y, en ese caso, me pondré inmediatamente a la tarea.

La Unesco nos lleva a Nueva Delhi a Aurora y a mí. Saldremos el 16 de octubre, y estaremos hasta mediados de diciembre en la India. Me apresuro a anunciarle esta noticia (magnífica para nosotros, por lo que supone como experiencia vital, como atisbo de una civilización tan asombrosa, como la de la India), pues bien comprenderá usted que, en ese intervalo, los trabajos de la Conferencia no me permitirán colaborar en las traducciones de los artículos de Diógenes. Supongo que, prevenido usted desde ahora, no habrá mayor problema en preparar el número de la revista en Buenos Aires. De todas maneras tenga la seguridad que, hasta el momento de mi partida en octubre, despacharé todos los materiales que me entregue Caillois.

Hace días recibí carta de Jorge, flamante director del Colón[8]. Ni qué decirle cuánto me alegra ver a muchos amigos muy queridos ocupando posiciones que, durante más de una década, estuvieron en manos de cuanto pillo se prestaba a acatar las órdenes que le daban las “señoras” y los “generales” de nuestra pobre tierra. Sigo de cerca, en la medida en que la falta de buena información me lo permite, los problemas argentinos. Espero que por lo que se refiere a los editores las cosas estén mejor, y no se tropiecen con aquellos monstruosos problemas que nos acosaban en la Cámara del Libro. Pienso que hace diez años que lo conocí a usted, y que tuve el placer de trabajar a su lado y sentirme su amigo. ¿Cuándo vendrá a visitarnos a París? Quizás nosotros vayamos antes por allí, digamos a mediados del 57…[9]

Y ahora, con los afectos de Aurora para su señora y usted, reciba el gran abrazo de quien mucho lo quiere y lo recuerda,

Julio Cortázar

 

Aurora Bernárdez y Julio Cortázar durante su viaje a la India en 1956

 

París, 4 de noviembre de 1960

[Agregado a mano, en el margen izquierdo]
Se han retirado las 3 págs. de pruebas y las he entregado al Sr. López Llausás [rúbrica ilegible]

[Agregado a mano, en el margen derecho]
Rec[ibida]: 11/11/60. Con[testada]: 11/11/60

Señor Julián Urgoiti
EDITORIAL SUDAMERICANA
BUENOS AIRES

Mi querido amigo:

Comprendo muy bien su carta, como estoy seguro de que usted comprenderá mi respuesta; incluso me atrevo a suponer que la da por descontada, y que me ha escrito sobre todo por razones de amistad y para ponerme en guardia contra las posibles consecuencias de la publicación de mi libro.

El pasaje cuyas pruebas me hace usted llegar, ha sido escrito como una parte coherente de la novela, y sin la menor intención malsana. En cambio sí sería malsano alterar su texto, porque todo el posible sentido que pueda tener mi novela para algunos lectores argentinos, quedaría viciado y anulado (aunque ellos no lo advirtieran) por la contemporización que supondría “arreglar” el pasaje en cuestión a gusto de los censores de turno.

Como ve usted, le doy al episodio un sentido moral. Por razones parecidas me fui de la Argentina hace 10 años, y nada me hará cambiar de punto de vista. Me exaspera (como estoy seguro le ha de ocurrir a usted) la hipocresía, el hecho de que un pasaje erótico pero no pornográfico pueda escandalizar a un censor, mientras que probablemente otros pasajes dentro del mismo libro se salvarán de su escándalo simplemente porque las cosas están más sugeridas que dichas. Por ejemplo, en Los premios, un marinero viola a un jovencito. ¿No le parece eso mucho más censurable que el pasaje en cuestión? Pero como el episodio ha sido narrado “tangencialmente”, sin precisiones, nadie se escandaliza, mientras que estas otras páginas, que muestran con toda llaneza una iniciación tan natural como loable (la raza humana debe perpetuarse, aunque se escandalicen los censores), provoca en seguida una rubicundez hipócrita.

Observe, Don Julián, que en la página 83 (una de las tres que usted me envía) se menciona a Temple Drake. Habrá advertido que se trata de una alusión a Santuario, de William Faulkner. Pues bien, supongo que la Librería del Colegio no tiene problemas en lo que respecta a la venta de ese libro, donde ocurren y se dicen cosas al lado de las cuales el pasaje de mi novela es casi insignificante. He ahí otro ejemplo de la hipocresía de la censura argentina. Un extranjero no les molesta demasiado; lo que quieren amordazar es la realidad nacional. Un pasaje erótico varía para ellos según que ocurre en Estocolmo o en la calle Corrientes. Pues bien, el escritor argentino que se preste a ese juego, traiciona a la literatura y a su país. Yo no escribo deliberadamente escenas chocantes: sencillamente hay momentos de mis libros en que debo hacer frente a esas escenas. Lo hago lo mejor que puedo, y en la forma que creo más adecuada. Y creo que con esto me he explicado suficientemente.

Queda en pie el aspecto editorial del asunto. Puede imaginarse lo que lamentaría que, publicado el libro, tuvieran ustedes dificultades. Desde ya cuente con mi pleno acuerdo si cree oportuno suspender la publicación a la espera de mejores tiempos, o cancelarla definitivamente. Usted es mi editor pero sobre todo es mi amigo, y quiero que, en cuanto amigo, tenga las manos libres para hacer lo que le parezca mejor. Así, los dos habremos procedido con entera libertad, y cada uno de acuerdo con su conciencia. No se considere obligado en absoluto por el contrato que he firmado con Sudamericana.

Muchas gracias por decirme –y por asociar a su propia voz la del Sr. López Llausás[10]– que mi decisión será acatada por Sudamericana. Por mi parte, estoy dispuesto a aceptar cualquier decisión de orden editorial que ustedes crean oportuno tomar.

Ojalá nuestras próximas cartas toquen temas más agradables. Ahora, con mis mejores deseos, un gran abrazo.

Julio Cortázar

PD.- Mi nueva dirección es la siguiente:
9, Place du Général Beuret
PARIS 15

————-

Notas

[1] Miranda Lida es historiadora, investigadora de Conicet y profesora en la Universidad de San Andrés en Buenos Aires. Soledad Lida es autora de cuentos y poemas publicados en Francia, Bélgica, Suiza y Canadá. Se desempeña como conservadora en la Biblioteca Nacional de Francia.

[2] Julio Cortázar, Cartas, edición de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga, 5 volúmenes,(Buenos Aires: Alfaguara, 2012).

[3] José Luis de Diego hace referencia al papel de Urgoiti en las primeras publicaciones de Cortázar. Véase “Cortázar y sus editores”, Orbis Tertius, n.º 15, 2009.

[4] La revista Diógenes, cuyo editor era el escritor y crítico francés Roger Caillois, se publicaba con el auspicio de la Unesco en inglés, francés y español. La edición en español estuvo a cargo de Sudamericana entre 1952 y 1976.

[5] Véase, por ejemplo, Andrés Avellaneda, Censura, autoritarismo y cultura. Argentina, 1960-1983 (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1986).

[6] Cartas, vol. 2, p. 223.

[7] Cortázar y su esposa, Aurora Bernárdez, trabajaron durante muchos años como traductores para la Unesco.

[8] Se refiere a Jorge D’Urbano, nombrado director de dicho teatro por el gobierno militar de Pedro Eugenio Aramburu, luego del golpe que derrocó a Juan Domingo Perón.

[9] Cortázar y Bernárdez estuvieron en Buenos Aires entre agosto y noviembre de 1957.

[10] Antoni López Llausás, editor catalán y copropietario de Sudamericana.

 

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2 responses

  1. Estimado Carlos:
    Magnífico descubrimiento. Gracias por compartirlo.
    Un abrazo.
    Daniel Mesa Gancedo
    Universidad de Zaragoza

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